CAP 7 REVISADO
CAPITULO 7
Diana parpadeó varias veces, intentando despejar la confusión que llenaba su mente. La habitación donde se encontraba era elegante, con tonos cálidos y una decoración que irradiaba riqueza. La luz del sol entraba por la ventana animándola seguir viviendo. La chica se dio cuenta de que estaba en una cama cómoda, con sueros conectados a su brazo. El aroma a desinfectante la hizo recordar su reciente experiencia en el hospital, pero no lograba recordar cómo había llegado aquí.
Tenía puesto el jean un talle mayor que ella usaba, la blusa un talle menos y unas zapatillas al costado de la cama.
También a lado de la cama vio a un hombre sentado en una silla. Era robusto de unos cincuenta años que la observaba con una expresión serena. Su vestimenta de lujo y su porte imponente daban la impresión de que no era alguien a quien se pudiera ignorar fácilmente. Cuando se percató de que Diana estaba despierta, sonrió de una manera que intentaba ser tranquilizadora.
—Hola, Diana. Me llamo Raúl —dijo, su voz profunda y suave—. ¿Cómo te sientes?
Diana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aunque la amabilidad en su voz era evidente, la desconfianza la invadió. Se incorporó un poco.
—¿Quién es usted? —preguntó con la voz temblando levemente.
—Soy el hombre que te va a proteger —respondió Raúl con una mirada firme y directa.
La reacción de Diana fue instantánea. Una oleada de recelo se apoderó de ella. Sabía que la vida le había enseñado a desconfiar de los extraños, especialmente en situaciones como esta. Aun así, la urgencia de la situación la llevó a hablar.
—Ahora cuéntame que te pasó, así voy a saber qué puedo hacer por ti. —dijo Raúl.
Diana pensó un poco. No le iba a contar todo, solo lo mínimo y así también ganar tiempo. Después va a ver las posibilidades como salir de acá.
—Tuve una discusión con mi tío, Carlos —dijo, intentando mantener la calma—. Me tiré del auto.
Raúl asintió lentamente, como si esperara esa respuesta. —Lo entiendo. Pero, ¿Cuál fue el motivo de la discusión?
—Mi tío hablaba mal de mi padre —mintió Diana dando la información que no era relevante.
—¿Y te acuerdas de lo que pasó después? En el hospital, alguien intentó matarte. Uno de mis chicos te salvó.
Diana frunció el ceño. La imagen del hombre con la pistola, con su mirada fría y amenazante, atravesó su mente. Recordaba fragmentos de la confrontación, pero no quería dejar que su temor la dominara. —Sí, creo que lo recuerdo —dijo con la voz más firme, aunque su interior seguía temblando—. Pero no sé quién era este hombre. Tampoco sé quiénes son ustedes y por qué me están ayudando.
—Porque no me gusta la injusticia —respondió Raúl, la sinceridad en su tono contrastando con el ambiente sombrío—. Quiero que sepas que no estás sola. Estamos aquí para asegurarnos de que estés a salvo.
—¿Usted me conoce? —preguntó Diana.
—Se quién eres.
Con esa afirmación, Raúl se levantó de la silla, dejando a Diana en un estado de mezcla entre la esperanza y la incertidumbre. Antes de que pudiera hacer más preguntas, él salió de la habitación, dejándola a solas con sus pensamientos.
Apenas unos momentos después, dos guardias entraron con las miradas serias y vigilantes. Diana sintió una mezcla de inquietud y protección al verlos. No había forma de saber si eran amigos o enemigos. Uno de ellos se acercó un poco más.
—¿Necesitas algo? —preguntó con un tono neutral.
Diana dudó, pero finalmente respondió con sinceridad. —Algo para comer, por favor.
El guardia asintió y se retiró para cumplir con su solicitud, mientras el otro se quedaba de pie, observándola. La sensación de ser vigilada la hizo sentir incómoda, pero a la vez comprendía que su seguridad dependía de ellos.
En su mente, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar lentamente. ¿Quién era realmente este hombre Raúl? ¿Y qué quería de ella? Sabía que estaba atrapada en un juego mucho más grande de lo que imaginaba, uno donde las lealtades podían cambiar en un instante.
Mientras esperaba, su mente divagó hacia su tío Carlos y el peligro que aún podía acecharla. La decisión de no contar toda la verdad a Raúl le pesaba, pero sabía que no podía confiar del todo en él. Cada palabra podía ser una trampa, y cada acción, un paso hacia su perdición.
Al poco tiempo, el guardia volvió con una bandeja llena de platos y vasos. Diana se sintió un poco más tranquila. Sin embargo, la sombra del miedo seguía presente, y sabía que, a pesar de estar protegida por Raúl y sus hombres, su vida estaba lejos de ser segura.
Las revelaciones que estaban por venir serían cruciales, y su instinto le decía que debía estar lista para enfrentarlas. Porque, al final, la lucha por su vida apenas comenzaba.
***
Raúl salió de la habitación de Diana, cerrando la puerta detrás de él. Se dirigió al comedor, donde Adriana e Irwin estaban sentados en una mesa. La tensión palpable flotaba en el aire. Adriana, con los brazos cruzados, miraba a Irwin con una mezcla de celos y preocupación.
—El chico hizo un buen trabajo —dijo Raúl, refiriéndose a Irwin, sin prestar atención a la incomodidad en el ambiente.
Adriana apretó los labios, sintiéndose ignorada. La rabia la consumía, y su mirada envenenada no pasó desapercibida para Raúl, quien se limitó a ignorar sus celos.
—Necesitamos saber más sobre el tío de Diana, Carlos Rodríguez —ordenó Raúl a uno de sus agentes, que se encontraba al fondo del comedor. Luego se volvió hacia Adriana e Irwin—. Vamos, síganme. Volvemos a la casa.
Raúl se dirigió hacia la salida, y los dos lo siguieron, aunque Adriana aún luchaba con su descontento. Mientras caminaban, su mente se llenaba de preguntas sobre Diana e Irwin.
***
En su casa, Carlos estaba atrapado en un torbellino de nervios. La ansiedad lo mantenía al borde, y cada pensamiento sobre Diana lo empujaba más hacia la desesperación. Sin saber dónde estaba ni quién la protegía, la posibilidad de que todo se desmoronara lo aterraba. De repente, su celular sonó, rompiendo su concentración.