La Hija de Nadia

Capítulo 12: El Sabor del Casi

Paloma

​La puerta de "El Refugio" se cerró, y el eco suave de su cierre sonó como una explosión en el silencio. Paloma se quedó inmóvil, mirando el lugar vacío donde Demetrius había estado. El aire todavía vibraba con su presencia. Su piel, donde la mano de él la había cubierto, ardía.

​Soltó una respiración que no sabía que estaba conteniendo, y sus dedos, que habían estado agarrando la base de su copa con una fuerza de acero, finalmente se relajaron. Estaba temblando.

​El viaje de vuelta al apartamento fue un borrón. Cuando entró, Luna corrió hacia ella, sus ojos buscando respuestas. Leo estaba de pie junto a sus monitores, donde sin duda había visto y oído cada palabra.

​—¡Pali! —exclamó Luna, su voz un susurro ansioso—. ¡Casi te besa! Vi su cara, vi cómo te miraba. Por Dios, ¿estás bien? ¿Qué sentiste?

​Paloma se pasó una mano por el rostro, sintiéndose extrañamente agotada. —No lo sé —mintió a medias.

​—Fue perfecto —intervino Leo, su voz tranquila y analítica—. Lo dejaste con hambre. Perdió el control por un instante, y para un hombre como él, eso es a la vez aterrador y adictivo. La siguiente jugada es suya, y te garantizo que será imprudente. Ganaste la batalla, Pali.

​Pero Paloma no se sentía como una ganadora. Se sentía... expuesta. Se sentía como si en esa habitación, por un segundo, no hubiera sido Alessia Rosetti jugando un papel, sino Paloma Leal, una mujer respondiendo al deseo de un hombre. Y eso la aterrorizaba.

​Más tarde, mientras Leo dormía, su amiga encontró a Paloma en la oscuridad del salón, mirando las luces de la ciudad.

—No fue solo un juego, ¿verdad? —preguntó Luna suavemente.

Paloma no se giró.

—El peligro, Luna... es que una parte de mí no estaba actuando. Y creo que él lo sabe.

Demetrius

​Demetrius entró en su coche y cerró la puerta con una fuerza contenida. El silencio era absoluto. Durante un largo minuto, no se movió. Simplemente se quedó mirando el discreto letrero del hotel, su mandíbula tan apretada que le dolía.

​Luego, golpeó el volante con el puño. Una, dos veces. Un acto de frustración tan impropio de él que lo dejó jadeando.

​Arrancó el coche y condujo por la ciudad sin rumbo, las luces de neón pintando su rostro impasible. Pero por dentro, era un caos. La conversación se repetía en su mente en un bucle infinito. La forma en que ella inclinó la cabeza, el destello de desafío en sus ojos verdes, su voz ronca diciendo su nombre. Y el toque. Dios, el toque. El recuerdo de su piel suave y cálida bajo sus dedos era una tortura física, un picor bajo su propia piel que no podía rascar.

​Era un adicto después de una sola dosis.

​Sabina, la pureza, la lealtad... todo se sentía como un recuerdo lejano, descolorido. Alessia era el presente. Era una tormenta en tecnicolor que había arrasado su mundo gris y controlado.

​Llegó a su despacho en la sede de la campaña, un lugar que normalmente le traía calma y concentración. Pero esa noche, las paredes parecían encogerse a su alrededor. No podía trabajar. No podía pensar. Necesitaba... más. No podía esperar a otro encuentro casual.

​Sacó su teléfono seguro y marcó un número.

—Mendoza —dijo en cuanto su jefe de seguridad contestó. No hubo preámbulos.

—Señor.

—Alessia Rosetti. Está en la suite presidencial del Hotel Alvear. Quiero su número de móvil personal. Ahora.

​Hubo una breve pausa en la línea.

—Señor, como le informé, su rastro es un fantasma. Está protegida por la infraestructura de Leo Vargas. Conseguir un número privado verificado, saltándose su seguridad, podría alertarlos y...

—No te pregunté si era difícil, Mendoza —lo interrumpió Demetrius, su voz tan fría como el hielo—. Te di una orden. Consíguelo. Y sé discreto.

​Colgó. Se quedó de pie en medio de su enorme despacho, un hombre poderoso reducido a la impotencia de la espera. Se sentía patético. Y no le importaba.

​Diez minutos después, su teléfono vibró. Un mensaje encriptado de Mendoza. Dentro, solo una línea de texto.

​Una serie de diez dígitos.

​Demetrius miró el número en la pantalla brillante. Era la llave. La puerta de entrada a la obsesión. El camino a la perdición. Sabía que estaba cruzando una línea de la que no habría retorno.

​Su pulgar, el pulgar del hombre que dirigía el futuro de Solaria, se movió, temblando muy ligeramente, hasta que se cernió sobre el icono verde de llamada.




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