La mañana siguiente a la gala, el apartamento era un hervidero de tensión silenciosa. La euforia de la noche anterior se había disipado, dejando en su lugar una calma expectante y peligrosa. Luna caminaba de un lado a otro. Leo estaba frente a sus monitores, observando en silencio. Paloma no se movía, repasando cada segundo del encuentro.
—No puedo creer que funcionara —susurró Luna—. Sabina parecía que iba a fulminarte con la mirada.
—Funcionó porque era inesperado —dijo Leo sin apartar la vista de sus pantallas—. Ahora, la sorpresa ya no es un arma. Él hará un movimiento. La pregunta no es si lo hará, sino cómo.
Como si sus palabras fueran una invocación, el intercomunicador del apartamento sonó.
—Conserjería. Hay un mensajero aquí con una entrega para una señorita Alessia Rosetti.
Los ojos de Luna se abrieron como platos. Paloma se mantuvo impasible, aunque su corazón empezó a latir con una fuerza sorda.
—Que suba —ordenó Leo.
Minutos después, tenían ante ellos una caja plana y elegante de color marfil. Estaba sobre la mesa de centro, y los tres la rodearon como si pudiera explotar.
—Un momento —dijo Luna de repente, su voz teñida de pánico—. ¿Cómo? ¿Cómo sabe dónde vivimos? No le diste la dirección. ¡Nadie tiene esta dirección a nombre de Alessia!
La pregunta flotó en el aire, cargada de implicaciones.
Leo se apartó de la caja y volvió a su teclado. Unos segundos de tecleo furioso y se detuvo, una expresión de respeto a regañadientes en su rostro.
—Es bueno. Es muy bueno —murmuró—. Ayer, veinte minutos después de que nos fuéramos de la gala, alguien de la seguridad personal de Romano solicitó acceso a los registros de invitados y a las grabaciones de las cámaras de seguridad del museo. Cruzaron tu nombre, "Alessia Rosetti", con el de tu acompañante, o sea, yo. Mi nombre es real. Rastrearon el coche con el que llegamos. Es de una de mis empresas fantasma, pero para un hombre con sus recursos, solo es cuestión de tiempo. Es un mensaje, ¿lo veis? No solo te ha encontrado, sino que nos está diciendo que puede encontrarte donde sea.
Una sonrisa lenta y satisfecha se dibujó en los labios de Paloma. El miedo que Luna sentía, en ella se traducía en una euforia salvaje.
—No es un mensaje de amenaza, Leo. Es una demostración de interés. Está desesperado por saber más.
Se inclinó y, con manos firmes que desmentían la tormenta en su interior, levantó la tapa de la caja. Dentro, sobre un lecho de papel de seda negro, estaba la invitación a la subasta benéfica y la tarjeta personal.
Señorita Rosetti,
Para que pueda seguir buscando en los "lugares correctos". Espero verla allí.
D.R.
—Oh, Dios mío —susurró Luna, leyendo la nota por encima del hombro de Paloma—. No solo mordió el anzuelo, se lo ha tragado entero.
—Lo quiere todo en bandeja de plata —dijo Leo, con una sonrisa torcida—. Le hemos dado un misterio y ahora quiere resolverlo.
Paloma no sonrió. Pasó la yema del dedo por las iniciales "D.R.", sintiendo la hendidura que la pluma había dejado en el papel. El hecho de que se hubiera tomado tantas molestias para encontrarla, para enviarle ese mensaje tan personal, era la confirmación que necesitaba. Un escalofrío que no tenía nada que ver con el miedo le recorrió la espalda. Era la emoción pura y peligrosa de la caza.
Levantó la vista de la tarjeta, y sus ojos verdes brillaron con una luz depredadora.
—Leo —dijo, su voz tranquila pero vibrante de poder—. Busca todo lo que puedas sobre esa subasta. Necesito saber quién estará allí, qué se vende y, lo más importante, dónde estará él en cada momento de la noche.
Leo asintió, sus dedos ya volando hacia el teclado.
—Considéralo hecho. La cazadora necesita un mapa del terreno.
*****
Al mismo tiempo, en un ático de cristal y acero que dominaba Ciudad de Reyes, Demetrius Romano se servía un vaso de agua. La noche anterior había sido, por primera vez en años, interesante. Sabina era la prometida perfecta: hermosa, inteligente, socialmente impecable. Su relación era un contrato bien gestionado, una fusión de ambición y poder. Pero era predecible. Estéril.
La mujer del vestido esmeralda, Alessia Rosetti, había sido una descarga eléctrica en su mundo monocromático. No era solo su belleza, era su insolencia. La forma en que lo había mirado, como si él fuera un simple obstáculo, y luego le había dado la espalda. Nadie lo trataba así. Y eso, descubrió, le resultaba irresistiblemente erótico.
Su jefe de seguridad entró en el despacho.
—Señor. La mujer, Alessia Rosetti. Llegó con Leo Vargas, el genio tecnológico. Su historial es un fantasma. Limpio, demasiado limpio. Quienquiera que sea, sabe cómo esconderse.
—Bien —dijo Demetrius, más intrigado que nunca—. Eso es todo, Mendoza.
Él no quería resolver el misterio por completo. Quería explorarlo. Quería jugar. La invitación ya había sido enviada. Ahora solo quedaba un cabo suelto.
Sabina entró en la estancia, ya vestida impecablemente.