El inspector Alberto Vargas y la detective Marisa Alvarado llegaron al hospital "Santa Teresa" con una inquietante mezcla de urgencia y curiosidad. Ambos eran detectives experimentados, y aunque estaban acostumbrados a casos complejos, este parecía especialmente intrigante.
Al llegar, se presentaron en la recepción mostrando sus placas y solicitaron hablar con cualquier persona que hubiera estado de turno la noche anterior. La recepcionista, con expresión preocupada, asintió y llamó a algunos médicos y enfermeras que fueron testigos de los sucesos.
Mientras esperaban, Vargas revisó sus notas y comentó en voz baja a Marisa:
—Según la denuncia que hicieron a la comisaria era un tiroteo y un secuestro. Llevaron una ambulancia con una de las pacientes. Odio interrogar a los testigos en los lugares públicos.
—¿Por qué? – preguntó Marisa.
—Porque siempre hay que hablar con mucha gente y más que mitad de ellos te cuentan las cosas inventadas.
La mujer sonrió.
—Es parte de trabajo.
Mientras tanto un médico de guardia y una enfermera se acercaron a ellos, ambos con miradas tensas. El doctor les contó que una chica joven había ingresado la noche anterior, herida, traída por un hombre joven que no se identificó. Solo la dejó en el área de emergencias, dijo que la chica sufrió un accidente de tránsito y se fue. A la chica la atendieron como corresponde. Ella seguía inconsciente. Más tarde este hombre regresó, preguntó por su estado y al verla en la sala común, exigió que la trasladaran a una habitación privada. Aunque parecía apurado, pagó los gastos sin problema con una tarjeta de crédito.
Al escuchar esto los detectives se miraron entre sí.
Marisa se dio vuelta y pidió a la recepcionista que le imprima los datos de la tarjeta de crédito. Al recibir la hoja impresa, sacó una foto y la mandó a la comisaria pidiendo identificar al portador de la tarjeta.
Mientras tanto, Vargas seguía haciendo preguntas:
—¿La trasladaron a la chica?
La enfermera asintió.
—¿Y qué pasó después?
La enfermera arrugó la frente recordando lo que había pasado.
—Sí, el chico se quedó con ella en la habitación, pero más tarde escuchamos gritos de la chica pidiendo ayuda. Cuando entramos, vimos que la chica estaba muy asustada, dijo que no lo conoce y nos pidió sacar al chico de la habitación.
Marisa, tomando notas, indagó:
—¿Qué hizo él al respecto? ¿Hubo algún tipo de resistencia?
El médico intercambió una mirada de incomodidad con la enfermera antes de continuar:
—No, él solo se fue, pero luego, al poco tiempo, estalló una pelea dentro de la habitación. No está claro cómo comenzó, pero se escucharon gritos y, poco después, disparos. Fue un caos.
En ese momento, Marisa recibió un mensaje de la comisaría. Abrió el celular, leyó el mensaje y lo mostró a Vargas.
“Irwin Rasmus. 24 años. Antecedentes penales por delitos menores.”
—Parece que nuestro "samaritano" no es precisamente alguien de fiar. – dijo Marisa en voz baja.
Vargas frunció el ceño y asintió.
La enfermera agregó con voz temblorosa:
—Después de los disparos, vimos cómo el chico empujaba la camilla de la chica por el pasillo y salía del hospital. Nadie pudo detenerlo, él estaba armado. Después tomó una de las ambulancias y se fue con la chica adentro. Y había otro hombre herido que salió de la habitación un rato después y logró escapar también. Tampoco sabemos quién era.
Vargas abrió la foto del expediente que les mandaron recién.
— ¿Este es el chico que provocó el tiroteo y llevó a la chica en la camilla?
La enfermera y el doctor se inclinaron para ver mejor.
—Sí, era él – confirmaron los dos.
Marisa y Alberto intercambiaron miradas significativas. Estaba claro que este Irwin Rasmus tenía un objetivo específico al entrar y salir tan bruscamente del hospital. El temor de la chica hacia él y la violencia que desencadenó no eran incidentes aislados.
Antes de irse, Vargas preguntó:
—¿Alguna de las cámaras de seguridad captó el rostro del otro hombre herido?
La enfermera negó con la cabeza:
—Algunas cámaras estaban fuera de servicio. Lo poco que tenemos no es muy claro, pero podemos enviarles las grabaciones disponibles.
Los detectives agradecieron a los testigos, salieron del hospital y se dirigieron a la comisaría. Había que procesar la información recibida.
***
En el despacho de la comisaría, Vargas y Alvarado seguían revisando la información recogida en el hospital. La situación era cada vez más confusa. Al repasar las entrevistas, se concentraron en un detalle proporcionado por los recepcionistas, que podría ser una pista.
Después que la chica ingresó a la emergencia hubo dos llamadas preguntando por ella. La primera, era de un hombre que se presentó como pariente y afirmó que el nombre de la chica era Diana. Aunque dijo ser su familiar y estaba preocupado, nunca apareció en el hospital.
La segunda llamada fue realizada por una mujer joven que no se identificó. Los detectives verificaron el registro de llamadas y encontraron estos dos números telefónicos. Uno pertenecía a un tal Carlos Rodríguez, pero el otro no tenía ningún registro. Decidieron que sería prudente empezar por el número desconocido.
Alvarado tomó su celular y marcó el número. Después de algunos tonos, una voz femenina y fría respondió.
—¿Sí?
—Hola, le habla la detective Marisa Alvarado, de la Policía de Investigaciones. Este número aparece registrado en una llamada al hospital Santa Teresa. Queríamos saber si podría identificarse y explicarnos por qué llamó preguntando por una joven que ingresó herida —dijo Alvarado en tono firme.
Se hizo un silencio tenso del otro lado de la línea, hasta que, de repente, la llamada se cortó. Alvarado frunció el ceño. Era claro que la mujer al otro lado, quienquiera que fuese, no tenía intención de colaborar.