La Hija De Grey (zimmey Libro 1)

—26–

Estiro la mano para llegar a la mesilla de noche y apagar la alarma, han de ser las diez. Con hoy son cinco días los que llevo sin salir de casa. Primero porque me he cogido un resfriado matador que me impedía estar de pie, en más de una ocasión tuve que recurrir a un spray que liberase mis fosas nasales y poder respirar mejor, ¡Ay, mi cuerpo! Cómo dolía por la tremenda fiebre que me ponía. Y ahora, ahora simplemente me embarga la pereza, no quiero levantarme de la cama, aunque le he prometido a Braulio reunirnos en el almuerzo para que me explique las primeras tres fechas, ya que me he dado libre con respecto a la organización de ello.

Los días han pasado y yo continúo con la cabeza hecha un bollo, a decir verdad, me sentía menos tonta enferma, al menos mis pensamientos estaban enfocados en medicamentos y pañuelos. No he contestado el móvil cuando Paul llama, no estoy preparada para eso, y es que últimamente han ocurrido cosas, nos hemos visto envueltos en situaciones que acaban siendo incómodas, al menos para mí. Besos... Más que besos, ¿Qué hubiese ocurrido si el oportuno tío no llega? ¡Madre mía! Mis mejillas arden al recordarlo. Björn Hoffman, un hombre que debe llevar una edad cercana a papá, pero que pantallón, me sentía como una idiota al verlo parado frente a mí, ¡Cristo! Si estaba teniendo un comportamiento poco decente cuando he abierto la puerta, otro alemán anotado en la lista de simpático, atractivo e imponente.

Debo dejar de tirar pereza.
El tiempo avanza y yo necesito un buen baño con jacuzzi.

Al terminar de arreglarme me siento renovada, una mujer nueva. Bueno, no tanto así, pero ver mi nariz roja y los ojos achinados todo el tiempo empezaba a dejarme traumas. Ato mi cabello en una cola alta y amarro un lazo de cinta a la coleta, ¡Ay, pero si me miro linda! Las adulaciones auto, son lo más en esta familia. Gail aparece con una bandeja dando entender que debe cumplir las órdenes de mi padre, debo desayunar bien todos los días, pongo la televisión y la dejo en un programa de supuestamente comedia pero que nunca me provoca risa, sin embargo, sus presentadores son muy guapos. Devoro el muesli como si no hubiese un mañana, sentada a modo de indio sobre la cama, si mamá me viese con los zapatos arriba, me quedo sin pies en ese preciso instante.

Recuerdo la terrible soledad que viviré en los próximos dos días. Thed ha tenido que cubrir a papá en su viaje a Los ángeles en la reunión de ejecutivos no sé qué. Ya que él, como buen esposo, le ha acompañado a New York, puesto que la sucursal de editorial Grey está presentando problemas con los envíos, ¡Pareja hermosa! Me terminó el jugo, Gail regresa, ya tiene medido el tiempo que tardo en comer, entre las vitaminas y uno que otro medicamento, yo la que pronto me como al mundo.

Medio día paso con hambre, y la otra mitad no, sólo porque duermo, aunque en ocasiones también sueño con comida.

—Gail. —Le llamo al bajar las escaleras, pero no me responde.

Estratégicamente cojo el lápiz que utiliza para marcar las compras y una hoja «He salido a almorzar, estaré aquí en unas horas. Sawyer va conmigo. Besos. Phoebe». La dejo pegada al frigorífico con una figurita de imán. Pero que hermosa letra y espectacular caligrafía la mía. Paso por el despacho anunciando a Sawyer que estoy lista, puesto que hace unas horas le dije que saldría.

Llegando al restaurante, el hombre de negro no me deja bajar sola, abre la puerta para mí y se lo agradezco con un leve asentimiento. Tira de la puerta de la entrada para dejarme pasar y toma la posición que tendrá hasta que me vaya de no ser que ocurra algo extraordinario. Alcanzo a visualizar a Braulio en unas de las mesas.

—Hola. —Le saludo, él se pone de pie y me da un beso en la mejilla.

—Hola, Phoebe. Creí que comería solo, de nuevo. —Mueve la silla para que me siente.

—No sería tan descortés para dejarte plantado, además, me conviene mucho el tema que venimos a tocar, puesto que con lo del resfriado y eso, traigo la cabeza vuelta loca. —Claro, y si anexamos a Zimmerman, peor la situación. —Déjame pensar, ya has pedido, ¿Verdad?

—Tienes toda la razón, he pedido. —Sonríe. Tiene una linda sonrisa, ¡Vamos! Hoy amanecí viendo todo precioso. —He traído lo que pediste. —Tiende una carpeta roja sobre la mesa.

—Te escucho, entonces.

—Bien, primero está España. Ahí estaremos dos semanas en las cuales debemos recorrer cuatro ciudades, lo cual nos da una media de tres días por ciudad. Al llegar al aeropuerto de Madrid, tomamos vuelo a Barcelona, donde será la primera firma, justamente en el hotel donde nos hospedaremos, habrán dos horas para alistarte y salir, de noche tendrás una cena convivio organizado por la distribuidora de tus libros, dónde estarás con al menos diez personas que ya han sido seleccionadas por medio de rifas, por supuesto, lectoras de tu libro. Al día siguiente, tenemos después del desayuno, una entrevista de... —su voz se hace lejana.

No, no voy a desmayarme.
O al menos, eso creo.

Nada más y nada menos, que el mismísimo Paul Zimmerman aparece en el restaurante, y no viene solo. Trae muy buena compañía, se divierten por lo que veo, ambos están muy sonriente y ajenos al entorno. Voy a aceptarlo: Una pizca de celos me atormenta, suelto un suspiro e intento concentrarme en lo que se me explica, pero la risa de la chica me distrae, ¡Yo la arrastro de los pelos!

Tranquila, Phoebe.

¿Por qué he de sentir celos yo? Somos amigos y ya. Además, yo no le respondo las llamadas y los hombres son así, necesitan un palo para distraerse, con lo caliente que ha de haber quedado...

—Phoebe, ¿Me escuchas?

— ¿Eh? Si, me decías que en... ¿Barcelona, qué?

—Yo estoy en Valencia, dejé Barcelona hace unos minutos. Concéntrate, volveré a explicarlo, pero esta vez, necesito tu mente aquí, y no en la otra mesa—. Enarco una ceja, parece molesto, y tiene motivos para estarlo, le tengo como idiota hablando mientras yo pienso en cosas que no van al caso.




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