La noche después del descubrimiento de Leo, el aire en el ático era eléctrico. Paloma sabía que él llamaría. La revelación de que Demetrius había elegido ciegamente creer en la mentira de su madre la había endurecido, dándole una nueva y aterradora claridad. Cuando su teléfono vibró con un "Número Privado", su corazón no dio un vuelco. Se calmó.
—Alessia —dijo la voz grave de Demetrius al otro lado, sin preámbulos.
—Demetrius —respondió ella, su tono frío y parejo.
—Estoy cansado de los fantasmas —dijo él, su voz tensa—. Y de las galerías, y de los lugares públicos. Quiero verla. A solas.
—¿Y qué le hace pensar que yo querría eso? —replicó ella, un último vestigio de resistencia.
—Porque sintió lo mismo que yo. Y ambos sabemos que lo que empezó en esa galería no ha terminado.
Tenía razón. Y negarlo sería una debilidad.
—¿Dónde? —preguntó ella, su voz firme.
—Mi ático. Esta noche. A las diez.
—Enviaré la dirección.
—No hace falta —respondió ella, y puso todo el hielo y el misterio en su voz—. Sé perfectamente dónde es.
Y colgó.
A las diez en punto, las puertas del ascensor privado se abrieron. Demetrius la esperaba de pie en medio del salón. Llevaba un vestido lencero de seda rojo sangre.
Él la recorrió con la mirada, desde sus ojos desafiantes hasta la forma en que la seda se ceñía a sus caderas.
—Me estoy volviendo loco, Alessia. Por usted.
Y entonces la besó. Fue una combustión. La boca de Demetrius era un infierno de necesidad, y Paloma, en lugar de retroceder, lo alimentó con su propio fuego. La llevó en volandas hasta el dormitorio principal, un santuario de lujo minimalista y frío. La arrojó sobre la cama inmensa. Se cernió sobre ella, su rostro una máscara de deseo crudo.
—Eres mía esta noche —gruñó, su voz ronca.
—No soy de nadie —jadeó ella, y en ese desafío, él vio la verdad que lo había obsesionado: ella era un poder a su altura.
Le rasgó el vestido con un sonido violento que fue como un grito en el silencio. Se detuvo, mirando su cuerpo desnudo bajo la luz de la luna que entraba por el ventanal. Paloma sintió una oleada de vulnerabilidad, era la primera vez que un hombre la veía así. Era su primera vez. El pensamiento la aterrorizó y la envalentonó. Este era el sacrificio final para su venganza.
Él se deshizo de su propia ropa. Cuando su piel caliente finalmente tocó la de ella, fue como metal al rojo vivo contra la nieve. Se entregó al momento, dejando que la vengadora en su interior guiara sus manos y su cuerpo, mientras la mujer que era temblaba bajo el asalto de sensaciones nuevas y abrumadoras.
Cuando él finalmente se posicionó entre sus piernas, la miró a los ojos. Había una pregunta en ellos. Paloma, la hija de Abel, sintió una punzada de miedo. Alessia, la creación, sintió una oleada de poder. Le sostuvo la mirada y asintió, una única vez.
La sensación de él entrando en ella fue un dolor agudo y desgarrador que le robó el aliento. Un grito ahogado escapó de sus labios, una mezcla de dolor y una extraña, retorcida victoria. Demetrius se congeló al instante, dándose cuenta en ese momento sagrado y brutal de lo que había tomado. Vio la lágrima solitaria que rodó por la sien de ella.
—Alessia... —susurró, su voz llena de un asombro reverente—. Yo no... no sabía...
—No te detengas —susurró ella, su voz un hilo roto. Y fue una orden.
Obedeció. Su ritmo, al principio, fue tierno, casi reverente, como si estuviera manejando el objeto más precioso del universo. La adoró con su cuerpo, cada movimiento una disculpa y una adoración. Y Paloma, superado el dolor inicial, se encontró con una oleada de placer tan pura y tan intensa que la hizo aferrarse a él, su cuerpo moviéndose con el de él en un ritmo instintivo. Se perdió. Por un momento, no hubo venganza, no hubo plan. Solo existían ellos dos, una fusión de piel, sudor y gemidos ahogados.
Cuando llegaron al clímax juntos, fue una explosión que pareció hacer temblar los cimientos de la torre.
Se quedaron enredados en las sábanas, sus cuerpos exhaustos, el aire denso con el olor de su pasión. Él la atrajo hacia sí, su brazo posesivo alrededor de su cintura, y enterró su rostro en su cabello.
—Alessia... —murmuró contra su piel, y su nombre era una oración.
Ella no respondió. Se quedó quieta, dejando que él creyera que se había quedado dormida. Pero por dentro, estaba completamente despierta. El plan había funcionado más allá de sus sueños más salvajes. No solo lo había seducido. Le había dado algo que nadie más podría: su primera vez. Lo había marcado. Ahora, una parte de ella le pertenecería para siempre, y ese conocimiento era su verdadera victoria.
Se quedó así hasta que la respiración de él se volvió profunda y regular. Entonces, con un cuidado infinito, se deslizó fuera de la cama. Se vistió en el silencio del dormitorio, cada movimiento una reafirmación de su propósito.
Cuando estuvo junto a la puerta, se detuvo y lo miró una última vez. Dormía. Por primera vez, parecía vulnerable. Casi... en paz. Una parte de ella sintió una punzada de algo parecido a la piedad. La aplastó sin dudarlo.