El sonido alarmante del móvil hace que despierte de forma abrupta. ¿Quién podría ser tan grosero para despertarme de la siesta? Arrastrándome por la cama, alcanzo el buró y tras separarlo del cargador deslizo mi dedo en la pantalla para responder, sin fijarme en el remitente.
—Hola. —Respondo arrastrando las palabras por la pereza que me cargo. Aunque siendo sincera, nadie que acaba de despertarse podría estar demasiado consciente.
—Que forma más sensual de contestar—. Se mofa Paul del otro lado de la línea.
—Muy gracioso tú. En mi defensa, recién, unos segundos atrás dormía muy plácidamente. —Me excuso, yo tengo la razón.
—Bah. Cualquiera diría que no has descansado lo suficiente por la noche. —Murmura totalmente satírico.
¡Hijo de la madre que lo parió!
—No tanto como me hubiese gustado, pero igual no me puedo quejar. La razón ha sido bastante... —Me pauso un poco en busca de la palabra ideal, la encuentro y con total desfachatez, añado—: Agradable.
— ¿Agradable? —Inquiere, alcanzo a escuchar su risa burlona. Al menos le ha causado gracia. —Ya estamos tú y yo. Agradable. —Murmura finalmente.
— ¿Qué tal el viaje?
—Bueno, es algo muy tuyo eso de cambiar la conversación cuando te tienen contra la pared, ¡Eh! —Río, no lo hice con esa intención.
— ¿Qué dices? Yo solo soy una novia que se preocupa por el chico que ha cruzado un océano para verle, si eso está mal, soy muy culpable de ello. Responde a mi pregunta, Paul Zimmerman.
—Claro, señorita. —Dice con sorna. —Habría sido perfecto si me compañera hubieses sido tú, pero no me quejo, quien me tocó era bastante... Agradable.
— ¡Hey, macho! Detén tu bicicleta. Háblame de ese compañero o compañera de viaje.
—Uhm, ¿Celosa?
—No me quieras tomar el pelo y dilo.
—Si, mi señora. —Su tono me hace reír, pero recuerdo que estoy en un interrogatorio y mis labios forman una línea. —Como dije antes, una acompañante muy agradable, ¿Quieres conocerle?
Observo el móvil sin decir nada, cuando muchas expresiones cruzan por mi cabeza.
—Videollamada. —Ordeno, sin darle tiempo de nada doy por terminada la llamada.
Recordando que soy una piltrafa, puesto que estaba dormida, me arreglo el pelo y lo ato en una coleta alta, mientras uso el móvil como espejo. Lo dejo sobre la cama en espera de que suene, me concentro en verle como si con eso fuese a conseguir algo.
Un minuto, dos minutos, tres minutos. Gruño, no me saques el Grey, Zimmerman.
Me veo tentada a ser quién marque, pero no lo hago. Vamos, llama. Tamborileo mis dedos en la cama. Los minutos pasan y no recibo nada, ya te van a dar jodió alemán. Estoy por doblegarme cuando la pantalla se ilumina, es un mensaje.
Disculpa, pero no la encontraba.
Elevo una ceja, ¿Qué no encontraba? ¿Hace referencia a la excusa perfecta para que no lo mate? No tengo tiempo para preguntar, lo siguiente que llega es una imagen. En ella aparece una pequeña de poco más de ocho años, sonriente, rubia, ojos verdes y una bonita sonrisa, pese a que su dentadura ha perdido un diente.
Ella es mi acompañante en el viaje.
Muy gracioso, Zimmerman. Mi pantalla se llena con su imagen al entrar la vídeo llamada, bonita foto, me parece muy nueva. Mi arpía interna grita desesperadamente porque le dé al botón rojo, pero mi lado bueno siempre gana.
— ¿Te has tragado un payaso? —Pregunto cuando la llamada se establece. Del otro lado está él, muy sonriente, se ha cambiado la ropa casual que llevaba de aquí por su típica combinación de empresario poderoso.
—No, claro que no. ¿Qué te ha parecido? Se llama Lucía, tiene un hermano mayor que le teme a volar, por lo cual su madre tuvo que cambiarles de asiento, sentía que estaba viajando con mi tía Raquel, unas cosas que decía y por supuesto que no paró de burlarse del pobre chico, se ha bajado más blanco que un papel de avión. —Me quedo embobada viéndolo, ¿Por qué soy tan débil? Sonrío al escucharle, relame sus labios ante lo que creo es resequedad, ¿Y si te ayudo? Me sonrojo por mis pensamientos. — ¿Qué tal ha estado tu día?
— ¿Lucía? Una preciosidad. —Soy sincera, la niña es linda. —En cuanto a mi día, lo mismo de los últimos meses. Algo muy trazado, ir y venir, firmar, regresar al hotel.
— ¿Y, cómo te sientes? —Sé a lo que se refiere, suspiro.
—Bien. —Me limito a responder.
Él me mira. ¡Cristo bendito! Me gana la pena, el bochorno muevo la cabeza de un lado a otro para centrarme nuevamente.
— ¿Qué tal Seattle? —Bufa con un gesto infantil en la cara.
—Una ciudad más, si no estás tú—. Sonrío, bonita labia la que se carga el niño guapo alemán. Si en algún instante estuve molesta, ya no, sus labios se encurvan y su mirada muestra suficiencia, mi plan de matarle, se ha ido a la basura. — ¿Me haces un favor. —Asiento extrañada. — ¿Guardas mi reloj? Creo que le he dejado en el baño.
Vamos Zimmerman, me he ido todo el día. Cruzo los dedos con la esperanza de que aún esté ahí. A pasos largos llego al cuarto de baño y le busco, pero no hay nada. Un Rolex no puede desaparecer como si nada, tiro de los cajones en busca del mismo.
—Paul, no hay nada. —Murmuro con cierto recelo
— ¡Oh, si! —Exclama levantando la mano. Hijo de... —Olvidé que lo traía puesto.
—Te has ganado una patada en el culo con tacones y finos.
—Pero que agresiva te pones, cariño. Solo era una pequeña broma, en realidad, deberías revisar el cajón del buró de la derecha, he olvidado dártelo.
Giro sin decir nada, hasta el punto de casi salir volada de la cama. Me encuentro un caja de terciopelo azul, madre de la divina gracia, la abro y cierro de inmediato.
—Muchas gracias, me he fascinado. —Murmuro con rapidez. Traigo el corazón vuelto loco.
— ¿Si? No parece, ¿Podrías usarlo?
—Claro. —Dejo mi regalo expuesto, tiro de él para sacarlo de su bien colocado sitio. Lo deslizo por mi dedo, me tomo unos segundos para verlo mejor. Tiene una piedra reluciente y bonitos detalles en el aro. — ¿Ves? —Muevo mi mano delante de la pantalla.