La hija de Lucifer.

Capitulo 6.

- Pero si es nada más y nada menos que la mismísima Amelia. Tiene meses que no te veía, niña – dijo Phill, mofándose de mi situación, percibiendo que estaba incómoda con él. Me dio una mirada extraña de abajo hacia arriba, terminó en mis ojos con una sonrisa de niño inocente. Comencé a sudar en exceso, debía comprar un nuevo desodorante.
 

Solía llamarme niña para molestarme, supongo se toma muy enserio los de tener 20 años, ya que se considera un hombre experimentado y coqueto, o al menos eso creo yo. 

Phoebe puso los ojos en blanco. – Cierto, hoy es tu día con mi padre. – dijo no muy gratamente.

 

“Mi padre” apreté los puños en un intento desesperado de no golpear su bonita cara con rasgos finos, labios regordetes y cabello rubio. Finalmente suspiré. Sus ojos color azul me miraban, igual que los de su hermano, que por el contrario eran verdes, muy brillantes.

  • Si, hoy es mi día con tu padre – ladeé la cabeza, sarcásticamente. Ella negó con la cabeza.
  • Pero si hoy en día no se puede estar en paz ni un día. – musitaba mientras se hacía a un lado para dejarme pasar con mi mochila.

Que ironía que me lo dijera a mí, la chica que estaba confundida sobre su vida en general, no es humana, tiene un ángel guardián y todavía, para que su vida sea más bonita, tiene que visitar al padre que la odia cada mes, incluso semana, lo cual significaba ver a su amor platónico que siempre se burló de ella.

 

El mayor problema que tenía Phoebe resultaba ser escoger su ropa de marca por las mañanas, decidir qué desayunar, hacer ejercicio para seguir estando delgada, y yo.

 

Mi padre apareció por la puerta, saliendo de su oficina. Al verme, su sorpresa era notoria. Genial, no se había acordado que su hija, biológica, aclaro, llegaría ese día.

 

  • Oh, Amelia, estás aquí, que sorpresa. – su voz era apaciguada, sin mucho entusiasmo.
  • Ni tanto, de hecho hicimos un acuerdo hace años donde acordamos vernos este día, cada mes, cada año. – le dediqué una sonrisa fingida de boca cerrada, mientras asentía lentamente con la cabeza.

 

Todos quedaron en silencio. Mordí mi labio, nerviosa. Mi padre negó con la cabeza, decepcionado de mí. Por alguna razón, siempre me dedicaba esas miradas.

 

El señor Tucker, alias, mi padre, salió de la habitación, dando un portazo a la puerta una vez que volvió a entrar a su oficina. Bajé la mirada, poco a poco mi cuerpo se iba tensando más y más, ya que una mano fría y seca rasguñó mi pierna, fruncí el ceño, al bajar la vista ya no estaba en el mismo lugar.

 

“Todo va estar bien” me dije, “esto ya ha pasado”. Intenté grabar todo lo que pasaría, no quería seguir confundida. Si aquellos sueños aterradores eran una clave para saber de dónde vengo, me enfrentaría a ello.

 

Todo se volvió negro.

 

Al dar mi primer paso, escuché un zapato, uno pisando un charco de agua, tardé medio minuto en darme cuenta de que era mío.

 

A medida que seguía, las personas comenzaban a ser escuchadas, estaba en el mismo lugar que en mi anterior sueño de la cabaña, solo que esta vez estaba fuera, un frio me calaba desde los huesos  hasta afuera, todo era triste, un lugar espeluznante, en donde el nudo en mi estómago no lograba desaparecer.

 

Una luz cegadora llamó mi atención, voltee rápidamente, provenía de unos árboles. Cautelosamente la seguí.

 

  • No podemos seguir con esto. La niña nacerá y vivirá en el cielo, y será un ángel digno y bondadoso. Por favor, déjame hacerlo. – la voz atrapante y bella de una mujer detrás de un árbol me hizo guardar el máximo silencio posible, había alguien ahí.

 

Lo siguiente que pasó, me dejó pasmada, como si un rayo agazapante hubiera caído directamente a mi ser, sacudiéndome hasta los pies, grité con todo lo que tenía, mis pulmones se hicieron tan pequeños que dolía, mi corazón se había detenido, mi cabeza estaba siendo presionada por mi cráneo, mi garganta suplicaba aquel grito de alarma y desespero.

 

Había escuchado una voz que jamás olvidaría, una carnosa, en susurros, enredante hasta las entrañas, melosa y gélida, una grave y engañosa, era una tan espantosa, horrible y dolorosa, que posiblemente quedaría grabado hasta mi muerte. Tan solo había dicho un firme “no, Samara es mía”, y con eso, ya me había asustado a más no poder.

 

Desperté. Mi garganta estaba irritada. Me encontraba en el mismo lugar en el que me fui, Phil y Phoebe se encontraban mirándome como si de un espécimen raro se tratara, y lo irónico es que sí, yo era un espécimen raro, un fenómeno.

 

Intenté hablar. No podía. Me di cuenta que mi padre había salido de la oficina… ¿Qué había pasado?




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