La Hija de Jesús: El comienzo de un camino

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La soledad de nuevo me recibe cuando cruzo las puertas. Ha pasado una semana de sus muertes y aún sigo buscando sus figuras en la oscuridad de la casa, pero nada… eso es lo que me recibe.

Siento los ojos de todo el pueblo sobre mí, ese temor del que tanto huía se estaba cumpliendo, estaba viviendo mi propia pesadilla. Paso noches enteras sin poder conciliar el sueño con la esperanza de que la noche se alargue más y no llegue el día siguiente. 

Me estoy matando a mí misma y no sé cómo detenerme. No tengo fuerzas yo misma de ponerme en pie, por mí, por lo que me queda de vida… si es que puedo llamarla de esa forma.

Incluso las palabras de Khazhak no sirven para aliviar, no cuando la herida sigue abierta, fría y seca. Ya es demasiado tarde para cicatrizar… ya no sirve de nada. Pero el recuerdo de sus palabras me permite un respiro, como un bálsamo para seguir caminando. 

Pero en ocasiones quiero detenerme y gritar. Como ahora que soy incapaz de poner un pie dentro de la casa sin importar la feroz tormenta que azota a mis espaldas. 

Huyo, porque eso es a lo que me he acostumbrado a hacer… a huir sin descanso.

“No te culpes por tener miedo, hasta el más de los valientes teme no poder ver el amanecer”

Me dijo Khazhak el día anterior cuando busque sus sabias palabras, pero aun así me seguía sintiendo perdida.

Corrí… por la fría noche corrí sin descanso buscando un consuelo, mi único consuelo.

La tormenta no parecía amainar, rugía con fuerza de la misma forma que lo hacia mi corazón. Atravesé la iglesia caminando a los dormitorios porque a esta hora de la noche era claro que todos dormían. Toqué su puerta con la respiración sonando en mis oídos.

—Padre—murmuré un llamado bajo pero lo suficientemente alto para que me escuchara—Padre.

Cuando no hubo respuesta me sentí temblar y no de frio. Un pánico me recorrió de tal forma que me arriesgue a abrir la puerta. Ahí estaba, sobre la cama como si durmiera. Pero sin acercarme ya había notado que su alama había dejado su cuerpo en silencio. Caí a su lado tocando su mano, compartiendo el frio de su piel con mi mano temblorosa.

Cerré mis ojos llorando con más fuerza poniendo mi frente en su mano.

“Padre mío, bienaventurado seas… que su camino sea bueno”

Sentí un sonido a mi espalda y dándole una última mirada me alejé para salir por la ventana. Esperé en silencio sentada en el piso escuchando los pasos de Taniel.

—¿Padre?—no lo vi, pero sé que cuando comprobó lo que ya sabía, la conmoción no salía de su rostro—Oh mi Señor, que el Señor lo reciba con las puertas abiertas Padre.

Caminé sin sentido, dejándome llevar por el dolor, la angustia, la que siempre me ha recibido. Creo que son las únicas emociones que no han cambiado a lo largo de mi camino. Aun sintiendo este amor, la tristeza es más dulce a pesar de la amargura.

Veo nuestro lugar especial, el árbol que aun cuando el viento lucha por destrozarlo, él se mantiene en pie. Toco su corteza aún bajo la tormenta, disfrutando del manto de la lluvia sobre mi cuerpo.

—Eres como su alma, fuerte y poderoso… pero puro y bello—sollozo con la prueba de mi dolor escondiéndose entre las lágrimas del cielo—Tu felicidad la tendrás, es tu destino.

Sin importar la lluvia…

Sin importar la tormenta…

Ignorando el dolor… me quedé esperando sentada a sus pies. Deseando, incluso me atrevo a decir que soñando.

¿Qué es lo que espero?

Nada… me acostumbré a no esperar nada y solo mirar cómo pasan el día y la noche. Viendo cómo pasa el tiempo y yo soy su sombra. La sombra de la que se teme, pero la que calma y arrulla como el canto de la noche. Esa soy yo… por eso solo espero bajo el llanto del cielo.

Ya no lloro, lo noté, me siento tranquila y segura. ¿Qué significa esto? No sé, pero quiero aferrarme a eso. Por eso me abrazo a mí misma y cierro los ojos dejándome llevar.

Me gusta soñar, por eso cuando comienzo a hacerlo me pongo feliz, no tengo miedo. Sintiéndome volar, sintiéndome libre. Escucho mi corazón tronando, como la fuerte carrera que se asemeja a esta realidad… a esta vida.

Él comparte mi felicidad, mi libertad. Juntos disfrutamos del amor, lo noto en sus ojos. Cuando acaricio su crin él me agradece con un cabeceo. El más bello de los corceles… Cy, mi mejor amigo.

—Buena carrera Sara.

Junto a él, mi querido Ruh.




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