—Señor —dijo el jefe de seguridad, su voz cargada de una urgencia que heló la sangre de Demetrius—. Tiene que salir de ahí. Ahora mismo. Sabina está de camino. Y no viene sola.
Las luces de tres vehículos barrieron la terraza. Demetrius se puso de pie de un salto.
—Ve a la habitación y no salgas —le ordenó.
Ella negó con la cabeza.
—No. Lo terminaré a tu lado.
La puerta principal se abrió de golpe. Sabina entró, sus ojos ardiendo de furia, y se clavaron en Paloma.
—Así que esta es la ladrona —siseó—. La zorra que se metió en una relación de dos años para robar lo que no es suyo.
—Sabina, basta —dijo Demetrius, interponiéndose—. Vete.
Pero Paloma le puso una mano en el brazo, deteniéndolo. Avanzó un paso.
—He aprendido a ser muchas cosas estas últimas semanas —dijo, su voz tranquila—. A mentir, a seducir, a destruir. Pero todo lo aprendí de la mejor. Querida madre.
El silencio que cayó sobre la habitación fue total, pesado, sofocante.
La máscara de furia de Sabina se hizo añicos, reemplazada por una incredulidad absoluta. El color desapareció de su rostro.
—¿Paloma? —su voz fue un susurro roto.
Demetrius se quedó paralizado, la palabra "madre" rebotando en su cráneo. Miró a Paloma, que ahora sonreía con una frialdad que le heló la sangre.
—Así es —dijo Paloma, su voz ahora goteando un sarcasmo venenoso mientras miraba a su madre—. Paloma Leal. Hija de Nadia Leal. Oh, perdona —añadió, girándose ligeramente hacia un Demetrius petrificado—. Ahora eres Sabina del Río, ¿verdad?
Nadia Leal.
El nombre golpeó a Demetrius porque su propia memoria lo traicionó. De repente, la imagen de la mujer que había conocido en ese camino polvoriento cerca de Brumas se superpuso con la mujer que tenía delante. La misma cara. La misma voz. La historia de la tía enferma. La soledad. La pureza. Todo una mentira. Una actuación.
Y Paloma. La hija. Su aparición repentina. La seducción. La venganza.
No había sido una casualidad. Había sido una operación. Y él, Demetrius Romano, había sido el objetivo, el premio, el tonto. Se sintió un juguete en la guerra personal de ellas dos.
Se giró hacia Paloma, el dolor en sus ojos eclipsando la rabia.
—¿Y tú? —preguntó, su voz rota, el corazón hecho pedazos—. Tu aparición en mi vida... ¿fue una casualidad?
Con lágrimas corriendo por su rostro, ella negó con la cabeza.
—No. Al principio, creía que eras cómplice. Quería destruirte por la muerte de mi padre, pero después... después yo me...
Él levantó una mano, deteniéndola. No podía soportar oírlo. La traición era demasiado profunda. Sacó su móvil, sus movimientos rígidos, y se dio la vuelta.
—Mendoza. Prepara el jet. Me marcho.
Y sin mirar a ninguna de las dos, caminó hacia la puerta y se fue.
El silencio que dejó fue ensordedor.
—Aunque no lo creas, yo te amo, hija —susurró Nadia.
Paloma soltó una risa ahogada y llena de burla.
—Tú no amas a nadie más que a ti misma. Amas el dinero. —Se secó las lágrimas con rabia—. Me alegro. Me alegro de haberte humillado ante el pais entero. De haberte hecho sufrir. Aunque no es nada comparado con lo que vivió mi padre por tu culpa.
Levantó el mentón, la vengadora resurgiendo de las cenizas.
—Vas a ir a la prensa y declararás que la boda se canceló de mutuo acuerdo, que ambos se dieron cuenta que el amor se acabó y no iban a mentir a todo un pais con un matrimonio sin amor. Si no lo haces, revelaré quién eres. Tengo tu acta de matrimonio con mi padre. Mi acta de nacimiento. Álbumes de fotos. Te destruiré, mamá.
Nadia la miró, no a una hija, sino a una extraña. Una mujer de acero forjada en el dolor.
—¿Tanto lo amas? —preguntó, su voz finalmente vacía.
—Sí —respondió Paloma.
Sabina asintió lentamente. Se dio la vuelta para irse. Se detuvo en la puerta.
—Espero que algún día me perdones —dijo en voz baja—. Lo único que hice fue cumplir mis sueños.
Y se marchó.
Paloma se quedó sola. La venganza estaba completa. Su madre estaba derrotada. Su padre, vengado. Y Demetrius se había ido.
Se deslizó por la pared hasta el suelo, abrazándose las rodillas. Y comenzó a llorar. Un llanto amargo, desgarrador. Porque su venganza se había vuelto en su contra. Había ganado la guerra, pero había perdido al único hombre al que había
*****
El viaje de vuelta en el jet privado fue un infierno de silencio y lujo. Demetrius estaba sentado en un sillón de cuero blanco, un vaso de whisky intacto en la mano, viendo cómo las nubes se teñían de sangre con el atardecer. Cada turbulencia del avión era un eco de la tormenta que se desataba en su interior.
La rabia era lo más fácil de sentir. Era una furia limpia, helada. Rabia contra Nadia por su engaño monumental, una mentira de dos años construida con la pericia de una maestra estafadora. Rabia contra Paloma por haber sido el arma de esa mentira, por haber usado su cuerpo y su aparente inocencia para llevar a cabo una venganza tan retorcida. Y una rabia aún más profunda contra sí mismo, por haber sido tan ciego, tan arrogante, tan estúpidamente necesitado de algo "puro" que se tragó la mentira entera sin dudar.