La Hija de Nadia

Epílogo: La Casa del Lago

Dos Años Después

​El sol de la tarde se filtraba a través de los altos pinos, pintando manchas doradas sobre la terraza de madera que se extendía sobre el lago. Paloma estaba sentada en el mismo sillón donde una vez había llorado, creyendo que lo había perdido todo. Ahora, una sonrisa tranquila jugaba en sus labios. En el césped, Demetrius, vestido con unos vaqueros gastados y una simple camiseta, le lanzaba una pelota a un perro golden retriever que habían adoptado hacía un año. Se reía, una risa profunda y libre que Paloma rara vez había oído en su vida anterior.

​Habían pasado dos años. Dos años de un silencio sanador, lejos del estruendo de Ciudad de Reyes. Dos años en los que "Alessia Rosetti" se había desvanecido para siempre, y Paloma Leal había aprendido a ser ella misma de nuevo. La terapia le había dado las herramientas para desentrañar el nudo de rabia y dolor que llevaba dentro. Había perdonado a su padre por su desesperación, por haberse ido. Y en el acto más difícil de su vida, en la soledad de sus propias reflexiones, también había perdonado a Nadia. No por ella, sino por sí misma. Para ser libre.

​Vio una noticia en la tableta que descansaba en su regazo y una sonrisa irónica curvó sus labios. Se la mostró a Demetrius cuando él se acercó, secándose el sudor de la frente. En la pantalla, una foto de su madre, radiante y elegante como siempre, del brazo de otro hombre: el gobernador de la provincia del oeste, el nuevo favorito en la carrera presidencial.

​—Parece que mi madre nunca se rinde —dijo Paloma, sin rastro de amargura en su voz.

Demetrius miró la foto y luego a Paloma. La besó en la frente.

—Algunas personas persiguen sus sueños. Otras, como yo, tienen la suerte de vivirlos.

​Su teléfono sonó. Era Leo. Su relación, que había comenzado como una alianza de guerra, se había transformado en una sociedad formidable y una amistad inesperada. Demetrius y Leo ahora dirigían la empresa de seguridad privada más exclusiva de Solaria.

—Leo dice que Gael ha cerrado el trato de la embajada —dijo Demetrius al colgar—. Tu amigo de Brumas es bueno en su trabajo.

—Te lo dije —sonrió Paloma.

—Sí, bueno, mientras mantenga sus talentos lejos de mi esposa, aunque su novia le demanda tiempo, todo está bien —bromeó él, con un falso gruñido posesivo que la hizo reír.

​Él se sentó a su lado, rodeándola con un brazo. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el lago de colores naranjas y púrpuras.

—¿En qué piensas? —le preguntó él en voz baja.

—En nosotros —respondió ella—. En todo lo que pasamos para llegar aquí. Y... en el futuro.

​Se giró hacia él, y en sus ojos verdes brillaba una luz nueva, una mezcla de amor, nerviosismo y una alegría abrumadora.

—De hecho, Demetrius... tengo una noticia que darte sobre el futuro.

​Él la miró, intrigado.

—¿Ah, sí?

Ella tomó su mano y la colocó suavemente sobre su vientre plano.

—Que va a empezar un poco antes de lo que pensábamos. Vamos a ser padres.

​Demetrius se quedó inmóvil. Sus ojos pasaron del vientre de ella a su rostro, buscando una confirmación. Vio la verdad en su sonrisa temblorosa. El aire pareció escapársele de los pulmones, y una expresión de asombro puro, de una alegría tan inmensa que era casi dolorosa, iluminó su rostro.

​No dijo nada. Simplemente se puso de pie, la levantó en brazos como si no pesara nada, y comenzó a dar vueltas con ella en la terraza, su risa resonando en el aire tranquilo de la tarde. El perro ladraba a sus pies, contagiado por la repentina explosión de felicidad.

​—¡Voy a ser padre! —gritó al lago, al cielo, al mundo—. ¡Paloma, voy a ser padre!

​La bajó lentamente, su frente contra la de ella, sus ojos brillantes de lágrimas no derramadas.

—Eres mi vida entera —susurró—. Tú y este bebé... son mi verdadero hogar.

​Y la besó, un beso que no tenía nada de la furia del pasado, ni de la desesperación de la reconciliación, sino que estaba lleno de la paz y la promesa infinita de un amor que, finalmente, había encontrado su camino a casa.

FIN




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