La Hija de Nadia

Capítulo 11: La Guarida del Lobo.

La calma de Paloma, tan fría y absoluta, silenció la habitación. Luna la miró, sus ojos llenos de una mezcla de admiración y terror. Leo, en cambio, se recostó en su silla, aceptando el nuevo y peligroso rumbo de la misión.

​—A solas... —repitió Leo, más para sí mismo que para ellas—. Romano no está "solo" nunca, Pali. Su vida está cronometrada al segundo y blindada por un equipo de seguridad que podría proteger a un país pequeño. Encontrar un punto ciego en su agenda es casi imposible.

​—"Casi" no es "imposible" —respondió Paloma, su voz sin inflexiones.

​—No, no lo es —admitió Leo, una sonrisa de desafío asomando en sus labios. Se giró hacia sus monitores, y sus dedos se convirtieron en un borrón sobre el teclado—. Dame unas horas.

​Las horas se convirtieron en una noche de insomnio y en la mayor parte del día siguiente. Luna intentaba distraer a Paloma, pero era inútil. Paloma no comía, no hablaba. Pasaba el tiempo en su habitación, estudiando la información que Leo había recopilado sobre Demetrius: sus gustos, sus hábitos, sus discursos pasados. Se estaba metiendo bajo su piel, aprendiendo a pensar como él, a anticipar sus movimientos.

​Finalmente, al atardecer del segundo día, Leo la llamó. En su monitor principal había un calendario, pero no era el público de Demetrius. Era su agenda privada, un laberinto de reuniones encriptadas y movimientos codificados.

​—Lo tengo —anunció, su voz cansada pero triunfante—. Todos los jueves por la noche, de diez a once, tiene un hueco. Siempre en el mismo sitio. Sin chófer, sin equipo de seguridad visible. Solo él y un guardaespaldas que se queda en la puerta. Es su única hora "libre" de la semana.

​—¿Dónde? —preguntó Paloma, acercándose.

​Leo amplió un mapa. Señalaba un discreto bar de cócteles llamado "El Refugio", ubicado en los bajos de un hotel boutique de lujo en el casco antiguo de la ciudad.

—Es un local de la vieja escuela. Sillones de cuero, luz tenue, whisky caro. Según mis fuentes, reserva todo el bar para él solo. Una hora de paz a la semana para pensar sin que nadie lo moleste.

​Luna se mordió el labio. —¿Y cómo vas a entrar tú ahí? ¿Te vas a aparecer de la nada?

​—No —dijo Paloma, sus ojos fijos en la pantalla—. Él vendrá a mí.

​El plan era audaz y peligrosamente simple. "Alessia Rosetti" ya figuraba como la huésped de la suite presidencial del hotel, una reserva de dos noches gestionada discretamente por Leo. Su presencia en el bar no era una intrusión; era el privilegio de una cliente distinguida. Cuando Demetrius llegara a "El Refugio" para su hora de soledad, se encontraría con que el bar no estaba vacío. Habría una mujer sentada en su rincón favorito, con un libro en una mano y un vaso de whisky en la otra.

​—¡Estarás atrapada allí si algo sale mal! —protestó Luna.

—Tendré acceso a las cámaras del hotel y un equipo de extracción a dos calles de distancia —la tranquilizó Leo—. Pero no pasará nada. Él no querrá que nada pase. Está demasiado intrigado.

​Esa noche, la transformación de Paloma fue diferente. No se puso un vestido de gala, sino unos pantalones de seda negros que se ceñían a sus caderas y una blusa de cachemira de color crema con un escote sutil pero profundo. Su cabello caía suelto, natural. No iba vestida para una cacería pública, sino para una conversación íntima y peligrosa. Era una imagen de sensualidad relajada y confianza absoluta.

​El coche la dejó frente al discreto hotel de lujo que albergaba "El Refugio". Su corazón martilleaba contra sus costillas, un tambor de guerra anunciando la inminente batalla. Pero en su rostro solo había una calma depredadora.

​Entró en el bar con la seguridad de quien posee el lugar. El camarero, previamente instruido por Leo, la saludó por su nombre y la guió a la mesa más aislada, un reservado con dos sillones de cuero enfrentados. Pidió un whisky solo, el mismo que, según la investigación de Leo, bebía Demetrius.

​Abrió su libro. Y esperó.

​Diez minutos después, la puerta del bar se abrió.

​Demetrius Romano entró, su rostro cansado por un largo día. Se detuvo en seco al verla. La sorpresa en su cara fue total, seguida de una chispa de incredulidad y, finalmente, de una sonrisa lenta y genuina.

​La trampa estaba lista. Y el lobo acababa de entrar voluntariamente en la guarida.

La sonrisa de Demetrius era genuina, una rareza que transformaba su rostro duro en el de un hombre peligrosamente encantador. Cerró la puerta de "El Refugio" detrás de él, aislando el bar del resto del mundo. El único sonido era el tintineo del hielo en el vaso de Paloma.

​Se acercó a la mesa sin prisa, sus pasos silenciosos sobre la alfombra persa. No parecía enfadado por la intrusión. Parecía... encantado.

​—De todos los bares en Ciudad de Reyes —dijo, su voz grave una caricia en la quietud de la sala—, viene a elegir el único donde busco un poco de soledad.

​Paloma levantó la vista de su libro lentamente. No había sorpresa en su rostro, solo una calma divertida.

—Mi hotel. Mi bar —respondió, su voz un murmullo ronco—. La pregunta es, Señor Romano, ¿qué hace usted invadiendo mi soledad?

​La audacia de ella lo hizo reír, un sonido bajo y profundo que vibró en el pecho de Paloma.




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