La hija de mi amigo

1. Mis verdaderos sentimientos.

Subí en el autobús siendo de noche y pagando el billete me acomodé en unos de los asientos del fondo, agarré mi teléfono de la falda de mi vestido y mire la pantalla del teléfono, tenía un mensaje de la persona que me gustaba. 

Él era Jacobo, mi amigo de la infancia, recordarlo hacía que mi corazón empezara a latir descontroladamente. Lo que más me gustaba de él era ese gracioso lunar en su mejilla izquierda y su sonrisa deslumbrante. 

 

«¿No estás en casa?».

Ese era el mensaje, así de simple. No tenía que haberle respondido, pero lo hice.

 

«No, tardaré en llegar a casa. Además, me sorprende saber de ti después de medio año».

Quería verlo y preguntarle dónde había estado, que había hecho con su vida durante ese medio año. Quería también preguntarle si no había tenido tiempo de hacerme una simple llamada telefónica, para preguntarme por cómo me estaba yendo en mi nuevo trabajo. 

 

 

Al salir del ascensor vi a Jacobo sentado en el suelo y dejado de caer en la puerta de mi apartamento, pero lo que me llamó realmente la atención fue el bulto que lloraba en sus brazos… ¿era un bebé? Jacobo se presentó en mi casa trayendo con él a un bebé. Quise preguntar si era su hijo, pero entonces caí en que esa sería una pregunta ridícula. 

 

— ¡Adi! — Me llamó Jacobo por el apodo por el que él siempre me llamaba. Mi nombre completo era Adela. 

Jacobo se levantó del suelo, y al acercarse a mí observé que no había nada de la persona que vi por último vez hace medio año, sus ojos estaban cansados, llenos de ojeras y su rostro me pedía ayuda.

 

— Estás fatal. — Hablé y Jacobo me extendió el pequeño bulto que no dejaba de llorar. 

 

— ¿Podemos pasar aquí la noche? — Pidió con desesperación y asentí. 

Sostuve entonces en mis brazos al bebé llorón y nada más hacerlo el pequeño dejó de llorar. Jacobo se dejó caer en la pared, llevándose las manos a su rostro. 

 

— Vamos a entrar en mi apartamento antes de que los vecinos nos vean. — Hablé caminando con el bebé en mis brazos y Jacobo me siguió sin decir ninguna palabra. 

Era algo absurdo decir que los vecinos nos podían ver, no sabía cuánto tiempo llevaba Jacobo en la puerta y era más que invidente que lo habrían visto. 

 

— Gracias por dejarnos quedarnos. — Me agradeció Jacobo una vez entró por la puerta, dejando en el suelo un pequeño macuto. 

 

— Sí no te dejo entrar en mi apartamento, mamá me mataría por echarte. — Contesté, dejando el bulto en el sofá de mi pequeño salón. 

Jacobo y yo nos conocimos cuando solo éramos unos bebés, los dos crecimos juntos en un orfanato y siempre fuimos él y yo, hasta que una pareja de recién casados me adoptó cuando cumplir los once años, aunque me adoptaran nunca perdí el contacto con él y nunca faltó un fin de semana que no fuese a verlo. 

Cuando Jacobo cumplió los quince años, aún no siendo ni mayor de edad, tuvo que dejar el orfanato y fue ahí cuando mis padres adoptivos lo acogieron en su casa y pagaron sus estudios. 

 

— Lamento haber perdido la comunicación contigo durante este medio año. — Se disculpó conmigo. — Nunca debí hacerlo. 

 

— Sí crees que debes hacerlo, entonces no pasa nada. — Dije. Jacobo se sentó en un sillón, llevándose las manos a su hermoso rostro, demacrado por el sufrimiento.

 

— No es que yo lo quisiera, las cosas salieron así. — Titubeó al hablar. — Te he echado de menos. 

La forma en la que me había echado de menos no era de la forma que a mí me habría gustado, para él, yo era su amiga, incluso podía ser su hermana pequeña… pero nunca su persona favorita.  

 

— Háblame de lo que has traído a mi casa. — Preferí reconducir la conversación. 

 

— Es mi hija, se llama Deva. — Le tembló la mandíbula al hablar. — Su madre falleció al darle a luz, y la familia de ella no quiere saber nada de mi hija. 

Era obvio que era su hija desde que lo había visto sentado frente a la puerta de mi apartamento. 

 

— ¿Y ella era… ? — Pregunté, esperando algo más, que es mi hija y la familia de ella no la quiere. 

 

— Eira, ese es el nombre de la madre de mi hija, de mi pareja. 

¿Por qué su nombre se me hacía conocido? Eira… No podía ser, era la chica con la que Jacobo estuvo conviviendo durante los años de universidad.

 

— Te preparé la habitación de invitados. — Dije sin saber cómo debía actuar. 

Yo también tenía mis propios problemas y veía que Jacobo eso ni lo veía, solo ve lo que a él se refiere. 

 

— Gracias. — Me agradeció agarrando mi mano y sonreí colocando mi otra mano en su rostro. 

 

— Esta noche necesitas descansar. Mañana haz el favor de ir a casa, mis padres están preocupados por no saber nada de ti. — Le hablé y sentí un agujero en mi pecho, ese agujero estaba y estaría siempre ahí a causa de ser consciente de que para Jacobo yo siempre sería su amiga.

 

— Sí, mañana iré a verlos. — Contestó y soltó mi mano, caminando hacia su hija. 

Dejé mis cosas en la mesa del comedor y caminé hacia el marco que llevaba a los dormitorios, le prepararía el dormitorio que tenía libre y mañana en casa de mis padres veríamos que ocurre con toda esa situación.

Jacobo parecía cansado, sería realmente difícil para él haber perdido a su pareja y verse solo con una bebé. 

 

— No debería preocuparme demasiado, tampoco es que él se hubiera preocupado por mi situación. — Susurré molesta, abriendo la puerta de la habitación de invitados. — Mañana que se la averigüe con mis padres. 

Desaparece y cuando aparece de nuevo es con una bebé en sus brazos, diciendo que su pareja falleció al dar a luz.

 

— Adi, el teléfono. — Habló Jacobo y lo vi en la puerta del dormitorio. 



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En el texto hay: familia, hijos, amor

Editado: 02.01.2023

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