La Hija de Nadia

Capítulo 23: Ecos de Brumas

El teléfono vibraba sobre la mesita de noche, una interrupción insistente en la quietud del ático. Paloma no necesitaba mirar para saber quién era. Llevaban dos días llegando, esos mensajes de Demetrius. No los abría, pero las previsualizaciones en la pantalla de bloqueo eran suficientes para agitar la tormenta en su interior.

«Necesito verte.»

«Alessia, contesta.»

«No puedo dejar de pensar en lo que pasó. No puedo dejar de pensar en ti.»

​Cada mensaje era una mezcla de orden y súplica que le revolvía el estómago. Leerlos se sentía como una traición. Ignorarlos, dejarlos "en visto", era un pequeño y patético acto de control en una situación que sentía que se le escapaba de las manos. Estaba confundida. El odio puro que la había impulsado se veía ahora enturbiado por el recuerdo de la pasión y por una emoción peligrosa que no se atrevía a nombrar.

​Por eso, cuando Luna le dijo que Gael quería volver a verla, una parte de ella aceptó por pura desesperación, buscando el aire limpio de un sentimiento que sí entendía.

​Se encontraron en una cafetería tranquila. Cuando Gael entró y le sonrió, Paloma sintió una punzada de nostalgia por la chica que había sido, la que podría haberse enamorado de ese hombre bueno.

—Gracias por venir, Palomita.

​Él habló de sus planes, de un pequeño negocio que quería montar con el dinero que había ahorrado. Había esperanza en su voz, una esperanza que la incluía a ella. Paloma lo escuchó con atención, pero su respuesta fue suave y cuidadosa, la de una amiga que escucha los sueños de otro, no la de una mujer que comparte esos sueños.

—Suena increíble, Gael. De verdad. Te lo mereces.

​Él captó la indirecta. La calidez en sus ojos fue reemplazada por una comprensión melancólica.

—Has cambiado mucho —dijo en voz baja—. La chica que yo recordaba...

—Murió en Brumas —completó ella, y aunque sus palabras fueron duras, su voz era suave—. Lo siento, Gael.

Él asintió, aceptándolo con una gracia que le rompió el corazón.

—Lo entiendo. Pero la amistad... eso sigue ahí, ¿verdad?

—Siempre —respondió ella, y esta vez, su sonrisa fue genuina.

​La acompañó a la parada del taxi.

—Cuídate, Paloma —dijo él, usando su verdadero nombre como un regalo.

—Tú también, Gael.

Subió al taxi y se fue, dejando a Gael de pie en la acera, una figura solitaria que representaba un pasado al que ya no podía volver.

****

Demetrius observó desde su coche al otro lado de la calle hasta que el taxi de Paloma desapareció en el tráfico. La ternura de su despedida, el abrazo, la sonrisa triste de ella... cada gesto fue una vuelta del cuchillo en su orgullo herido. Esperó, su paciencia una capa fina de hielo sobre un volcán de rabia. Solo entonces, salió de su vehículo y se acercó a Gael.

​Gael lo sintió llegar antes de verlo. Se giró, su cuerpo no estaba tenso por el miedo, sino por la alerta de un soldado.

—Señor Romano.

​—Usted y yo no nos conocemos —comenzó Demetrius, su tono bajo y cargado de una autoridad absoluta—. Y quiero que siga siendo así. Aléjese de Alessia.

​Gael lo miró, y por primera vez, una chispa de desafío puro brilló en sus ojos. No se inmutó.

—No creo que usted esté en posición de exigirme nada.

—¿Ah, no?

—No —respondió Gael, y su mirada se volvió fría—. Yo no soy quien le está mintiendo a todo un país. No entiendo por qué sigue a la señorita Alessia con tanta obsesión, cuando todo el mundo sabe que en pocos días va a casarse con su prometida, la señora Sabina del Río.

​Demetrius se quedó en silencio, la furia creciendo en su interior ante la insolencia de ese hombre.

Gael no dijo nada más. Vio que sus palabras habían golpeado. Se dio la vuelta sin esperar respuesta y se marchó, dejando a Demetrius solo en la acera, furioso no por una revelación, sino por la humillación de que un desconocido le hubiera señalado su propia traición.

​*****

​Esa noche, Gael caminaba de un lado a otro en su habitación de hotel. Las palabras de Demetrius resonaban en su cabeza. Alessia. ¿Por qué la había llamado Alessia? Y la forma en que lo había dicho... posesiva, amenazante. Algo estaba muy, muy mal. La Paloma que él conocía no se involucraría en algo tan oscuro. Pero la mujer que había visto hoy, con esa fuerza triste en sus ojos... ya no estaba seguro de conocerla.

​Tomó una decisión. Cogió las llaves y salió.

​El intercomunicador del ático sonó, sorprendiendo a Paloma y Luna en el comedor. Leo contestó desde su estudio.

—Hay un hombre llamado Gael abajo. Dice que necesita ver a la señorita Rosetti. Es urgente.

​El corazón de Paloma dio un vuelco. Luna la miró, aterrada.

—Que suba —dijo Paloma, su voz firme.

​Cuando Gael entró, su rostro ya no era el del amigo nostálgico. Estaba serio, preocupado. Ignoró a Luna y a Leo, y sus ojos se clavaron en Paloma.




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