La Hija de Nadia

Capítulo 4: La Nueva Piel

La declaración de Paloma flotó en el aire, cargada de una finalidad helada. Luna la miró, aterrada por la convicción en la voz de su amiga. Leo, en cambio, reclinó su silla, uniendo las puntas de sus dedos. La expresión de sus ojos era la de un estratega al que le acaban de presentar una jugada audaz e inesperada.

​—¿Una puerta de entrada? —repitió Leo, con genuina curiosidad—. Explícate.

​—Demetrius Romano no es un hombre que valore la honestidad —dijo Paloma, acercándose a la pared de cristal y mirando la ciudad debajo—. Si lo hiciera, no estaría con ella. Él vive rodeado de mentiras, las suyas y las de los demás. Valora el control y la discreción. La fachada impecable. Yo no puedo entrar en su mundo pretendiendo ser una chica buena e inocente de pueblo. Ya tiene a su mentirosa particular.

​Se giró, y la luz de la ciudad perfiló su silueta esbelta. Sus ojos verdes, intensos y penetrantes como esmeraldas oscuras, brillaron con una determinación fría. Tres veces más hermosa que su propia madre, una belleza ya de por sí deslumbrante, Paloma poseía una juventud y una frescura que Sabina del Río solo podía simular con maquillaje y dinero.

​—Voy a ser un secreto más interesante. Una mentira más seductora.

​Las siguientes tres semanas fueron una demolición y una reconstrucción. El apartamento de Leo se convirtió en un crisol donde la Paloma de Brumas fue incinerada para forjar a una nueva mujer.

​Leo fue el arquitecto de su nueva identidad: Alessia Rosetti. Una heredera italo-solariana, educada en el extranjero, con una pequeña fortuna familiar y un aire de misterio bohemio. Creó para ella un historial digital impecable pero discreto y la taladró con lecciones de política, finanzas y arte contemporáneo. "La seducción empieza en la mente, Pali", le decía. "Un cuerpo bonito atrae la mirada. Una mente interesante captura el alma".

​Pero la transformación más profunda ocurrió en solitario, en las largas horas de la noche. Allí, Paloma se estudió frente al espejo. Su piel, antes bronceada por el sol de Brumas, ahora lucía pálida y luminosa. Sus labios, que solo conocían el sabor del agua y la fruta, aprendieron a curvarse en sonrisas enigmáticas. Su cuerpo, aún delgado pero con las curvas incipientes de la juventud, se convirtió en el lienzo de su nueva sensualidad. Aprendió a moverse con una gracia felina, consciente del poder que emanaba de cada gesto. La verdadera seducción, entendió, residía en la promesa silenciosa de su mirada, en el roce intencionado de sus dedos sobre su propia piel, en la forma en que su respiración se aceleraba ante la anticipación.

​La noche de la Gala Anual del Museo de Arte de la Capital, el trabajo estaba completo.

​Cuando Paloma salió de su habitación, Luna ahogó una exclamación. Estaba a su lado, un contrapunto perfecto. Llevaba un vestido de seda azul zafiro que caía en pliegues suaves hasta el suelo, su cabello recogido en un moño elegante que dejaba al descubierto unos discretos pendientes de diamantes. Su sonrisa era genuina, aunque teñida de nerviosismo, el ancla emocional del grupo.

​Leo, por su parte, era la imagen de la discreción y el poder. Esperaba junto a la puerta, vestido con un esmoquin de corte impecable en un tono azul medianoche tan oscuro que casi parecía negro. No llevaba joyas ostentosas, solo un reloj de esfera delgada y compleja que se vislumbraba bajo el puño de su camisa blanca. Su expresión era tranquila, analítica, la de alguien que ve todas las piezas de la maquinaria social a su alrededor y entiende perfectamente cómo funcionan.

​Ambos se quedaron en silencio cuando vieron a Paloma.

​Llevaba un vestido de satén color esmeralda que parecía líquido, abrazando cada curva de su cuerpo delgado pero perfectamente formado. El escote insinuaba el suave nacimiento de sus pechos, y la abertura lateral revelaba una pierna larga y torneada con cada paso. Su cabello castaño oscuro caía en ondas suaves sobre un hombro, dejando al descubierto la delicada línea de su cuello. El perfume a jazmín y coñac la envolvía en un aura de misterio y sofisticación.

​Paloma se miró en el espejo del recibidor, con sus dos aliados perfectamente ataviados flanqueándola. La chica de Brumas, la hija de Abel Leal, se había desvanecido. En su lugar, Alessia Rosetti la observaba con unos ojos verdes que irradiaban una mezcla letal de inteligencia y deseo.

​Le dedicó a su reflejo una sonrisa lenta, un gesto que había ensayado hasta la perfección, revelando solo un atisbo de los dientes blancos.

​—Es hora de ir de caza —dijo, su voz un murmullo ronco y seductor que prometía emociones intensas y prohibidas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.