La hija de mi paciente

Capitulo dos

     En casa después de cenar… 

—Mañana a las 11 es el horario de terapia, voy a verlo al abuelo. Vamos a entrar Mateo y yo. Háganse ustedes el almuerzo. Hay milanesas, con una ensalada y listo. Dejen todo limpio —Julieta trataba de organizar todo ya que el tiempo con su padre era la prioridad.

—Mañana llega un repuesto del Torino ¿y si no hay nadie?—dijo Julián un tanto preocupado.

—Si no hay nadie dejan un aviso y pasan más tarde, sinó lo buscaremos en el correo. 

—Yo estoy toda la tarde mañana—dijo Misael.

—Yo también—agregó Julieta— salvo que se necesite algún trámite para el abuelo.

—Espero que el abuelo se ponga bien, todavía extraño mucho a la abuela y el abuelo es un gran compañero para mí —dijo Julián mientras abrazaba a su madre.

—Espero que sí —dijo con la voz quebrada Julieta y tratando de mostrar compostura agregó—hay que tener en cuenta que va a necesitar mucho de nuestra ayuda, vamos a tener que organizarnos. 

—Sí Ma, por eso no te preocupes —agregó Misael— le conté a Papá y me dijo que si necesitamos un mandado o algo, él va estar de vacaciones en el trabajo. Qué él lo aprecia mucho al abuelo.

—Claro, dale a tu padre las gracias de mí parte —Julieta trataba de sonar amable con su hijo, Misael era el más pegado con su padre y había sufrido mucho la separación— vamos a ir viendo de acuerdo a la evolución del abuelo como seguimos.

 

Al día siguiente…

     Primero entró Mateo, salió con lágrimas en los ojos, ella le dijo

—¿Está bien? —él asintió y entró ella.

     Su padre estaba muy dormido, ella le hizo escuchar el canto de los pájaros en un audio de internet. Le habló de los repuestos del Torino que tenían que colocar. Le acariciaba su rostro, le daba besos en su mejilla y le hablaba al oído. Estaba enfermería frente a la cama. Cada uno estaba concentrado en su trabajo, salvo una enfermera que la observaba sin que ella se diera cuenta. Hacía mucho tiempo que no veía tanto amor y cariño demostrado a un papá, primero su hermano, dándole besos en la mano, decirle cuánto lo amaba y que deseaba tenerlo mucho más tiempo con él. Ahora su hija hacía lo mismo, le hacía escuchar el canto de los pájaros. Su padre abrió los ojos y ella feliz demostró ese cariño con palabras.

—Hola Papi, ¡te amamos tanto, eres tan fuerte! —ella lo abrazo y el intentó hablar, notó que su brazo derecho no respondía, cuando ella vió la tristeza en sus ojos agregó— tranquilo Pa, vas a poder mejorar de a poco con kinesiología vas a ver qué en unos meses vas a estar cómo antes.

—Siempre positiva, igual a tu mamá —dijo muy dificultosamente Enzo y entonces tomó conciencia de su perdida de movilidad en el rostro. Era evidente que había sufrido un ACV y para no preocuparla más de lo que se la veía le regaló una media sonrisa.

—Papi, vos tranquilo ahora nos van a dar el parte y hablamos con el Doctor como sigue todo.

—Señora el Doctor quiere verla para darle el parte —dijo una enfermera de unos 50 años.

—Si claro, ya voy —ella le da un beso a su padre, toma su bolso y sale con apuro a la entrada de terapia. Allí se encuentra con Mateo, el Doctor de terapia les da el informe: se encuentra estable, aparentemente la medicación la está procesando sin inconvenientes, por lo que si sigue así pasadas las 72 horas lo pasan a piso. Es muy riesgoso que continúe en terapia por las infecciones intrahospitalarias. Las horas transcurren sin inconvenientes y a la semana su padre está dado de alta. En esa semana, Julieta tuvo que realizar varios trámites engorrosos en la obra social para la pronta recuperación de su papá. Sobre todo por la kinesiología a domicilio.

    Así pasó un año y su papá ya hacía todo lo de siempre, salvo manejar su viejo Torino. Le había hecho el motor nuevo y lo quería probar en la colectora y en la ruta. Juntos los cuatro, Enzo, Julieta, Julián y Misael planearon pasar el finde largo pescando en el segundo puente en la provincia de Entre Ríos. Iba a manejar Julián ya que él no podía por recomendación médica. 

— Misael ¡creo que pescaste uno grande!

—¡Creo que sí abuelo! —dijo con entusiasmo el adolescente—

—¡Suerte de principiante! —afirmó risueño Julián.

—Seguí mis instrucciones —dijo Enzo muy seguro— si es un dorado va a tratar de cansarte, en todo caso que siga sosteniendo la caña Julián, pero no sedas.

—Tranquilo abuelo —más de media hora después Misael sacaba un hermoso dorado de cinco kilos.

     Hacía mucho calor así que decidieron hacerlo frito en un disco y compartir con otros pescadores. Armaron un largo tablón con las mesas, otros pescadores también hicieron fritos los Pati (pescado de río). Fue un día grandioso compartir con desconocidos risas y comida. La noche la pasaron en un bungalow que alquilaron. Al día siguiente, cerca de las cinco de la mañana se levantaron los hombres a pescar y Julieta, cerca de las siete y media se lavó los dientes, se peinó y se hizo una cola alta y la cara, se puso sus cremas y protector solar con color, como era su costumbre, quería tomar mates, pero no estaba el equipo, seguro los hombres lo tenían. Se hizo un café con leche, abrió la puerta y se apoyó en el marco, con la taza en sus manos. Vió que un niño como de diez años hablaba con su hijo Julián y otro de unos quince años hacía lo mismo con Misael. Sus hijos eran muy sociables como su madre y su abuelo. Su padre estaba hablando con un hombre se reían, era un hombre de cabello negro bien cortado, en un momento dijo algo al niño más pequeño, tal vez sería su hijo. Su voz le sonó conocida, tal vez el hijo de un amigo de su padre, pensó, hasta que lo vió de perfil. Se le hizo un nudo en el estómago, era el Dr. Juan Ignacio. Trago saliva y atinó a meterse dentro del bungalow, pero su padre la vió de reojo y le gritó.

—¡Hija, mira quién está aquí!

 




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