Cuando era pequeña me gustaba morder la mejilla a Jacobo, mi objetivo era su redondo y perfecto lunar que parecía una pequeña luna que iluminaba más su sonrisa.
— ¿Tengo algo en el rostro? — Me habló Jacobo llevándose las manos a su cara. — Tengo que estar horrible después de no dormir bien durante una semana.
— No te preocupes, estás bien. — Mentí y Jacobo abrió el macuto que trajo con él.
— Aquí tengo las cosas de la beba. — Dijo sacando los biberones y una lata de leche en polvo.
Quería preguntarle muchas cosas, aunque no creía que fuese el momento oportuno. Pero si pensaba en el carácter de Jacobo nunca sería el momento oportuno.
— ¿Una semana tiene la bebé? — Pregunté cogiendo un sonajero de colores vivos.
— Sí, Deva tiene una semana. — Habló mientras preparaba un biberón para la pequeña.
Lo observé en silencio y mi conciencia se fue lejos de ese lugar, ¿a donde se marchó mi conciencia? Seguramente a mi cama, me encontraba agotada luego de pasar horas trabajando en la guardería. No reaccioné hasta que Jacobo puso su mano en mi hombro y levanté la cabeza.
— Jacobo… — En su mano tenía un biberón preparado para Deva.
— Debes de estar cansada, porque no duermes. — Dijo y caminó hacía la puerta de la cocina.
Qué vergüenza… Tierra trágame y tírate bien lejos de aquí. Jacobo había venido a mí pidiéndome ayuda y yo me quedé vagando inconscientemente.
Me levanté y caminé siguiendo a Jacobo hasta que lo vi entrar en el dormitorio y cerrar la puerta, no sin antes decirme adiós con la mano. ¿Pero qué ocurría? Me había portado grosera con él.
— Jacobo, si necesitas ayuda me despiertas, no te quedes callado soportando todo el peso tú solo. — Pronuncié tras tocar levemente la puerta.
— Gracias. — Hubo un silencio entre los dos. — Te llamaré si me veo desbordado.
Caminé hacía la puerta de mi dormitorio y entré dejé la puerta encajada, para que se le hiciera más fácil llamarme.
Mientras me cambiaba de ropa en el cuarto de baño empezó la orquesta de llantos, esa pequeña cosita si que tenía unos buenos pulmones. Escuchar los llantos me recordaba a cuando Biel era solo un bebé, sus llantos despertaban a todos los vecinos del edificio y Mateo más que ayudar era como si también fuese a salir llorando. Tras unos cuantos meses intentando criar a nuestro hijo juntos…. nos separamos. Ahora se encuentra en una relación con Emma, una chica que trabaja en el mismo bufete de abogados que él, ambos comparten el mismo departamento y son buenos abogados.
Al salir del cuarto de baño me encontré a Jacobo en la puerta de mi dormitorio cargando con Deva que aún lloraba, teníamos suerte de que mi vecino no vivía en el edificio, ni siquiera sabía si era un hombre, una mujer, un anciano o lo que fuese… la verdad es que nunca lo había visto.
— Déjame a mí. — Dije acercándome a Jacobo y cargando de sus brazos a su hija, nada más hacerlo Deva dejó de llorar. — Descansa un poco.
Nunca hubiera prestado tanta atención al hecho de que la bebé dejará de llorar si no hubiera sido por el rostro de sorpresa de Jacobo.
— Pero… — Me dijo, dudando en si dejar a la pequeña Deva en mis brazos.
¿Cómo podía dudar ahora sí había venido él mismo hasta mi dormitorio? ¿Qué le estaba preocupando ahora?
— Tú solo descansa, cargar con los bebés se me da bien. Soy profesora de guardería, ¿no te acuerdas? — Contesté. — Creo que fue en la última conversación que tuvimos antes de tu desaparición.
— Lo siento. — Dijo y caminó hacía mi cama. — Pero llevó una semana que parece un infierno.
— Te puedo comprender. — Respondí mientras mecía despacio a la bebé en mis brazos. — Yo también tengo un hijo.
— Biel… — Pronunció el nombre de mi hijo. — Seguramente no me recuerda después de seis meses.
Mi hijo tiene dos años y aún recordaba a su tío Jacobo, ¿por qué no lo iba a recordar? Habla como si hubiera pasado años fuera de nuestras vidas… Aunque, notaba que ese medio año había hecho trizas nuestra relación.
— Aún te recuerda. — Hablé y lo miré, Jacobo se echó en mi cama y cerró sus ojos castaños.
— Me alegro… — Arrastró su última palabra antes de caer completamente dormido.
Lo mirara por donde lo mirara, Jacobo siempre había sido una persona responsable, cariñosa y alegre. Pero ahora, después de desaparecer medio año, va y aparece en mi puerta con una bebé, revelando que tenía una relación con la chica con la cual compartía apartamento.
¿Por qué nunca me había dicho que tenía pareja? ¿Por qué se calló y desapareció hasta requerir mi ayuda? Sentía que el corazón me apretaba, que me estaba doliendo por los secretos que me ocultaba y por dejarme claro que yo lo tenía más presente en mi vida que él a mí en la suya.
Apagué el despertador y vi a Deva durmiendo en el centro de la cama, la recién nacida parecía dormir profundamente después de haber dado una noche de llantos.
— Jacobo. — Lo llamé, creyendo que podría estar en el cuarto de baño.
Caminé hacía el pasillo y me acerqué a la puerta del cuarto de baño, viendo que Jacobo no estaba dentro. También busqué en el salón comedor y en la cocina, pero no lo encontré, algo estaba yendo mal. Incluso miré en mi dormitorio y en el cuarto de baño, tampoco lo encontré, y ese sentir de que algo estaba mal se hizo más presente.
Deva se despertó envuelta en el llanto y acudí a ella, cogiéndola de la cama la pequeña dejó de llorar en mis brazos, algo que se le estaba volviendo costumbre.
Fue cuando vi en el cabecero de la cama una nota pegada, en ella estaba plasmada la letra de Jacobo.
«Lo siento, Adi, no puedo con esta situación, es demasiado grande para mí».