La Hija de Jesús: El comienzo de un camino

9

Los días habían pasado y la noticia de mi intento de asesinato ya había corrido por los pasillos del palacio. Decir que mis doncellas no estuvieron a cada paso que daba era mentir. Ignoraron todos mis intentos de ponerme de pie, pero no, ellas aseguraron que ahora seguían cada una de las indicaciones de Vesta.

La chica estuvo atenta a cada segundo de mi recuperación y se lo agradecí profundamente porque no era su responsabilidad directa como el Médico Real. No supo identificar que veneno utilizaron en mi contra, y yo después de pensar no pude notar el instante en que me suministraron dicha sustancia.

A pesar de que no me permiten salir de mi habitación, en ningun momento he tenido tiempo de sentirme sola. Mis doncellas no se van de mi lado, Vesta se ha asegurado cada segundo del avance de mi recuperación, y nos hemos hecho muy amigas. También he recibido muchas visitas, específicamente de muchas de las mujeres con las que trabajo en la iglesia de Santa Irene.

Cuando cumplí los 18 nuestro Medico Real había determinado que yo no podía tener hijos. A pesar de que él lo aseguró nunca supe si era cierto o no, pero sabía que lo mejor era no mencionar nada al respecto. 

Gracias a eso tuve libertad de poder trabajar en la Iglesia con otro grupo de mujeres. Para mi mala suerte al no poder salir del palacio tengo muchas limitaciones, pero tengo la otra facilidad de que puedo financiar muchas de las acciones para la población. Y he hecho muchas amigas entres las chicas.

—¿Se encuentra bien Princesa?

—Todo está bien Tais, estaba recordando que ayer tenía que reunirme con las chicas.

—No se preocupe, ellas informaron que hoy en la tarde iba a venir a verla de nuevo—no detiene su acción de preparar la infusión que ha logrado una gran mejoría en mi cuerpo, indicaciones de Vesta—Estuvieron muy preocupadas cuando le informamos lo ocurrido y dijeron que no dejarán de venir para saber de su estado.

—Seguro insistieron para quedarse a ayudar.

La chica me miró algo sorprendida con una mueca algo graciosa porque hubiera adivinado ese hecho sin que ella me lo hubiera dicho—¿Cómo lo supo?

Suelto una suave carcajada y miro hacia la ciudad que alcanzo a ver desde mi posición en la cama—Las conozco muy bien—hago una pausa para luego volver a mirar a la doncella—¿Dónde están Fabiola y Sibila?

—Preparando su almuerzo.

—¿Ellas están cocinando?

Pregunté extrañada porque entre las funciones de ellas tres, hacer mi comida no está entre ellas. Tais asintió como si fuera algo demasiado obvio, pero yo seguía sin verle la lógica a lo dicho.

—No vamos a permitir que vuelva a ocurrir algo como eso, nos vamos a turnar para quedarnos con usted y que las otras dos hagan sus comidas e infusiones.

—Tais, esa no son sus funciones.

—Pero queremos hacerlo su Alteza—reclama ella con seguridad, y para ser la más joven de las tres ahora mismo demostraba una seguridad poco vista en ella—Usted es muy importante para nosotras, no vamos a permitir que un incidente como este vuelva a ocurrir.

Antes de que pudiera reclamar la puerta se abre dejando ver a alguien a quien no había visto desde el dia del incidente, el joven Cástor, a quien le debo la vida—Buenos días su Alteza.

—Buenos días ̶ saludo a la vez que Tais le permite la entrada, y es cuando noto que vuelve a tener la cesta entre sus manos—¿Vesta lo envió?

Asiente él con una sonrisa—Está ocupada por lo que me pidió de favor y me dijo que si su Alteza se siente mejor puede levantarse de cama.

̶ Eso es una noticia excelente para cierta Princesa impaciente.

—Tais—murmuro avergonzada sin poder mirar a los ojos al hombre de la habitación. Intenté ignorar su presencia pero me era muy complicado, mi cuerpo era consciente de que él estaba aquí, de que la persona que amábamos estaba aquí.

La noche que desperté y a la vez descubrí que Ruh había reencarnado en él pasé toda la noche despierta pensando que después de todo mi padre si me había escuchado. Y después de todo, él había sido quien me había salvado, no pude evitar sonreír. 

Estaba con él, estaba a su lado. Aunque no podía olvidar que él amaba ahora a otra persona, no me importaba, lo que más amé de él cuando niño fue su sonrisa, y es lo que sigo amando ahora, a pesar de que yo no soy quien provoca su sonrisa.

Mi corazón se revitalizó al encontrar otra razón a lo que aferrarse a la vida, protegerlo. Aunque no fuera aquel niño indefenso que conocí, debía protegerlo. 

Un dulce olor llegó a mi nariz, lo que me hizo voltear la cabeza y de repente me encuentro frente a un ramo de flores azules bastante llamativas que me dejaron por un momento sin palabras ante su belleza exuberante. Cuando recordé que no estaba sola alzó la vista y veo los profundos ojos de él. 

—No se equivocó—menciona él, pero yo sigo navegando en sus ojos que pierdo el rumbo de sus palabras. Trago nerviosa intentando pensar en lo último que había dicho él.

—¿Cómo?

—Mi padre—afirma colocando el ramo sobre mi regazo con una leve reverencia—mi padre le mandó estas flores asegurando que su belleza la iba a dejar sin palabras.

Sonrío sin poderlo evitar cuando recuerdo a su padre, el señor Leucio. Desde que tengo uso de razón él ha sido quien ha cuidado del jardín, y con quien mejor me he llevado después de mis doncellas. Él conoce la fascinación que tengo por las flores exóticas como las que tengo sobre mi regazo.

—Dale mis agradecimientos.

—Quería venir él pero se quedó cuidando a nuestra hija.

Alzo mi vista que aún seguía pegada a las flores cuando dijo lo último—¿Su hija?

La sonrisa se amplía en sus labios a la mención de su hija—Si, es una niña de seis años, su nombre es Ileana.

Sin poderlo evitar yo también siento su felicidad_De belleza resplandeciente—murmuro pensando en el significado del nombre.

Antes de que uno de nosotros dos pudiera decir algo más, por segunda vez en el día la puerta se abre dejando ver un grupo de mujeres que no dudaron en acercarse a mi cama, casi tirando al joven a mi lado. 




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