Irwin se asomó por la cortina del cuarto del motel, observando con atención el estacionamiento y la calle, en busca de cualquier movimiento sospechoso. Se dio vuelta y se encontró con la mirada fija de Diana. Tensa.
—Nos están buscando —dijo Irwin —. Raúl, su gente… y tu tío Carlos. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo.
Diana apretó los labios. Era el mismo miedo de antes, pero esta vez sentía que diferente. No podía seguir huyendo sin fin, sin un rumbo claro. Había llegado el momento de decidir: enfrentar o rendirse y desaparecer.
—Entonces… ¿qué hacemos? —preguntó con un tono desafiante—. No quiero que mi vida siga siendo una huida interminable, Irwin. Si hay algo que puedo hacer, quiero hacerlo. Mi padre estaría orgulloso si yo luchara por todo lo que él construyó.
Irwin sonrió, asintiendo. Vio en los ojos de la chica una determinación que no había notado antes.
—Bien, entonces es hora de pelear —dijo, y sus ojos se encendieron con una chispa de complicidad—. A ver, pensemos un poco. Empezaremos por tu tío y su falsificación del testamento. Estoy casi seguro de que él usó al escribano para falsificarlo. Podríamos comprobarlo… si logramos que ese escribano hable.
Diana negó con la cabeza.
—El escribano nunca dirá nada. Algo lo conozco. Él está del lado de mi tío, y probablemente bien pagado por su silencio.
Irwin soltó una leve risa, entre sarcástica y confiada.
—Hay maneras de hacer hablar a una persona, Diana. Solo necesitamos un poco de presión en los puntos adecuados.
Diana frunció el ceño, no del todo segura de lo que Irwin tenía en mente, pero con una mezcla de curiosidad y determinación.
—Está bien —dijo, respirando hondo—. Pero, ¿cómo llegaremos hasta él sin que nos encuentren primero?
—Para empezar, necesitamos otro auto —explicó Irwin—. El mío ya debe estar identificado, y no quiero correr riesgos. Conozco un taller donde podemos conseguir otro.
En un rato recogieron sus pocas pertenencias y salieron del motel, manteniéndose alerta en todo momento.
Condujeron hasta un barrio apartado en las afueras, hasta llegar a un taller mecánico oscuro y lleno de vehículos antiguos y piezas esparcidas. Irwin apagó el motor y le hizo una seña a Diana para que se quedara en el auto.
Al entrar por un porton oxidado Irwin alertó a un hombre corpulento que trabajaba bajo el capó de un viejo sedán. Era Darío, un mecánico conocido en el ambiente por su discreción y su habilidad para hacer desaparecer autos. El hombre levantó la vista, se sorprendió y se puso muy serio al ver a Irwin.
—Hola Irwin. Yo sabía que en un momento vas a venir acá —dijo, limpiándose las manos en un trapo sucio.
Irwin se acercó.
—¿Qué te hizo pensar que voy a venir?
Darío lo observó con una mezcla de intriga y preocupación.
—Cómo te imaginas, Raúl te esta buscando. No sé qué hiciste, tampoco me importa, pero ahora todos están atentos. Y la recompensa por tu cabeza es grande —murmuró—Raúl está como loco.
Irwin hizo una mueca al escuchar que su propia gente lo buscaba para traicionarlo no era precisamente alentadora, pero no lo sorprendió.
El chico hizo un paso atrás y observó al taller en caso si es una trampa.
Darío lo percibió.
—No hay nadie acá, Irwin. Tu puedes confiar en mí, por eso estas acá. Y es por el auto, ¿verdad?
—Sí, Darío. El mío ya está “quemado”. Necesito otro.
Darío lo miró en silencio. Finalmente, asintió y le hizo una señal para que lo siguiera al fondo del taller. Allí, cubierto bajo una lona polvorienta, había un auto gris oscuro, común y discreto, ideal para pasar desapercibido.
—Toma este —dijo Darío, levantando la lona para mostrarle el vehículo—. Es seguro y nadie preguntará por él. Considera esto un favor por todo lo que hiciste por mí aquella vez.
Irwin asintió, agradecido. Sabía que, en el mundo en que vivían, no todos estarían dispuestos a hacerle un favor tan arriesgado, pero Darío era el único que no olvidaba los favores vitales.
—Gracias, Darío. De verdad.
—Escucha, chico —añadió el mecánico con la voz llena de preocupacion—. Ten cuidado. Hay ojos en todas partes. Cuanto antes desaparezcas, mejor. Y no te preocupes por tu auto viejo, me encargaré de hacerlo desaparecer, como ya sabes que sé hacerlo.
Irwin apretó la mano de Darío con firmeza y le dedicó una última mirada de gratitud.
—No lo olvidaré, Darío. Nos vemos en otra vida, quizá.
Volvió al auto donde lo esperaba Diana. La chica salió afuera y observó al auto nuevo.
—¿Ese será nuestro nuevo compañero de viaje? —preguntó, con un intento de humor.
Irwin asintió, sonriendo ligeramente.
—Es sencillo, pero nos llevará a donde necesitamos.
Subieron al auto y salieron del taller. Mientras se alejaban, Diana miró de reojo a Irwin, consciente de que cada paso que daban juntos los acercaba más al peligro, pero también a la justicia.
La figura de Darío en el marco del portón empezó achicarse hasta desaparecer.
***
Los asientos del nuevo auto no eran tan cómodos para esperar a alguien durante horas.
Irwin y Diana esperaban en silencio frente de la oficina del escribano Nicolás Carrasco. A través del parabrisas, Diana observaba la fachada de la casa: una construcción pequeña y elegante, rodeada de árboles que oscurecían el entorno, dando al lugar un aire misterioso. Diana, con el corazón acelerado, miraba de reojo a Irwin, quien observaba la casa con la calma y precisión de un cazador al acecho.
—Esto es… surrealista —murmuró ella—. Como estar en una película de espías.
Irwin soltó una leve sonrisa sin apartar la vista de la casa.
—Para mí, es un martes cualquiera —respondió, intentando aliviar la tensión.
Diana trató de relajarse, pero el nerviosismo era inevitable. Aquella misión de vigilancia no solo era completamente nueva para ella, sino que, en su interior, luchaba con la idea de cruzar límites que nunca imaginó. Justo cuando empezaba a calmarse, la puerta de la casa se abrió, y el escribano apareció. Vestía un traje oscuro y llevaba una pequeña carpeta bajo el brazo.