Irwin y Diana estaban en el auto al final de la calle, con el motor apagado y las luces del auto apagadas. Desde ésta posición, tenían una vista parcial de la casa que alguna vez fue el hogar de Diana, pero que ahora estaba ocupada por su tío Carlos. Las luces interiores estaban encendidas, y alquilen de los empleados se movía ocasionalmente a través de las ventanas del segundo piso.
Diana miraba fijamente la casa. En su mirada había nostalgia y dolor. Con los brazos cruzados sobre el pecho, suspiró profundamente.
—Nací en esa casa, ¿sabes? —dijo en voz baja, como si las palabras fueran dirigidas más a sí misma que a Irwin—. Todos mis recuerdos de infancia están ahí. Mis cumpleaños, las Navidades con mis padres... Hasta hace poco, pensé que siempre sería mi hogar.
Irwin, apoyado contra el asiento con un cigarrillo entre los dedos, la miró de reojo.
—Es difícil, lo sé —dijo.
El chico por un momento pensó en su propia infancia. Él no tuvo ni diez por ciento de lo que tuvo Diana. Pero ahora la prioridad era ésta chica.
Diana negó con la cabeza.
—No es difícil, es insoportable. —dijo, con la mirada fija en una ventana iluminada
—Por eso estamos acá, luchando.
Diana lo miró con la inseguridad.
—¿Y si ganemos esta batalla y no servirá para nada? Mi tío Carlos y mi papá siempre decían que yo no estaba preparada para manejar la empresa. Que era demasiado idealista, demasiado ingenua. Quizás tenían razón. No sé cómo manejar una empresa, y menos después de todo lo que ha pasado. ¿Y si arruino lo que mi papá construyó?
Irwin tiró el cigarrillo por la ventana y se inclinó hacia ella.
—Escúchame, Diana. Por ahora no pienses en esto. Tenemos las cosas más urgentes a resolver. Y después se verá.
Diana asintió lentamente. Luego, cambió de tema, con un tono más práctico.
—Ya veo que esto no va ser fácil —dijo, girándose para mirar a Irwin directamente.
Irwin se pasó una mano por el cabello, pensativo.
—Pero tampoco imposible. Créeme que tengo experiencia en eso.
El chico miró el reloj.
—Pero necesitamos movernos rápido. Y tampoco podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Nos están buscando, y cada minuto que pasamos cerca de este lugar es un riesgo.
—¿Y si no vamos a poder con él? —insistió Diana.
—Todos tienen su grado de debilidad —respondió Irwin, encendiendo otro cigarrillo—. Solo tenemos que ser duros.
El silencio llenó el auto por un momento, solo roto por el crujido del cigarro al quemarse. Diana volvió a mirar la casa, como si buscara fuerzas en sus recuerdos. Finalmente, asintió con determinación.
—Está bien, Irwin —dijo —estoy preparada para lo que sea.
Irwin sonrió, aunque su mirada seguía atenta a la casa.
—Esa es la actitud. Y ahora, paciencia.
Diana volvió a mirar en la ventana del segundo piso, mientras Irwin jugueteaba con el encendedor, inquieto.
***
Del otro lado de la calle, en un rincón oscuro, también frente de la casa de Carlos, los policías designados por el Inspector Alberto Vargas y la detective Marisa Alvarado pasaban las horas muertas en el auto de vigilancia. Uno de ellos, el oficial Torres, suspiró profundamente, tamborileando los dedos en el volante.
—Esto es un aburrimiento total —dijo mirando el reloj—. Nunca pasa nada en estas guardias nocturnas.
Su compañero, el oficial Ramírez, soltó una risa seca mientras revisaba mensajes en su teléfono.
—Bienvenido al trabajo de vigilancia, amigo. Esto no es una película de acción.
Torres sacó un paquete de cigarrillos, solo para descubrir que estaba vacío.
—Genial, me quedé sin cigarrillos. ¿Qué más puede salir mal esta noche?
Ramírez levantó la vista. Pensó un poco.
—Creo que vi un almacén que funciona 24 horas allí en la esquina. ¿Por qué no vas? Así de paso caminas un poco. Dicen que es bueno para bajar la pansa.
—Muy gracioso—dijo Torres abriendo la puerta. —Necesitas algo?
—No, gracias.
Torres salió del auto y comenzó a caminar por la acera en dirección al almacén. Al llegar a la esquina vio un auto estacionado con luces apagadas. Dentro del auto había una pareja, una chica y un muchacho. Estaban conversando en voz baja. Solo por costumbre, debido al entrenamiento policial, se fijó en los rasgos de los jóvenes y también miró la patente del vehículo. Algo sobre ese número le resultaba familiar, una sensación que le picaba en el fondo de su mente.
Decidió no detenerse ni actuar sospechoso. Continuó hacia el almacén, compró el paquete de cigarrillos y volvió al auto donde lo esperaba Ramírez.
—¿Qué tal la expedición? —preguntó Ramírez en tono burlón.
—Calla y escucha —respondió Torres, encendiendo un cigarrillo y soltando el humo con calma—. Necesito averiguar algo en la comisaría. Dame la radio.
Ramírez, extrañado, le pasó la radio. Torres ajustó la frecuencia y solicitó una verificación.
—Central, aquí unidad de vigilancia frente a la casa de Carlos Rodríguez. Necesito verificar una patente: XFG-238. ¿Está registrada en búsqueda?
Pasaron unos segundos hasta que la voz desde la central respondió:
—Patente XFG-238 reportada en búsqueda. Vehículo relacionado con actividad delictiva.
Torres y Ramírez intercambiaron miradas tensas.
—Confirmado, Central. Solicito refuerzos inmediatos a nuestra ubicación.
Torres apagó la radio y miró a Ramírez.
—Parece que esta noche no será tan aburrida, después de todo.
En pocos minutos, las luces de sirenas comenzaron a iluminar la calle, rompiendo el silencio nocturno con el eco de motores y frenos. La salida de los refuerzos del predio de la comisaria anunciaba que la calma había terminado.
***
Los músculos de Diana e Irwin ya se sentían duros de tanto estar inquietos dentro del auto.
—Creo que para hoy fue suficiente—dijo Irwin —volveremos mañana.
El chico arrancó el motor.
Pero Diana, con los ojos brillantes, rompió el silencio.