A I L E E N
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Solo quería ser feliz, toda mi vida he sido el blanco de las venganzas en contra de mis padres y ahora que soy una adulta que quiere tomar las riendas de su vida, llega alguien y me arrebata lo que en mi cabeza era el sueño perfecto. Las personas que creía que eran mis amigos me traicionaron, tengo enemigas que solo me quieren ver muerta por algo que no tengo nada que ver y mi novio murió por mi causa. Ahora comprendo porque mi padre es tan gruñón y firme con sus mandatos y porque mi abuelo es un paranoico con que lo vayan a traicionar, al final del día están solos y eso los destruye. Intente ser diferente para que todos puedan ser felices, pero resultó ser que a nadie le importo ver por mis sentimientos, si sufría o me moría por dentro. Todos veían por ellos y nadie más, tan solo mis primos más cercanos me cuidaron cuando necesité que me ayudaran a mantenerme en pie. Cuando los cimientos de mi ser estaban amenazando con caerse, mis primos estuvieron allí dándome ánimos, cuidándome y soportando mi tristeza. Ellos me vieron en mi punto más bajo y aun así decidieron estar conmigo, sentarse en ese agujero hasta que me decidiera a sacar la cabeza y ver más allá. Me gustaría decir lo mismo de muchos de mis amigos, pero parecía que eso sería imposible, nadie piensa en los sentimientos de los demás.
En mi oficina no paraba de pensar en las palabras de mi abuelo, Artemis hizo todo esto, pero no terminaba de entender ¿por qué querría hacer todo esto? Sin perder tiempo le pedí a una de las ninfas que le dijera a Artemis que viniera inmediatamente a mi oficina y pedí que me hicieran un té para calmar mis nervios. Ada apareció quince minutos después con una bandeja con un té de tilo y galletitas de vainilla con chispas de chocolate, mis favoritas.
—Muchas gracias Ada, ¿le diste mi mensaje a Artemis? —consultó agregando azúcar a mi infusión de hierbas.
—Si princesa, dijo que vendría enseguida, está terminando sus tareas. Con su permiso —respondió la ninfa saliendo de mi oficina, hoy no tenía paciencia o ánimos para hablar con nadie. Lo que me acababa de enterar pone en jaque todo lo "bueno" que hizo Artemis por mí. Tomando un par de sorbos del té traté de mantener la mente fría, enojada, lo único que conseguiría es estropearlo todo. Tengo que analizar la situación y mantener la compostura.
—Me llamabas Aileen —por la puerta ingresó finalmente Artemis, me giré con un rostro serio, no podía fingir que estaba feliz, cuando lo único quería era golpear a Artemis.
—Siéntate. Recientemente, se me ha informado que ocurrió una visita sin autorización al tártaro, sitio al cual se le tiene prohibido el ingreso a todo aquel ajeno a la corona. ¿Quieres contarme qué hacías allí? —consultó tomando un sorbo de mi té, sin perder la calma, tal y como mi madre siempre me había enseñado que debo comportarme. De reojo noté como el castaño se ponía cada vez más nervioso, ya se dio cuenta que lo estoy por atrapar o que ya lo pillé.
—Ah... lo siento Aileen fui por curiosidad —se apresura a contestar, mi mirada gélida lo hizo estremecerse, note en sus ojos que tenía miedo y que sabía que conocía su mentira.
—Curiosidad —comentó girando la pequeña cucharita en mi té —¿La curiosidad de saber cómo matar a un semidiós?, ¿o la de como liberar un monstruo? —indagó sin rodeos, el rostro del chico pasó a blanco y sus ojos se abrieron como platos. Tardó en contestarme y su excusa fue algo pobre a mi entender.
—Yo... yo lo hice por ti, todo por amor a ti Aileen. Mereces todo el amor del mundo y con Damián no ibas a obtenerlo, tenía que deshacerme de él —estalló aquella bomba pesada, la mirada desorbitada de Artemis heló mi sangre, vi como sus pupilas cambian su color ámbar a uno violeta y volvieron a su color habitual. Apreté mi puño sobre la mesa para no soltar un rayo y sacarlo rápido de mi presencia.
—¿Por amor a mí?, ¡mataste a mi novio por amor a mí! —gruñó golpeando la mesa con mi puño cerrado, la taza de té tembló y un enorme estruendo se escuchó afuera del Olimpo, un rayo cayó.
—Y lo siento... pero es algo que volvería a hacer por ti, desde hace mucho tiempo no puedo sacarte de mi cabeza princesa, te amo —añadió el castaño, sus ojos seguían viéndose desorientados, casi idos, se acercó mucho al escritorio apoyando ambas manos sobre este y se inclinó para tenerme más de cerca. —Te deseo Aileen —murmuró.
—¿Qué? —preguntó ya cansada de estar escuchando a un demente, me tire en mi silla hacia atrás masajeando mis sienes en un intentando de no estallar en furia.
—Aileen que me gustas desde que te conocí y quiero todo a tu lado —aseguró estirando sus brazos para tomar mi rostro en sus manos, pero me aleje, lo único que sentía en estos momentos por Artemis es odio.
—No me toques, serás llevado de nuevo al campamento y alguien más vendrá en tu lugar. No te quiero aquí, entre tú y yo no habrá nunca nada. ¡Guardias! —exclamó con todas mis fuerzas, dos soldados aparecen en la puerta custodiando al descendiente de la sabiduría que no dejaba de gritar que me amaba.
No pude soportarlo más, me fui corriendo de mi oficina siendo atormentada por los recuerdos de Damián, una vez más las consecuencias de los actos de mi padre son pagados conmigo. Mi cuerpo está temblando, mis manos destilan cargas eléctricas que imploran ser liberados. Tengo tantas ganas de llorar, pero no puedo verme débil en un momento así, caminando por los pasillos de los talleres me contuve de no romperme delante de los semidioses. En cuanto no sentí sus miradas sobre mí, comencé a correr, siendo envuelta por un rayo que me trasladó a un sitio diferente y caí de rodillas frente a la tumba de Damián. Un grito de frustración, tristeza y rabia se escapó de mi garganta, el cielo acompaña mis sentimientos comenzando a tronar y la lluvia comienza a descender. Apoyando mis palmas sobre la lápida me derrumbé una vez más, pieza a pieza me fui rompiendo.