La Hija de Jesús: El comienzo de un camino

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Una de las cosas más bella que la vida me podía mostrar era los amaneceres desde mi ventana. Es mi momento favorito del día junto con la llegada del atardecer. Porque es el único momento en que me permiten la paz y la tranquilidad, algo que nunca he tenido estos años.

Tengo 25 años y aunque mis orígenes son los mismos… aquí me conocen de otra forma. Tengo otra vida, recuerdos de otros años vividos, puede ser confuso pero desde muy joven se quién soy y se lo ocurrido en Jerusalén. Esta mañana las lágrimas adornaban mis ojos cuando me desperté, recordé la noche de la invasión… cuando Ruh murió en mis brazos.

Tenía la esperanza de que mi padre hubiera escuchado mi plegaria, pero con los años me di cuenta que era demasiado egoísta como para pedirle eso. Por eso me dije a mi misma que debía concentrarme en lo más importante de mi vida, la misión que me dio a cumplir mi abuelo y por la cual resucité.

—Princesa Sara ¿Se encuentra mejor?

Me volteo a ver mi doncella y le sonrío con amabilidad. Tengo el título que resalta mi nombre, la menor de los hijos del gran Emperador romano Constantino I el Grande, pero prefiero no tener tanto renombre como el resto de mis hermanos, además, según mi historia es difícil que me vean más allá de lo que fui o de lo que dejé de ser. Pero a pesar de eso no me negaron mi derecho como princesa y yo la verdad no hice nada para conseguirlo o luchar por él.

Pero sabía que teniendo el poder en mi mano tenía mayor posibilidad de ayudar a las personas, y ese es el privilegio del que disfruto.

—Buenos días Fabiola.

Mi doncella sonríe y se acerca a mi espalda, desde donde se ve la maravillosa ciudad de Constantinopla… nombrada así en nombre de mi padre, pero también se le conoce como la capital del Imperio Bizantino.

Es el paisaje que disfruto cada mañana al comenzar un nuevo día, y debo admitir que es uno de los mejores. Desde mi ventana puedo ver toda la belleza de la ciudad, hasta el extenso mar que se pierde en el horizonte.

La ciudad es un laberinto de divinidades, de inspiraciones. En sus paredes rebosa el talento y la imaginación de muchos genios de las artes plásticas solo con el fin de embellecer la ciudad bajo mis pies.

No he tenido oportunidad de mirar mucho el interior de las calles, pero lo que he visto con mis ojos me ha dejado deslumbrada, y me hipnotizado la magia que crea el hombre con las manos. Mis delirios son los mercados bulliciosos, los festivales llenos de ofrendas a los dioses por la buena cosecha y los buenos momentos del años.

Nunca he ido al mercado pero mis doncellas afirman que son tan maravillosos como los imagino en mi mente. El ingenio del hombre ha avanzado un poco más y ahora hay edificaciones un poco más altas y complejas, pero igual de espectaculares. A lo lejos ver el muelle es deleitarse con el día a día de los citadinos. Sé que la vida de los que pueblerinos es completamente distinta a los que residen en la ciudad, pero igual ella sabe que es igual de divertida.

Ver el ritmo constante que ellos mantienen es algo que no quiero dejar de ver.

̶—Dentro de poco su desayuno vendrá—anuncia Fabiola y yo le dio una sonrisa cuando le volteo a ver.

Me acerco con pasos lentos a la mesa que hay en mi habitación. Mi recamara es sinónimo de riqueza y de poder. Es algo que aunque quiera no puedo esconder… ya no soy aquella chica de Jerusalén, y aunque no llama mucho mi atención, debo admitir que es algo a lo que me he acostumbrado en esta vida.

No puedo definir con exactitud lo enorme que es mi habitación, pero creo que aquí puede ser construida una vivienda. Siendo sincera, cuando ese pensamiento llegó a mi cabeza por primera vez me eché a reir de lo ridícula que sonaba. 

La puerta que permitía la entrada era doble de casi dos metros de altura, con madera clara, casi de color crema. El piso resaltaba por la gama de colores tan llamativos que lucía, rombos alternos entre carmín y blanco. Las paredes eran rojizas casi rozando lo marrón. Una mesa circular mediana de color hueso, con solo una silla a su disposición lucía un bello jarrón decorado con detalles celestes.

En la pared de la izquierda había dos puertas del mismo color, una llevaba a su armario personal. Un lugar en donde te perdías por la gama de colores tan bellos y exóticos que lucían las telas. Tan delicadas como la brisa del viento y tan bellas como los atardeceres sobre el mar.

En ocasiones disfrutaba de refugiarme en ese lugar, era mi refugio, entre los colores y la alegría, siendo sorda a lo que pueda suceder en el mundo exterior. Ahí mismo estaba mi tocador. La otra puerta era su baño personal, un enorme y solitario baño personal. El piso y las paredes eran de mármol, de color marfil escondido en ocasiones por el vapor del agua. 

Al final de la habitación subías dos escalones y mi meta era mi cama. Era colosal para mi sola, pero era cómoda, eso no podía negarlo. Las sabanas eran grises con almohadas de plumas de color blanco, era escondido por una cortina beich, sostenidas por cada punta con cuatro columnas de madera blanca. 

Pero mi lugar favorito luego de mi armario era mi balcón. Tenía la misma longitud de mi cuarto, y para acceder a él, en la pared derecha había enorme arcos cubiertas con cortinas del mismo color.

En el balcón había un diván blanco con los bordes en dorado permitiéndome ver toda la extensión de la ciudad gracias a que la barandilla que me llegaba hasta por debajo de la cintura.




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