La Herencia Maldita. Libro I

CAPITULO 14

CAPITULO 14

Raúl estaba sentado en su despacho, con el rostro sombrío y los puños cerrados sobre el escritorio. Su mente era un torbellino de pensamientos, cada uno más frustrante que el anterior. Irwin ahora era su mayor problema. No solo había traicionado su confianza, sino que también había puesto en riesgo el trato con Carlos y, por ende, 10 millones de dólares.

Mientras su mente trabajaba a toda máquina buscando una solución, la puerta se abrió. Adriana entró despacio, tranquila por fuera, pero teniendo un volcán por dentro.

Ella tenía muy claro que lo que va a hacer ahora es meter la cabeza de Irwin en la ahorca. Pero la decisión ya está tomada. El bastardo lo merece.

Raúl apenas levantó la mirada.

—Papá, necesito hablar contigo —dijo Adriana, cerrando la puerta.

Raúl soltó un suspiro y la miró con una mezcla de irritación y curiosidad.

—¿Qué quieres, Adriana? —respondió con frialdad.

Adriana ignoró su tono y se sentó frente a él, cruzando las piernas.

—¿Te acuerdas lo que hablamos de encontrar un punto débil de Irwin? —comenzó, inclinándose ligeramente hacia adelante.

—¿Y?

—Estuve pensando mucho en Irwin y en sus movimientos. Y creo que tengo algo que te puede servir.

Raúl la miró con escepticismo, pero su interés aumentó.

—¿Encontraste algo?

Adriana se tomó un momento para elegir las palabras.

—Papá, todo el mundo en las pandillas lo está buscando según las ordenes que les diste. Pero Irwin sabe que está en peligro y va a hacer todo para quedarse “en la sombra”. Escuché también que tú ordenaste a la policía que localizara su auto y lo más probable que él ya se deshizo del él. Pero Irwin no puede moverse sin un vehículo. Es obvio que buscará otro auto, y no lo hará de manera legal.

Raúl asintió lentamente, empezando a entender hacia dónde iba.

—¿Y? ¿Cómo piensas que conseguirá otro? —preguntó.

Adriana sonrió ligeramente.

—Entre todos los pandilleros solo hay uno que puede ayudarlo sin delatarlo. Lo sé porque Irwin me lo contó. Este tipo le debe un favor muy grande a Irwin.

Raúl sacó un cigarro de la caja de madera. Despacio cortó la punta. Lo prendió. Hizo una pitada larga, detuvo el humo en la boca disfrutando el sabor y finalmente largó una nube azul al techo.

—¿Y quién es?

—Se llama Darío. Tiene un taller de autos. No hay duda que Irwin lo va a ver.

Raúl permaneció en silencio, evaluando la lógica de las palabras de su hija. Finalmente, se recostó en su sillón, dejando escapar una risa seca.

—Eres más inteligente de lo que parece, Adriana —admitió con una sonrisa sardónica.

Adriana se levantó, cruzando los brazos.

—No olvides que Irwin me lo entregas a mí.

Raúl asintió.

Mientras Adriana salía de la oficina, Raúl ya estaba marcando un número en su teléfono, preparando a su equipo y buscando, a través de sus contactos la ubicación de un tal Darío, el mecánico. Otra etapa de la cacería estaba a punto de comenzar.

***

El rugido del motor de los autos y el chirrido de los frenos resonaron en el taller, sacando a Darío de su concentración mientras trabajaba en el desarme del auto de Irwin. Con el ceño fruncido, dejó caer la llave inglesa y se incorporó, limpiándose las manos en un trapo. La atmósfera en el taller cambió de inmediato cuando varios hombres armados entraron en el lugar. Por ultimo entró un hombre bien vestido, era el jefe de ellos.

No era muy cómodo ver algo contraluz, pero Darío inmediatamente reconoció a Raúl.

—¡Darío! —saludó Raúl con una sonrisa que no alcanzó a sus ojos. Su tono era amenazante, como un depredador jugando con su presa.

Darío era un hombre robusto y acostumbrado a lidiar con situaciones complicadas. Pero ahora parece que viene algo muy grave.

—Raúl, ¿qué tal? —respondió con tono neutro, sin intentar parecer demasiado amigable ni desafiante.

Raúl se acercó lentamente, observando cada rincón del taller con atención.

—Me han dicho que conoces a Irwin, mi futuro yerno. —Su voz era tranquila, pero el filo oculto en sus palabras era inconfundible.

Darío negó con la cabeza, fingiendo confusión.

—No sé de qué hablas, Raúl. Aquí no viene gente con nombres. Solo clientes con autos.

Raúl soltó una risa seca, clavando sus ojos en Darío.

—Interesante respuesta —dijo con una sonrisa —. Entonces no te importará si mis muchachos echan un vistazo, ¿verdad?

Sin esperar respuesta, Raúl hizo un gesto con la mano, y sus hombres comenzaron a registrar el taller. Darío intentó disimular su incomodidad, pero su mandíbula apretada lo delató. Se quedó inmóvil, observando cómo los hombres revisaban los autos estacionados.

La búsqueda no tardó mucho. Uno de los hombres señaló hacia un auto parcialmente desarmado.

—¡Jefe! Este es el auto de Irwin. Estoy seguro.

Raúl giró lentamente hacia el vehículo. Incluso con piezas faltantes, no había duda de que se trataba del auto de Irwin. El reconocimiento llenó sus ojos de furia contenida mientras se volvía hacia Darío.

—Darío, Darío... —dijo con un susurro amenazante, caminando hacia él—. Te pregunté de forma amigable, pero me mentiste.

Darío intentó hablar, pero antes de que pudiera decir algo, uno de los hombres de Raúl lo golpeó en el estómago, haciéndolo doblarse de dolor.

—¿Sabes qué pasa cuando alguien me miente? —preguntó Raúl mientras se acercaba, su tono aún tranquilo pero mortal.

Darío tosió, recuperando el aliento, pero no respondió. Raúl no necesitaba que lo hiciera. Dio una señal con la cabeza, y sus hombres levantaron al mecánico y lo ataron a un poste metálico en medio del taller.

Uno de ellos trajo un soplete y lo encendió. El zumbido del gas quemándose llenó el aire. La llama azul parpadeaba peligrosamente cerca del rostro de Darío, quien ahora empezaba a sudar.

—Mira, Darío, no soy un hombre cruel sin motivo. Pero si hay algo que odio, es la deslealtad —dijo Raúl, acercándose lentamente—. Necesito saber que auto le diste a Irwin. Nada más. Tal vez aún podamos resolver esto... sin que tengas que probar qué tan caliente está esta llama.




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