La Hija De Grey (zimmey Libro 1)

—49—

Desde donde estoy sentada escucho el sonido de las llantas chirriando contra el pavimento, frenan con brusquedad, y después solo se oyen unos pasos acercándose con rapidez. Se agacha sin importar lo mucho que se ensucie el carísimo pantalón que está usando, se ve agitado.

—Phoebe, ¿Qué pasa? —Es su voz, al verle no puedo hacer más que llorar. No puedo controlarme, me tiemblan las manos. —Háblame por favor.

Intento atender su súplica, pero mi lengua está pegada a mi paladar, soy solo lágrimas. Llena de tristeza y embargada por la decepción que de poco a poco me están matando, siento mi corazón estrujando, deseosa de poder gritar a los cuatro vientos lo que me ocurre, pero me da una terrible vergüenza que no me deja hacerlo.

—Me preocupas, cariño. ¿Qué haces aquí? Y sola... Ven, voy a llevarte a tu casa. —No, por favor.

—No, allí no. —Consigo decir con la voz entrecortada. —No. No quiero.

—Siento que debemos hablar, si no quieres ir a tu casa, vamos a la mía. —Me ayuda a estar en pie. — ¿Qué te han hecho? —Susurra, no puedo verle, mi mirada se dirige al suelo. ¿Qué pensará al saber que mi padre pasó lo que él? Con la diferencia de que lo disfrutaba.

Ya dentro del auto apago el móvil, no necesito de nadie más. Conduce por la ciudad con tranquilidad, en ocasiones puedo sentir su mirada en mí. Gruñe un par de veces al escuchar que su móvil suena, sin embargo; no se preocupa en cogerlo, me abrazo y apoyo la cabeza en la ventana, cierro los ojos con la esperanza de que al abrirlos todo sea una mentira, no funciona, los abro y el dolor continúa ahí, viviendo en mi interior.

Siempre le miré como un ser digno de admiración, lo tenía en un pedestal, que razón tenía Ava al decir que esa verdad me abriría los ojos, me quería ver sufrir, alguien debería informarle que lo consiguió. Toda una vida complaciendo a dos personas falsas, tantas veces que pidieron hacer sus porquerías en mis narices, me duele, me destruye saber que intenté ser la hija perfecta, seguí sus reglas, traté de no desafiarlos demasiado y todo para nada. No puedo dejar de recordar las imágenes, golpean una a una hasta convertirse en una presentación de todas y cada una de ellas. Su cuarto, tienen una habitación dedicada a eso. La sensación de asco de forma en mi interior, de pronto unas terribles ganas de vomitar brotan.

—Detente Paul. —Le suplico llevando la mano a mi boca. Lo hace, y dos segundos después estoy afuera, liberándome de la opresión que conlleva contener las ganas de vomitar.

De pronto sus manos sostienen mi cabeza, escupo y me limpio la boca con la manga de mi chaqueta. Nos encontramos frente a frente, no tengo fuerzas para estar en pie.

—Phoebe. —Le escucho decir antes de que todo se vuelva negro.

Oscuridad.

***

Despierto en un lugar que no conozco. Estoy en la cama con un edredón cubriéndome, que mal me siento. Tengo un dolor insoportable de cabeza, me siento en la cama para buscar alguna señal que me indique dónde estoy, no tardo mucho en hacerlo, en el buró está la mejor pista, una foto de la familia Zimmerman. La observo durante un breve instante, para luego levantarme, mis zapatos no están, por lo cual camino descalza por la habitación en busca de ellos, pero no los encuentro. Escucho voces que van acercándose poco a poco, volteo hacia atrás para encontrarme a la abuela Grace con Paul a su lado.

—Lo siento, pero me asusté y le he llamado. —Se disculpa él. —No sabía que otra cosa hacer.

—Y has hecho bien, muchacho. —Da toques pequeños en su hombro. — ¿Podrías dejarnos a solas, Paul? Por favor.

—Por supuesto, si necesitan algo estaré abajo.

Gira sobre sus talones y cerrando la puerta, desaparece. No digo nada, si ella no lo sabe... ¿Y si está enterada?

—Ven aquí, Phoebe. —Estira su brazo invitándome a acercarme. Niego, no me muevo un centímetro, entonces ella lo hace, doy un paso atrás cuando pretende tocarme. —Bien, veo que estás mejor. Ahora dime, ¿Qué ocurre? Estaba por almorzar cuando me informaron de la llamada del muchacho y claramente mi hambre se fue al escuchar lo que me dijo. ¿Por qué estás así?

— ¿Esta vez mi padre no te ha llamado para ponerte alerta?

—No, esta vez no. Cuéntame lo que ocurre.

—Tienes un hijo mentiroso, de mente oscura y retorcida.

—Ave María, ¿Qué es esa falta de respeto? Algo serio debe estar pasando para que hables así. Empiezo a preocuparme y mucho, hablaremos, pero primero voy a revisarte.

—No es necesario. Me dirás lo mismo de siempre, mi estrés, que la ansiedad, debes comer más, te haremos unos exámenes. Saltemos el protocolo y te ahorras tiempo. Créeme que ninguna de tus famosas pastillas va a curar lo que tengo, no es tan fácil. —Mis ojos se humedecen—. Mi problema no se cura con nada, porque la mentira, es un veneno que mata sin premuras. ¿Sabes tú el pasado de tu hijo?

Su cara de descompone, lo sabe. Bien, que agradable familia. Me mira, pero no dice una sola palabra, ¿Busca acaso una excusa para salvar a su hijo? Claro, como toda madre.

—Mi vida, todos tenemos un pasado. Unos mejores que otros, es permitido equivocarse y luego rectificar. Christian, era un niño confundido, no vivió sus primeros años de la mejor forma. Eso acabó por afectarle de más, por más amor y apoyo que le dimos, hay secuelas que solo el tiempo y la experiencia se lo lleva.

— ¿Qué pasado puede ser tan malo como para acostarse con una vieja? Jugar al tipo que se deja follar con la excusa de estar confundido.

—Cristo bendito, aplaca esa boca. Voy a lavarte la boca con jabón. —Dice sorprendida. —No sé cómo te enteraste de eso, pero...

—Pero nada. Una vez me dijeron que el pasado siempre vuelve para removerlo todo, y... El de ellos me está llevando a mí en su maraña. Siempre les he tenido en lo más alto, ahora es difícil dejarles ahí. Les creí perfectos, buenos, honestos e intachables, ahora vengo a descubrir su mentira, ¿Sabes? Podría comprender que durante su juventud papá se equivocara, es normal, esos aprendizajes y no sé qué más. Pero, ¿Por qué enredar a mi madre también? ¿Conoces la habitación prohibida? Es nada más y nada menos, que su cuarto rojo, donde tienen sexo desenfrenado, atados o golpeados, no sé qué tanto más. Él le hacía o hace, lo que se convierte en aún más asqueroso, es con lo que disfrutaba con la señora Elena. Ella me lo dijo todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.