La Hija de Nadia

Capítulo 31: La Huida

El sol de la mañana se filtraba por los inmensos ventanales de la casa del lago, pero no traía calor. Para Paloma, el mundo se había vuelto gris, silencioso y frío. La adrenalina de la confrontación se había desvanecido, la furia que la había sostenido durante meses se había extinguido, y en su lugar, solo quedaba un vacío helado y expansivo en su pecho.

​Había ganado. Había destruido a su madre, había vengado a su padre. Y en el proceso, se había aniquilado a sí misma.

​Vagaba por la casa como un fantasma. La lujosa sala donde Demetrius la había abandonado, la terraza donde había llorado, el dormitorio donde habían hecho el amor... cada rincón era un monumento a una victoria que le sabía a cenizas en la boca. Se miró en un espejo. Vio el rostro de Alessia Rosetti, pálido y con ojeras, pero debajo, los ojos eran los de Paloma Leal, una chica de Brumas que estaba irrevocablemente rota.

​Luna y Leo llegaron a media mañana, rompiendo el silencio opresivo. Encontraron a Paloma sentada en la terraza, envuelta en una manta, mirando el lago sin verlo.

—Pali, tienes que comer algo —le susurró Luna, poniéndole una taza de té en las manos. Sus dedos estaban helados.

—No tengo hambre.

—Lo sé —dijo Luna, sentándose a su lado—. Pero tienes que seguir. Por ti. Eres la persona más fuerte que conozco.

​Leo se acercó, su rostro serio. Sostenía una tableta.

—Funciona. Tu plan funcionó a la perfección —dijo, aunque no había ni un atisbo de triunfo en su voz—. Sabina emitió el comunicado. "Ruptura de mutuo acuerdo". Está controlando los daños, salvando lo que queda de su reputación. Pero su futuro como la próxima primera dama ha terminado. La has neutralizado.

​Paloma miró la pantalla sin ninguna emoción. Las palabras no significaban nada.

—¿Y él? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Se ha encerrado en su penthouse —respondió Leo—. Canceló todo. Ricardo, su jefe de campaña, está haciendo malabares para evitar el colapso total, pero es inútil. Dicen que anunciará su renuncia a la candidatura en las próximas horas. Se acabó para él.

​Paloma cerró los ojos. Cada palabra de Leo era un nuevo giro del cuchillo en su propio corazón. Su venganza no solo la había destrozado a ella, había destruido al hombre del que se había enamorado.

—Me voy —dijo de repente, abriendo los ojos. Había una nueva y frágil resolución en ellos.

—¿Qué? ¿A dónde? —preguntó Luna, alarmada.

—A Brumas. No puedo quedarme aquí. Ciudad de Reyes... cada calle, cada edificio, me recordará a él, a ella, a lo que hice. Esta ciudad es una tumba llena de malos recuerdos.

​Leo y Luna intercambiaron una mirada. Entendieron. La guerra había terminado, y ahora, el soldado necesitaba encontrar un camino de vuelta a casa, aunque ese hogar aún no existiera.

—Es lo mejor —asintió Luna.

​Esa misma tarde, el jet privado de Leo la esperaba en una pista remota. Paloma se despidió de sus amigos con un abrazo que lo decía todo.

—Gracias —les dijo, su voz ahogada por la emoción—. Por todo. Me salvaron la vida.

—Ahora sálvala tú —le respondió Leo, y por primera vez, le dio un abrazo torpe pero sincero.

​Luna lloraba en silencio.

—¿Qué harás, Pali?

—Sanar —respondió Paloma—. Intentaré sanar. Y perdonar. No a ella. A mi padre... y a mí misma.

​Cuando subió las escaleras del avión, no miró atrás.

​El jet despegó, elevándose sobre una ciudad que había conquistado y que la había dejado en ruinas. Mientras observaba cómo las luces se convertían en un borrón a través de la ventanilla, se permitió pensar en él por última vez. En su rostro cuando le dijo que la amaba, en el dolor de su traición. Se preguntó si alguna vez la perdonaría. Se preguntó si alguna vez podría perdonarse a sí misma.

​Cerró los ojos, y por primera vez, no luchó contra las lágrimas. Dejó que corrieran, un bautismo de dolor por la mujer que había sido y por la extraña en la que se había convertido. Era el comienzo de la huida. La huida de él. La huida de sí misma.

*****

Seis Meses Después

​Habían pasado seis meses desde la última vez que lo vio. Seis meses desde que el nombre de Demetrius Romano había pasado de ser el futuro de Solaria a un escándalo susurrado en los círculos de poder. Seis meses desde que Paloma Leal había vuelto a casa.

​Brumas no había cambiado. Seguía siendo un pueblo de caminos polvorientos, siestas perezosas y un silencio espeso que olía a tierra y a tiempo. Al principio, ese silencio fue un tormento para Paloma, un eco del vacío que sentía por dentro. Pero poco a poco, se convirtió en un bálsamo.

​Había vuelto a ser Paloma. La chica sencilla. Se levantaba con el sol, ayudaba en la pequeña biblioteca del pueblo y pasaba las tardes cuidando el jardín de la casa que ahora le pertenecía. Cada día, sin falta, caminaba hasta el pequeño cementerio en la colina y dejaba una flor silvestre en la tumba de su padre. Al principio, iba llena de una culpa que la ahogaba. Pero con el paso de los meses, las visitas se volvieron más ligeras. Empezaba a perdonarlo. A entender su desesperación. A perdonarlo por haberse ido, por haberla abandonado.




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