La Herencia Maldita. Libro I

CAPITULO 16

El teléfono de Carlos vibró sobre la mesa mientras que él desesperadamente estaba buscando una solución. Ahora que Diana está en la policía es cuestión de horas que los agentes vengan por él. Primero Carlos pensó en escapar. Después se le ocurrió comunicarse con su abogado.

En este momento sonó el teléfono.

Carlos miró la pantalla.

Sus ojos saltaron de la sorpresa que llevó.

Era Raúl.

—¿Qué quieres, Raúl?

—Cambio de planes, Carlos —respondió Raúl—. Tenemos que reunirnos hoy.

Carlos estalló.

—¿Me estas tratando de tarado?

—¿Qué te pasa Carlos?

——¿Cómo piensas cumplir el trato? ¡Hace un rato vi que a mi sobrina la llevó la policía! Al menos que tienes el valor de atacar la comisaría. Allí te aplaudo. Pero dudo que lo hagas. ¿Y de que otra manera vas a cumplir el trato?

Del otro lado del teléfono se escuchó un suspiro de Raúl.

—Pensé que eras más inteligente Carlos, —dijo Raúl. —Espera.

Se hizo una pausa. Después se escuchó la voz de Raúl un poco lejos.

—Saluda a tu tío —

Y allí no más Carlos escuchó la voz de Diana.

—¡Eres un bastardo, Carlos! —gritó la chica —. ¿Cómo pudiste hacerme todo esto? ¡Eres un miserable!

Carlos, otra vez sorprendido miró la pantalla del teléfono.

—¿Necesitas alguna otra evidencia, Carlos? —volvió a hablar Raúl.

Carlos hizo otra pausa procesando la información nueva.

—Está bien Raúl. ¿Dónde nos vemos?

—Te espero en una hora, en la fábrica abandonada “Granswell” en el parque industrial. No olvides llevar el dinero.

Raúl dejó escapar una risa seca, y antes de que Carlos pudiera responder, colgó la llamada.

Carlos permaneció unos segundos con el teléfono en la mano.

—¡Maldito infeliz! —gruñó.

Pero también sintió alivio. No sabía cómo Raúl la sacó a Diana de las manos de la policía en tan poco tiempo, pero lo más importante que el trato sigue en pie.

Se levantó de golpe y comenzó a caminar de un lado a otro en su despacho.

Finalmente, respiró hondo y se detuvo. Tomó el teléfono y llamó a Marco.

—¿Qué pasa, jefe? Es la una de la mañana. —respondió Marco.

—Raúl quiere que hagamos el intercambio esta noche —dijo Carlos, apretando los dientes—En una hora.

Marco hizo una pausa.

—¿A qué se debe tanta urgencia?

—No me queda claro. Pero quiero que reúnas a todos tus hombres. Vengan armados hasta los dientes.

—Entendido. Estaremos en tu casa en veinte minutos —respondió Marco.

Carlos colgó y se dirigió hacia una pequeña caja fuerte oculta detrás de un cuadro en la pared. Giró la combinación con manos firmes y sacó una pistola cargada. La revisó con cuidado antes de guardarla en su chaqueta.

De pie frente al espejo, ajustó su corbata y alisó su chaqueta, tratando de recuperar su habitual aire de control. Sin embargo, la incertidumbre en el fondo de su mente lo mantenía tenso.

***

La tensión en el callejon era sofocante. Raúl y sus hombres observaban a Irwin, herido y sin posibilidad de defenderse. Sus movimientos eran calculados, fríos, como un depredador que disfruta su victoria.

Adriana, con una expresión de odio, caminó hacia Irwin. Con un gesto de su cabeza, Raúl ordenó a dos de sus hombres que levantaran a Irwin, quien apenas podía mantenerse de pie. Lo empujaron hacia Adriana, que lo miraba con una mezcla de desprecio y satisfacción.

—Nunca debiste hacerme esto… —le susurró Adriana con veneno en la voz.

Irwin no respondió. Su mirada permanecía desafiante, incluso mientras Adriana lo empujaba con fuerza hacia el baúl de su auto.

—Métanlo ahí —ordenó Adriana.

Los hombres obedecieron, cerrando el baúl con un estruendo metálico. Sin mirar atrás, Adriana subió al auto y se fue, desapareciendo en la noche.

Diana apenas podía creer lo que sucedía. Su corazón latía descontrolado, y las lágrimas caían silenciosamente por su rostro. Todo se sentía irreal, como una pesadilla de la que no podía despertar.

Raúl se acercó a ella con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora pero que solo transmitía frialdad.

—Tranquila, nena. Ya no tienes de qué preocuparte. Ahora estás bajo mi protección, como te lo prometí.

Diana retrocedió un paso, pero Raúl extendió la mano para guiarla hacia uno de los autos.

—Sube. Todavía tenemos que hacer una cosa muy importante.

Diana dudó, pero el miedo y la confusión la paralizaban. Finalmente, asintió débilmente y permitió que Raúl la escoltara hacia el vehículo.

Mientras los autos arrancaban y se alejaban, Diana lanzó una última mirada hacia el lugar donde habían golpeado a Irwin y donde todavia habia sangre. Sentía una mezcla de dolor, miedo y determinación. Pero ahora también su propio futuro estaba muy incierto.

***

El rugido de los motores rompió la quietud de la noche cuando los tres autos negros se detuvieron frente a la imponente casa de Carlos. Marco salió del auto principal.

Carlos salió de la casa con paso apresurado. Subió al asiento trasero del auto de Marco, cerrando la puerta con un golpe seco.

—¿Están preparados? —preguntó Carlos a Marco.

Marco giró levemente la cabeza hacia él mientras arrancaba el auto.

—Todos están armados. —Sonrió con confianza.

Pero Carlos tenía un mal presentimiento.

***

Los oficiales Torres y Ramírez observaban la casa de Carlos desde su auto.

De repente, vieron tres autos que llegaron a la propiedad de manera rápida y sincronizada.

Carlos salió apresuradamente de la casa y subió a uno de los autos.

Los policías intercambiaron miradas.

Torres tomó la radio.

—Central, acá Torres. Tenemos movimiento en la casa de Carlos Rodríguez. Tres autos han llegado. Carlos salió de la casa. Subió a uno de ellos y ahora se van. ¿Qué hacemos?

La voz de la Central respondió rápidamente.

—Entendido, Torres. Sigan los vehículos.

Ramírez asintió.




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