Una semana después.
Diana estaba sentada en un sillón en la sala de reuniones de la empresa.
Una larga mesa de madera oscura estaba cubierta de documentos, laptops, y gráficos que no tenían ningún sentido para ella.
Hombres y mujeres discutían con seriedad asuntos que le resultaban incomprensibles.
Uno de los directores señalaba una pantalla con un gráfico mientras hablaba sobre las proyecciones de ingresos para el próximo trimestre, pero Diana no lograba concentrarse.
La chica miraba sus manos apoyadas en su regazo, incapaz de encontrar interés en las palabras que flotaban en la habitación. Se sentía ajena, como si estuviera en una película que no entendía.
El aburrimiento la llevó a desviar sus pensamientos hacia los eventos recientes. Se acordó del interrogatorio que le habían hecho los detectives Vargas y Marisa. Era lógico que hubieran tenido preguntas: después de todo, ella apareció de repente en su casa después de ser reportada como secuestrada.
“¿Cómo fue que te dejaron ir los secuestradores?” había preguntado Vargas, con su mirada fija en ella, evaluándola con sospecha.
Diana, siguiendo las instrucciones previas de Raúl, había respondido con calma:
—No sé. Me mantuvieron encerrada todo el tiempo, pero una noche simplemente me soltaron. Quizás mi tío Carlos pagó el rescate… No lo sé, pero después me enteré de que lo mataron.
Había mantenido su voz temblorosa, como si aún estuviera procesando el trauma. Vargas y Marisa la habían observado en silencio, intercambiando miradas que ella no pudo descifrar. Finalmente, la dejaron ir, pero Diana sabía que la historia que les había contado solo era una parte de la verdad.
De vuelta en la sala de juntas, un murmullo de risas de los directores la devolvió a la realidad. Se acomodó en el sillón, intentando parecer interesada. Sin embargo, su mente pronto volvió a divagar, esta vez hacia Irwin.
El recuerdo de su rostro la atravesó como un puñal. ¿Qué había sido de él? La última vez que lo vio, estaba en peligro. Una parte de ella no podía evitar pensar que quizá lo habían matado también. La idea le revolvía el estómago, pero intentaba no dejar que las emociones la controlaran. No ahora, cuando todos esperaban que se comportara como la nueva heredera de la empresa.
Sin embargo, había algo que no podía ignorar: la sensación de que su vida estaba completamente fuera de control. ¿Cuánto de lo que había sucedido realmente entendía? ¿Y cuánto de su destino ahora dependía de Raúl y las decisiones que él parecía tomar por ella?
De repente, uno de los directores se dirigió a ella:
—Señorita Diana, ¿tiene algo que añadir respecto al próximo paso de la compañía?
Diana levantó la mirada, sintiendo cómo todas las miradas en la sala se posaban sobre ella. Su corazón latía con fuerza, pero sonrió con calma y respondió:
—Estoy de acuerdo con lo que propongan. Confío en que saben que es lo mejor para la empresa.
Los directores asintieron, satisfechos, y la reunión continuó. Diana respiró aliviada, pero no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo podría seguir fingiendo que tenía el control.
***
En una oficina privada iluminada por la tenue luz de una lámpara de escritorio, Raúl se sentó con el abogado.
Frente a ellos en una carpeta gruesa había documentos legales, informes financieros y una serie de detalles minuciosos sobre la empresa farmacéutica de la familia de Diana.
Raúl encendió un cigarro, exhalando el humo con lentitud mientras recorría los papeles con la mirada. Finalmente, dejó el cigarro en un cenicero y se inclinó hacia el abogado con una sonrisa torcida.
—Hiciste un excelente trabajo, Joaquín —dijo Raúl, con la voz llena de satisfacción—. Lo investigaste todo, hasta el último detalle. Ahora sé exactamente cómo puedo entrar a la empresa a través de Diana.
Joaquín, que había permanecido en silencio mientras Raúl examinaba los documentos, asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Era importante cubrir todos los flancos, Raúl. No solo se trata de manipular a Diana, sino de garantizar que el resto de la junta directiva no interfiera. Los estatutos de la compañía tienen lagunas legales que podemos explotar, y Diana, como principal accionista, puede firmar cualquier autorización necesaria.
Raúl soltó una carcajada baja, entrecerrando los ojos mientras se recostaba en su silla.
—Esa chica ya está completamente bajo mi control. Cree que soy su salvador, el único que se preocupa por ella. Hará lo que yo diga.
El abogado frunció el ceño, algo preocupado.
—Aun así, es arriesgado. Si Diana descubre la verdad, podría volverse en tu contra.
Raúl agitó la mano, como si ahuyentara un pensamiento insignificante.
—No lo hará. Diana es una chica rota, fácil de manejar. Y si empieza a dudar, ya me encargaré de recordarle quién estuvo allí para "rescatarla".
Joaquín cerró la carpeta y se cruzó de brazos, adoptando un tono más serio.
—¿Y qué hay del producto? La pastilla que mencionaste... La que puede anular la voluntad de las personas. ¿Estás seguro de que quieres producir algo así dentro de la empresa? Podría levantar sospechas si alguien se da cuenta.
Raúl se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio mientras lo miraba directamente a los ojos.
—Exactamente por eso necesitamos la fachada perfecta. La empresa farmacéutica de Diana tiene la infraestructura, los laboratorios y los contactos necesarios. Nadie sospechará nada. Y cuando tengamos esa pastilla en nuestras manos, el poder será nuestro.
Joaquín permaneció en silencio por un momento, evaluando las palabras de Raúl. Finalmente, asintió, aunque con una expresión que delataba cierto recelo.
—Entonces procederé con los siguientes pasos. Me aseguraré de que todo esté listo para la próxima reunión de la junta.
Raúl volvió a recostarse en su silla, satisfecho. Tomó el cigarro nuevamente y lo llevó a sus labios, inhalando con calma.
—Hazlo, Joaquín.