Recuerden aquella vez, en donde por un fragmento de segundo; lo cual parece ser nada, dudaron sobre su propia existencia, sobre su importancia, en el que notas un enorme y poderoso nudo en el estómago, ya que descubres que eres “poco”, que no hay una solución, que comparado con la vida de algún amigo, la suya parece haber sido hecha por el mismísimo demonio.
El mayor enemigo es nuestra mente, nadie mejor que él sabe nuestros miedos, nuestras debilidades, nos ha visto en cada instante de nuestra vida, nos puede recordar lo que somos y lo que siempre seremos, incluso lo que nunca vamos a ser. Ninguna persona nos puede hacer tanto daño más que nosotros mismos.
Ahora recuerden ese instante en el que todo, absolutamente todo valía la pena, cuando vagabas por tu casa y lo convertías en un maravilloso castillo con nada más que tu imaginación tan infinita, o cuando sacabas una buena nota y corrías directo a los brazos de tu madre o padre para demostrárselo, en el momento parece poco, pero, ¿y cuando ya no se puede hacer? Cuando ya no está tu madre para decirte lo orgullosa que está de ti, cuando ya no tienes la suficiente imaginación para ver lo bueno, cuando eres un simple adulto pesimista, cuando caes en la rutina, o cuando te enteras de algo que desvanece toda tu vida en unos pocos segundos…
Mi vida siempre fue una mentira, y a decir verdad, la confusión me está estrujando las entrañas, pensar que era alguien, lo tenía controlado, tener una vida, y después no saber quién eres. Es agonizante, te golpea de un segundo a otro, normalmente los golpes más fuertes en la vida son la muerte de otra persona, pero ¿y cuándo tú eres el que mueres? No soy la misma, y nunca fui la persona que creí ser. Una humana, algo que absolutamente todos nosotros somos en la tierra, dejando de lado otras especies, yo, Amelia, no lo soy.
Desperté con un fuerte dolor de cabeza, una vez que abrí los ojos, unos preciosos ojos color azul intenso me saludaron, muy por dentro sabía que estaba cayendo en la tentación de querer verlo siempre, nadie podía negar que estaba tremendamente… ¿guapo? No, hermoso. Esa es la manera de describir a un ángel.
Caí en cuenta de lo que había intentado hacer.
Un miedo acompañado de un escalofrío me atacó de un momento a otro. ¿Dejar a mis hermanos, a mi madre? Mi mejor amiga y amigo no podrían haberlo superado, mi madre habría caído en depresión, mis hermanos tendrían que cuidarse solos, sin comida, sin dinero. ¿Pero qué me había pasado? Esa no era yo.
Miré con pena a Zaid, éste me miraba con una ceja enarcada, se estaba mordiendo las mejillas internas, lo cual asentó más sus increíbles pómulos, bajo las sombras sus pestañas y cabello rizado parecían ser hechas a mano, suspiré disimuladamente.
Una vez que me encontraba sentada en mi cama, ninguno habló. La mirada de Zaid solo había permanecido en mí durante el segundo en el que desperté, después, quedó viendo a otro punto fijo, con la misma expresión, pero ésta vez con ambas cejas fruncidas, todo eso mientras yo lo veía directamente a él.
Después de cinco minutos, hablé.
- Lo lamento, no sentía que fuera yo, todos pensamientos me golpearon de la nada y... – dije mientras intentaba no titubear. Fue casi inesperado mi comentario, en un tono meticulosamente bajo. Pero paré al notar que él no me ponía atención.
Me tomó tres segundos analizar que me estaba hablando.
La habitación quedó en silencio. Zaid se levantó, y en una sublime mirada se quitó la playera blanca que traía puesta, fruncí el ceño.
Comencé a abrir y a cerrar la boca, diciendo cosas ilegibles.
Una vez levantada por completo su playera, la tiró al suelo con desinterés. Tuve que poner las palmas en mi boca para no lanzar un sonoro grito, su cuerpo, tenía todo tipo de cicatrces.
Ahora las alas de hace unos momentos, aquellas que volaron a través de los cielos para rescatarme, estaban haciendo presencia. Enormes, y eran la completa definición del color blanco, preciosas, elegantes.
Zaid volvió a sentarse, pero ahora en mi cama, en lugar de la silla a mi lado de hace un rato.