La Herencia Maldita. Libro I

CAPITULO 10

CAPITULO 10

El motel estaba tranquilo. Con poca gente y sin nada de ruido. En la habitacion que ocuparon Irwin y Diana se sentaron cada uno en su cama de una plaza. Ya era de noche y la penumbra del cuarto apenas dejaba ver los contornos de sus rostros, iluminados únicamente por la tenue luz de una lámpara de mesa. Diana miraba de reojo a Irwin, con el cuerpo tenso y la mente llena de preguntas que aún no se atrevía a formular. Lo que menos necesitaba en ese momento era confiar en el hombre que estaba con ella en ese lugar extraño.

Irwin notó su incomodidad y, con una voz suave, rompió el silencio.

—¿Qué te pasa Diana? ¿Me tienes miedo?

—¿Y a ti que te parece?

—Entiendo que estás asustada, pero tienes que ver que, si quisiera hacerte daño, no estarías aquí conmigo en un ambiente seguro, viva y sana. Y además te he salvado tres veces, ¿lo sabes?

Diana lo miró con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Él le sostuvo la mirada, esperando que ella le pidiera explicaciones. Finalmente, Diana cedió, sin poder disimular su incredulidad.

—¿Tres veces? —preguntó, desconfiada—. No recuerdo haberte pedido ayuda.

Irwin respiró hondo, como si buscar las palabras correctas fuera un esfuerzo que le dolía.

—La primera vez fue en la autopista. Te encontré allí, sola, herida, abandonada en medio de la noche. No podía dejarte ahí. —Hizo una pausa y bajó la vista—. La segunda vez fue en el hospital. Un hombre entró con la intención de matarte. Logré detenerlo y te rescaté.

Diana sintió un escalofrío. Las palabras de Irwin le despertaron los recuerdos de aquella pelea en la habitación del hospital.

Sin embargo, por más que Diana trataba de mantener la guardia en alto, algo en la mirada de Irwin le hacía pensar que quizás, sólo quizás, él no era su enemigo.

—¿Y la tercera? —preguntó ella, intentando mantener la voz firme.

—La tercera vez fue cuando te llevé a Raúl, mi jefe, y pensé que con eso te protegería. Pero entonces me enteré que Raúl quería entregarte a tu tío Carlos. Por diez millones. Calculé las consecuencias y te rescaté de la casa donde estabas presa.

Diana miró a Irwin, perpleja.

—¿Y por qué lo hiciste? —preguntó con un toque de desafío en su voz—. ¿Por qué te arriesgaste por mí? Ni siquiera me conoces.

Irwin dudó por un momento, desviando la mirada hacia el suelo, como si buscara algo que no estaba allí. Su expresión se suavizó, y una sombra de timidez cruzó su rostro.

—Al principio, fue porque simplemente no podía dejarte morir. Sentía que tenía que hacer algo, como lo haría por cualquier persona en peligro. Pero… después… —Se interrumpió, eligiendo con cuidado las palabras—. Después, me di cuenta que seguías en riesgo. Al solo llevarte al hospital y dejarte allí no fue suficiente. Por eso volví. Y, como viste, no me equivoqué. Te estaban por matar.

Los ojos de Irwin se oscurecieron al recordar.

—Cuando te dejé en manos de Raúl, me sentí aliviado. Pensé que estaba libre de todo esto, que podría regresar a mi vida con Adriana, seguir trabajando para Raúl, por más sucio que fuera el trabajo. Pero entonces me enteré de que querían entregarte a tu tío… y sentí rabia. Contra Raúl, contra el mundo que me rodea. Todo eso era una trampa. Hoy te quieren sacrificar a ti, pero mañana podrían hacer lo mismo conmigo. Y no les importa que yo sea el novio de la hija del jefe de mafia. En el mundo criminal nadie está seguro. No hay reglas.

Diana lo escuchaba en silencio, intentando asimilar cada palabra, cada confesión. La crudeza en sus palabras reflejaba un mundo en el que ella nunca pensó que se vería envuelta, aunque en el fondo, sabía que la codicia en su familia no era tan distinta.

—No solo en la mafia no hay reglas —respondió ella en voz baja—. Cualquier ambiente donde hay mucho dinero y poder carece de reglas. Mi tío y su círculo no son muy distintos. La empresa de mi padre… para él, solo era otro medio para enriquecerse, y yo era un obstáculo.

Irwin asintió. Por primera vez, compartían un entendimiento silencioso, una conexión que trascendía sus circunstancias.

—Por eso decidí dejar todo —dijo Irwin, como si hubiera llegado a una conclusión final—. No me importa lo que me va a pasar. Ahora, probablemente Raúl nos está buscando. A ti, para entregarte a tu tío, y a mí… para matarme por traicionero.

Diana sintió una corriente de miedo que le pasó por la columna vertebral. Pero también por fin pudo ver claramente que Irwin lo arriesgo todo por ella, por alguien a quien apenas conocía. Ese hecho le daba una extraña certeza, una que no había sentido en mucho tiempo.

Irwin seguía hablando, esta vez con la voz más vulnerable.

—Desde que te vi en el hospital, tan frágil, tan indefensa, algo cambió dentro de mí. Sentí… sentí algo grande, algo que no puedo explicar. Ahora siento que no puedo dejarte. —La miró fijamente, sus ojos reflejaban algo entre ternura y una determinación feroz—. Quiero compartir el tiempo contigo, quiero una vida normal, tranquila… y feliz.

Diana lo miró, sin saber qué responder. Las palabras de Irwin habían roto alguna barrera dentro de ella, y en su corazón comenzó a latir una posibilidad que hasta hace poco le habría parecido absurda: que tal vez, a su lado, pudiera encontrar algo parecido a la paz.

El silencio volvió a llenar la habitación, interrumpido solo por la respiración entrecortada de Diana. Estaba procesando las palabras de Irwin, cada confesión, cada promesa implícita en su mirada. Había en él una ternura inesperada, un calor que, por un momento, la hacía olvidar el peligro que los rodeaba.

Con un suspiro profundo, Diana rompió el silencio.

—Irwin… —empezó, buscando las palabras adecuadas—. No sabes cuánto te agradezco todo lo que has hecho por mí. De verdad. Pero… ahora estoy pasando por uno de los momentos más difíciles de mi vida. Me siento débil, destrozada —confesó, bajando la mirada a sus manos, donde notaba las heridas y golpes de su cuerpo que aún no sanaban del todo—. Todavía me duele cada rincón del cuerpo desde que caí del auto. Y todo esto que está pasando, todo este peligro… —Hizo una pausa y tragó saliva, buscando la fuerza para continuar—. No tengo espacio en mi cabeza para nada personal. Lo único que puedo ver en ti ahora es… un amigo. Alguien en quien puedo confiar. Pero no sé si puedo ofrecerte algo más que eso… al menos, por ahora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.