CAPITULO 13
La noche envolvía el claro del bosque en sombras densas, apenas iluminadas por la tenue luz de la luna. Diana observaba al escribano, Nicolás Carrasco, quien estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada contra el auto. En la cara del hombre habia pintada una sonrisa de burla y cinismo. Frente a él, Irwin lo apuntaba con una pistola mirándolo fríamente, mientras Diana intentaba contener la ira y el horror que empezaban a retorcerse en su pecho.
—¿Qué nos puede contar, señor escribano? —preguntó Irwin—¿El testamento de Diana fue falsificado?
Carrasco soltó una risa amarga y negó con la cabeza como si Irwin y Diana estuvieran diciendo algo ridículo.
—¿Qué les hace pensar que voy a decirles algo? —se burló—. A mí no me asusta que me traigan al bosque. He lidiado con hombres mucho más peligrosos que ustedes.
Sin perder la calma, Irwin le dio un golpe seco en el rostro. Carrasco se cayó de lado sobre la hierba. Diana dio un paso atrás. El corazón de la chica empezó a latir entrecortado.
El escribano escupió sangre y la miró a Diana.
—Es obvio que el testamento fue falsificado, niña —dijo Carrasco, mirando a Diana con una expresión de desprecio.
Diana apretó los puños y dio un paso al frente.
—¿Y cómo lo hicieron? ¿Falsificaron la firma de mi padre? —preguntó tratando de controlar el enojo.
Carrasco la miró con una sonrisa cínica.
—No se trata solo de una firma, querida. Hay también una huella digital de tu padre en el testamento. Todo está bien hecho.
Diana se quedó en silencio, asimilando las palabras del escribano.
—Pero ¿cómo obligaron a mi padre hacer todo esto? —preguntó Diana.
El escribano soltó una carcajada más fuerte y la miró como si estuviera contándole un secreto sucio y bien guardado.
—Mira, hija mía. Con el avance en el desarrollo farmacológico, y especialmente en una empresa como la de tu padre, no fue nada difícil. —La sonrisa en su rostro se ensanchó mientras observaba la creciente confusión en el rostro de Diana—. Se pueden fabricar pastillas que hacen a la persona cumplir todo lo que se le pide. Tu padre estaba completamente dominado por el efecto de esas pastillas. Se le podía pedir cualquier cosa y él estaba dispuesto a cumplirlo. ¿Entiendes? ¡Absolutamente todo!
Diana sintió que sus piernas flaqueaban.
Irwin apretó la mandíbula y apuntó la pistola al escribano.
—¿Así que el tio de Diana utilizó esas drogas para manipular al padre de ella y quitar la empresa? —La voz de Irwin era un susurro peligroso.
Carrasco lo miró, sin perder su retadora sonrisa.
—Eso es lo que digo. ¿Pero qué piensan hacer al respecto? —replicó con burla.
Diana se arrodilló frente a él.
—No tienes idea de lo que soy capaz de hacer para recuperar lo que me pertenece —susurró—. No soy la niña ingenua que ustedes creyeron que podían manipular y hacer a un lado.
Por un instante el escribano la miró con curiosidad. Pero pronto recuperó su expresión fría y burlona.
—Aun así, ustedes están solos. No tienen poder, ni pruebas, ni aliados. ¿Quién les creerá? —soltó Carrasco.
Irwin, sin apartar la mirada, apretó el arma un poco más.
—Eso lo sabremos pronto.
Carrasco tragó saliva, y una sombra de temor comenzó a asomar en su mirada.
La frustración y la furia ardían en el pecho de Diana mientras encaraba al escribano.
—¡Para empezar, tú vas a denunciar el fraude y después vas a cancelar ese testamento falso!
El escribano alzó una ceja y esbozó una sonrisa despectiva, sin inmutarse ante las amenazas de Diana y el arma que Irwin aún sostenía. Irwin, por su parte, endureció su expresión, apuntándolo con mayor firmeza.
—¿Qué te parece? —dijo Irwin con voz amenazante.
A pesar del peligro inminente, el escribano no mostró miedo. Su mirada se tornó aún más burlona mientras observaba a Irwin.
—Tú eres solo un “gorila” pandillero —murmuró, con un tono desafiante—, pero no eres un asesino.
Irwin apretó los dientes, sus nudillos blancos mientras sostenía el arma con más fuerza. Diana le lanzó una mirada rápida, notando la ira contenida en su compañero.
—¿De verdad crees que voy a temer a dos jóvenes que no saben en lo que se están metiendo? —prosiguió Carrasco, mirando directamente a Diana—. Aunque yo testificara, aunque denunciara todo, nadie me creería. El testamento está firmado y tiene la huella digital de tu padre. Para el sistema legal, eso es una prueba más que suficiente.
Diana sintió que su rabia se mezclaba con desesperación, nublando sus pensamientos. ¿Cómo era posible que la justicia se volviera tan inalcanzable, incluso con la verdad de su lado?
—¿Y qué hay del efecto de esas drogas? —insistió Diana, tratando de encontrar alguna grieta en la seguridad del escribano.
Carrasco rio suavemente, negando con la cabeza.
—Tu padre está muerto, Diana. No hay manera de comprobar que estaba bajo los efectos de alguna sustancia. La muerte lo entierra todo, querida. Lo que sucedió antes de su fallecimiento... ya no importa…
Antes de que pudiera terminar, Irwin, sin contenerse más, le lanzó un fuerte puñetazo al rostro. El escribano cayó hacia atrás, respirando con dificultad y escupiendo sangre. Diana retrocedió un paso, en shock, aunque en el fondo sentía cierta satisfacción ante el dolor del hombre que había arruinado la vida de ella.
—Te mataría ahora mismo —murmuró Irwin, furioso.
El escribano gimió, sosteniéndose el rostro con una mueca de dolor, pero aún mantenía aquella expresión desafiante. Irwin lo miró con asco, dándose cuenta de que las amenazas no lo quebrarían. Después de unos segundos, le lanzó una última mirada de desprecio y, sin decir palabra, se dirigió hacia el auto.
Diana le pegó última mirada de desprecio al escribano y lo siguió a Irwin.
Acá ya no se podía hacer nada.
***