La Herencia Maldita. Libro I

CAPITULO 11

CAPITULO 11

La detective Marisa Alvarado y el inspector Alberto Vargas se sentaron frente a Carlos, con sus miradas fijas y los anotadores listos.

—Queremos hablar con usted sobre su sobrina, Diana Rodríguez —comenzó Vargas, —. Nos gustaría saber cuándo fue la última vez que la vio y por qué razón llamó al hospital aquella noche.

Carlos entrecerró los ojos un momento, como si evaluara la respuesta antes de formularla.

—La última vez que vi a Diana fue cuando salimos del despacho del escribano —dijo, manteniendo un tono neutral—. Eso fue cerca de las diez y media de la noche, según recuerdo.

Vargas anotó el dato rápidamente.

—¿Y a dónde se fueron después? —preguntó Marisa, sus ojos clavados en Carlos, observando cada uno de sus movimientos.

—La llevé a su casa. A la casa de su padre —respondió Carlos, acomodándose en el sillon—. La dejé allí y me aseguré de que entrara antes de irme.

Vargas hizo una pausa, considerando sus siguientes palabras.

—Y entonces, ¿cómo fue que se enteró de que Diana estaba en el hospital? —preguntó, sin quitarle los ojos de encima.

Carlos suspiró, como si anticipara esa pregunta. Miró hacia una esquina de la oficina, buscando las palabras adecuadas

—Diana... estaba angustiada esa noche —empezó, modulando la voz para darle un aire de preocupación genuina—. Cuando le suceden dar estas crisis, ella busca un lugar donde olvidarse de sus problemas… A veces va a un bar y se emborracha para calmarse.

Marisa arqueó una ceja, sin perder la compostura.

—¿Y cuál fue la razón de esa angustia? ¿El testamento? —inquirió con frialdad.

Carlos se tensó ligeramente, pero mantuvo el rostro impasible.

—Los asuntos familiares son delicados, y prefiero no entrar en detalles —replicó, lanzando una mirada cautelosa —. Pero, sí... escuchar el testamento de su padre le trajo recuerdos dolorosos de la vida con padre que lo adoraba.

Vargas y Marisa intercambiaron una breve mirada, como si con ello pudieran evaluar la veracidad de lo que Carlos decía. No obstante, el inspector continuó.

—Entonces, después de dejarla en casa, ¿decidió llamarla? —presionó Vargas.

Carlos asintió.

—Pasado un rato, sentí la necesidad de verificar si ella está bien —explicó, con un tono calculado—. Primero pasé por su casa, pero ella no estaba alli. Despues le llamé varias veces, pero ella no contestaba. Y... como no conozco a sus amigos ni tenía otro modo de contactarla, empecé a llamar a los hospitales de la zona, por si acaso…

—Y fue así como descubrió que estaba allí —intervino Marisa, completando el relato.

Carlos asintió de nuevo.

—Así es. Cuando supe que estaba en el hospital, quise ir de inmediato, pero... me puse nervioso, y sentí una descompostura. Al final, tuve que quedarme en mi casa. Pero, al menos, estaba tranquilo sabiendo que ya la estaban atendiendo los médicos.

La detective Alvarado miró fijamente a Carlos y le preguntó en tono directo:

—¿Sabe usted dónde se encuentra Diana en este momento?

En la mirada de Carlos apareció una sospecha.

—En el hospital, supongo. De hecho, estaba a punto de llamar al hospital para averiguar cómo está ella. Estoy muy preocupado por su estado de salud.

El inspector Vargas aprovechó el momento para lanzarle un golpe de realidad.

—Señor Rodríguez, esta misma noche un hombre sacó a Diana del hospital contra su voluntad. En palabras simples…la secuestraron —dijo, observando detenidamente la reacción del hombre.

Carlos abrió los ojos, simulando sorpresa y confusión.

—¿Secuestrada? No… No puede ser. ¿Quién haría algo así?

Vargas intercambió una rápida mirada con Alvarado y luego añadió:

—Identificamos al hombre. Es un conocido miembro de una organización mafiosa. Por eso es fundamental que, si alguien se comunica con usted pidiendo un rescate, nos informe de inmediato. Podemos intervenir para protegerla.

Carlos asintió, intentando recuperar la compostura.

—Por supuesto, detective. Si recibo alguna llamada… serán los primeros en saberlo. Diana es mi familia y haré lo que sea necesario para que regrese sana y salva.

El silencio llenó la oficina durante un momento. Vargas cerró su libreta y miró a Carlos, como si evaluara si continuar con las preguntas o no.

—Señor Rodríguez —dijo finalmente, con una sonrisa tenue pero que ocultaba algo más profundo—. Gracias por su colaboración. Si surgen nuevas preguntas, nos pondremos en contacto.

Carlos asintió, con una expresión tensa. Los policías lo saludaron, se levantaron y salieron de la oficina.

Carlos esperó unos instantes después de que la puerta se cerró antes de dejar caer la máscara de preocupación y revelar una expresión fría y calculadora.

***

Cuando los detectives subieron al auto permanecieron en silencio por unos segundos, absortos en sus pensamientos. Las piezas de este rompecabezas comenzaban a mostrar un patrón extraño, uno que apuntaba a Carlos como algo más que un simple pariente preocupado.

Alvarado fue la primera en romper el silencio mientras repasaba sus notas.

—Hay algo que no encuadra en lo que Carlos nos dijo —comentó, mirando a Vargas con seriedad—. Según él, salieron de la escribanía cerca de las 22:30, y fue entonces cuando llevó a Diana a su casa. Ella se preparó para salir y poco después ocurrió el accidente. Diana ingresó al hospital a las 23:35, así que todo fue muy rápido.

Vargas asintió, comprendiendo su punto.

—Supongamos que el tiempo encaje. La chica salió rápido de la casa, tomó un taxi hasta el bar cercano y se emborrachó fácilmente. Despues salió a la calle y la atropellaron. Pero hay otros detalles que no encajan. Carlos dijo que llamó a varios hospitales hasta encontrar a su sobrina en el Santa Teresa. Sin embargo, en la llamada grabada por la recepción del hospital, él mencionó explícitamente que ella había sufrido un accidente. Y hoy nos dijo que no sabía nada del accidente.




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