La hija de mi paciente

Capítulo uno

—Papi qué te pasa? no entiendo lo que decís —ella apartó la mirada de su celular y miró a su papá con extrañeza, él trataba de hablar y no articulaba bien las palabras su cara del lado derecho se veía paralizado, entonces comprendió que su padre estaba teniendo un ACV se acercó corriendo a su sillón y dijo— tranquilo papá, respira hondo — trataba de darle la calma que ella no tenía, necesitaba ayudarlo y mientras lo sostenía con una mano con la otra llamaba a emergencias.

Subió a la ambulancia con él y llamó a sus tres hermanos varones. Su madre había fallecido hacía cuatro años, necesitaba a su padre, al menos un tiempo más. No estaba preparada para perderlo. Mientras el doctor y la enfermera de la ambulancia entraban rápidamente  a la emergencia del hospital a su padre, ella se quedó sola, en el pasillo pensando que tal vez era su culpa. 

Luego de que se separara de su marido, Julieta quería alquilar un lugar, pero su padre no lo permitió, tenía cuatro habitaciones en su casa y solo una ocupada, además se sentía muy solo desde que había quedado viudo. Sus nietos adolescentes de diecinueve y diecisiete años, eran muy compañeros con él, les gustaba pescar, jugar al truco, cortaban el pasto y le cebaban mate, mientras él les explicaba cómo arreglar su viejo Torino. Julieta era su única hija mujer, era su pequeña, el reflejo de su amada esposa. Lamentó mucho cuando se casó con ese hombre, todo parecía demasiado bueno en él. Él y su esposa se lo advirtieron, le dijeron que se tomara más tiempo para conocerlo bien, pero ella era solo una adolescente enamorada que no veía más que sus buenas cualidades. Luego de unos meses de novios y respetando las reglas de ellos, se casaron. Durante los veintitrés años que estuvieron casados, había sido un buen proveedor para su hija y sus nietos, pero era un hombre solitario y taciturno. Desde que su esposa enfermó y más aún cuando falleció Julieta fue un gran apoyo para él. Ella vivía a cien kilómetros de distancia por lo que se quedaba toda la semana a ayudarlos y volvía los fines de semana con su esposo.  Hasta que hace seis meses, su hija llegó a su casa, contando con pesar, que su esposo se había sentado con los tres, les había dicho que él nunca había sido verdaderamente feliz junto a ellos, sus hijos ya habían crecido y no necesitaban más de él,  debían abandonar su hogar en quince días porque esa era su casa de soltero y él la había vendido. Él era mayor, de lo contrario, le hubiera dado su merecido. Su hija, dulce y pacífica como su madre, le dijo que no valía la pena. Después de todo ella se quedaría con lo más valioso y lo mejor de su matrimonio, sus hijos. 

Julieta era docente y hacía cinco años que no ejercía, desde que su madre  había enfermado. Eso había molestado mucho a su esposo, ya que consideraba que debía enviarlos a un geriatrico y seguir con su vida, pero ella amaba mucho a sus padres y si eran sus últimos días quería disfrutarlos hasta el final, devolverles un poco de lo que ellos le habían dado. Su esposo comenzó a sentirse solo, salía con amigos, los fines de semana, justo cuando ella llegaba. Ella no decía nada, sentía que no podía reprocharle nada, pero lo notaba más distante de lo habitual. 

Un día, mientras él se bañaba para salir con sus amigos, le llegaron varios mensajes. Nunca revisaba su celular, pero su instinto le dijo que lo vea, vió que eran de una mujer, al salir del baño lo enfrentó, él le dijo que no se meta en su vida y al otro día terminó sacándolos a la calle. Ella sentía la culpa de no haber estado tanto tiempo con él, pero con los días, luego de mucho llanto y el apoyo de su padre y sus hermanos notó que él tampoco fue compasivo con ella, no le preguntaba cómo estaban sus padres, nunca le había dado un abrazo, no había sentido ningún acompañamiento de su parte, ni un mínimo interés. Después en esos meses lejos de él se dió cuenta que ninguno de los dos se esforzaba por la relación, era monótona y aburrida por años. Pudo ver desde otro lado que él se iba solo de vacaciones o a visitar a sus parientes, sin siquiera invitarlos a ir. Ella debía ir a visitar a sus padres, para hacer algo diferente en el verano. Sus padres la llevaban al mar y a las sierras. <<¡Qué matrimonio raro que éramos!>> pensaba para sí. Se fue sintiendo feliz consigo misma y reactivando su trabajo docente. Se turnaba con sus hermanos y cada 15 días se juntaban todos. Sus tres hermanos, sus nueras, sus sobrinos y sobrinas y su padre. Lo mismo que habían hecho los últimos meses de su madre. 

 

—Julieta, ¿cómo está papá? ¿Te dijeron algo? 

—No —dijo sollozando en el hombro de Mateo su hermano más chico— todavía no dijeron nada, pero hace diez minutos entró, tal vez le estén haciendo estudios —dijo mirando la hora de su celular.

— Lo importante es que llamaste enseguida a la ambulancia y vino rápidamente —dijo Néstor el mayor de los hermanos tratando de dar tranquilidad al grupo familiar.

— Contanos que hizo papá hoy ¿lo notaste raro? — preguntó Mariano el segundo de los tres varones tratando de evaluar la situación.

— Estuvo normal, desayunamos los cuatro a eso de las 6:30. Llevé a los chicos a su trabajo y escuela respectivamente y me fui a dar clases. Luego volví a eso de las diez de la mañana y tomamos unos mates mientras él estuvo en la huerta. Me puse a cocinar, llegaron los chicos a casa, comimos y Julián se fue a su trabajo nuevamente, mientras Misael fue al club, tiene su clase de remo hoy. Lavé los platos, ordené y él quiso mirar conmigo el programa de preguntas y respuestas. En la propaganda estaba mirando el celular y justo trato de decirme algo… no le entendí bien porque su lengua se trabó y ahí lo miré —angustiada y con su voz quebrada siguió— se le había paralizado la mitad de su cara y vi su angustia en sus ojos, traté de sonar tranquila para que no se ponga mal y llamé a emergencias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.