La casa del lago se había convertido en un santuario, una burbuja suspendida en el tiempo mientras el mundo exterior ardía. Para Paloma y Demetrius, las primeras veinticuatro horas después de la boda cancelada fueron una extraña mezcla de paz idílica y caos distante. Pasaron el día hablando, de verdad, por primera vez.
Él le preguntó por Alessia Rosetti.
—Era una armadura —confesó ella, sentada junto a él en la terraza—. Una mujer que tuve que inventar para poder entrar en tu mundo. Mi vida antes... era complicada. Hay cosas que todavía no entiendes.
—Tenemos tiempo —respondió él, tomando su mano—. Tengo todo el tiempo del mundo para ti ahora.
Y por un momento, Paloma se permitió creerlo. Se permitió disfrutar de la sencillez de un desayuno compartido, del calor de su mano en la suya, de la ausencia de mentiras entre ellos. Pero la pregunta de quién era ella en realidad seguía flotando en el aire, una bomba de relojería esperando el momento adecuado para estallar.
Mientras tanto, Demetrius, con una calma que asombró a Paloma, desmantelaba su antigua vida por teléfono. Renunció a su candidatura en una llamada concisa a su partido. Liquidó fondos de emergencia para manejar la crisis de relaciones públicas. Y ignoró las más de cien llamadas de su madre. Estaba cortando sus lazos con una precisión quirúrgica, y lo hacía todo con una serenidad que solo le daba una cosa: la certeza de tener a Paloma a su lado.
*****
En Ciudad de Reyes, el caos era total. Pero en una suite de hotel pagada discretamente en efectivo, Sabina del Río no era una víctima llorosa. Era una estratega en el centro de su nueva sala de guerra. La humillación pública no la había roto; la había templado en acero.
Su primer movimiento fue sutil. Hizo una llamada a la esposa de un general, una mujer a la que había cultivado durante meses. No pidió nada, solo ofreció su "apoyo" en estos "tiempos difíciles". Renovó sus alianzas, recordando a la élite de la ciudad que ella seguía siendo una jugadora, no una pieza descartada.
Su segundo movimiento fue directo. Convocó a su suite a uno de los guardias de seguridad personales de Demetrius, un hombre joven al que ella siempre había tratado con una amabilidad y una generosidad calculadas.
—Gracias por venir, Marcos —dijo, su voz suave y compasiva—. Sé que estás en una posición difícil. No te pido que traiciones a Demetrius. Solo quiero entender.
El joven, claramente incómodo, asintió.
—Él... cambió, señora del Río. Hace unas semanas. Se volvió... obsesivo.
—Es por una mujer—afirmó Sabina, no como una pregunta —¿Quién es?
—Sí, es Alessia Rosetti.
—Dime todo lo que sepas de ella. Cada encuentro. Cada reunión.
El guardia, por lealtad o por el sobre grueso que ella deslizó sobre la mesa, le contó todo. Le habló de la gala, del encuentro privado en el bar "El Refugio", de la noche en que Demetrius la llevó a su ático y no salió hasta la mañana siguiente. Le habló del hombre misterioso de la cafetería, Gael, y de la vigilancia obsesiva que Demetrius había ordenado sobre él.
Cada palabra era una nueva herida para Sabina, pero su rostro no mostró nada más que una tranquila atención. Estaba recopilando munición.
Cuando el guardia se fue, Sabina se quedó de pie frente a la ventana, las piezas del rompecabezas girando en su mente. Alessia Rosetti. Una fantasma. Leo Vargas. Un genio tecnológico. Gael. Un soldado del pasado. Todo giraba en torno a ella. Para destruir a Demetrius, primero tenía que destruir a la mujer que se lo había robado. Necesitaba saber quién era en realidad.
Hizo una última llamada. A un número que no estaba en su agenda, un número que se sabía de memoria para emergencias.
—Necesito que encuentres a alguien —dijo, su voz fría como el hielo—. O más bien, al fantasma detrás de alguien. Se hace llamar Alessia Rosetti. Quiero saber quién es verdaderamente, dónde viene, a quién le reza y a qué le teme. No me importa el precio. Quiero su alma en una bandeja.
*****
De vuelta en la casa del lago, la noche había caído. Paloma y Demetrius estaban sentados frente a la chimenea, el fuego crepitando, ajenos a la red que se tejía a su alrededor.
—¿De qué tienes miedo? —le preguntó él en voz baja.
Paloma lo miró, sorprendida por la pregunta.
—Tengo miedo... —comenzó, y la verdad salió antes de que pudiera detenerla—, de que cuando sepas toda la verdad sobre mí, me odies.
Él le tomó la mano, su tacto era cálido y firme.
—Quiero saber tu verdad, Alessia. Sea cual sea. Nada de lo que me digas podría hacer que me aleje de ti.
La sinceridad en su voz la desarmó. Se inclinó para besarlo, un beso lleno de una gratitud y una vulnerabilidad que no había sentido antes. Pero antes de que sus labios pudieran tocarse, el teléfono de Demetrius sonó, un zumbido urgente que rompió el hechizo.
Era Mendoza. Demetrius contestó, su rostro cambiando de la ternura a una alarma helada.
—Señor —dijo el jefe de seguridad, su voz cargada de una urgencia que heló la sangre de Demetrius—. Tiene que salir de ahí. Ahora mismo. Sabina está de camino. Y no viene sola.