La Hija de Nadia

Capítulo 6: Marcar el Territorio

Una sonrisa casi imperceptible tiró de la comisura de los labios de Demetrius. Sus ojos se oscurecieron, aceptando el desafío íntimo que Alessia le acababa de lanzar.

​Los ojos de Sabina, sin embargo, se entrecerraron. El cambio en la atmósfera era palpable, una corriente eléctrica que ahora los rodeaba a los tres. Con un movimiento que parecía casual pero que era puramente territorial, se apretó más contra el brazo de Demetrius.

​—Mi prometido tiene ese efecto en la gente. Es muy... carismático —dijo Sabina, su voz un ronroneo que no lograba ocultar una nota metálica. Su mirada evaluó a Paloma de pies a cabeza, buscando un defecto, una imperfección en esa fachada de elegancia—. Rosetti... —murmuró, probando el apellido—. No me suena. ¿Su familia es de la capital?

​Era un ataque directo. Un misil social diseñado para exponerla. Paloma sintió un pinchazo de pánico, pero la cara de póker que había practicado durante semanas no vaciló. Antes de que pudiera formular la respuesta perfecta que Leo había preparado para esa misma pregunta, una voz tranquila cortó el aire.

​—Alessia, querida.

​Leo se había acercado, con Luna a su lado. Su sonrisa era la de un hombre que se movía por ese mundo como un tiburón en el agua.

—Perdonen la interrupción. El embajador de Francia pregunta por ti. Insiste en que le des tu opinión sobre la nueva adquisición del museo.

​El nombre de un embajador era un escudo y una espada. Elevó el estatus de Alessia al instante, colocándola en un círculo de poder que dejaba la pregunta de Sabina sobre sus orígenes como algo vulgar y fuera de lugar. La mandíbula de Sabina se tensó casi imperceptiblemente. Había perdido este asalto.

​—Por supuesto —respondió Paloma con una fluidez perfecta—. No podemos hacer esperar al embajador. —Se volvió hacia el candidato y su prometida—. Ha sido una velada inolvidable. Espero que volvamos a coincidir.

​Dirigió un asentimiento cortés a Sabina, pero su última mirada fue para Demetrius. Fue una mirada larga, profunda, una promesa silenciosa que dejó una estela de calor en el aire frío entre ellos.

​Mientras se alejaban con una calma impecable, Luna se inclinó hacia ella en cuanto estuvieron a una distancia segura, su alivio y su pánico luchando en un susurro.

​—Casi me muero del susto. Por un segundo, cuando te miró a los ojos, pensé que te iba a reconocer. Mi corazón se detuvo.

​—Era imposible —intervino Leo en voz baja, guiándolas hacia un rincón más tranquilo cerca de una ventana—. La mujer que ella vio no tiene nada que ver con la chica de Brumas.

​Su mirada analítica recorrió a Paloma, no como un hombre que admira a una mujer, sino como un ingeniero que admira su propia obra.

​—Primero, tu voz —dijo—. Has eliminado por completo el acento suave del campo. Ahora tu voz es más grave, más lenta. Mides cada palabra como si valiera oro. Segundo, tu cabello. —hizo un gesto hacia la cascada de ondas castañas de Paloma—. Pasó de ser bonito a ser una obra de arte. El color es más rico, el corte es de diseñador. No queda ni un rastro del sol de Brumas en él.

​Se detuvo, su mirada volviéndose más intensa.

—Y lo más importante, tu presencia. La chica que llegó a esta ciudad hace un mes caminaba pidiendo perdón por existir. Esta mujer —dijo, refiriéndose a la Alessia que tenían delante— camina exigiendo espacio. Sabina no estaba buscando a su hija asustada; estaba buscando a una rival por el poder. Y eso es exactamente lo que le diste.

​Leo tenía razón. Paloma lo sabía. Pero oírlo articulado de forma tan fría hizo que la realidad la golpeara. Le pasó a Luna su copa de champán vacía, y solo entonces se permitieron ver el temblor violento de su mano. El contacto con la piel de su madre había sido como un veneno, y ahora recorría sus venas, frío y furioso. Se abrazó a sí misma discretamente, tratando de calmar el terremoto interior.

​Desde su refugio, miró a través del salón.

​Y lo vio. Demetrius seguía mirándola.

​Sabina le hablaba, gesticulando con elegancia, pero los ojos del candidato estaban fijos en ella, una expresión de intensa curiosidad en su rostro. No estaba disimulando. O no le importaba hacerlo.

​El anzuelo no solo estaba en el agua. Estaba clavado.




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