A I L E E N
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Los días pasaron con lentitud, no le veía el sentido a salir de mi cama y por consiguiente no estuve supervisando nada ni atendiendo mis tareas en el taller. Sé que es mi obligación como princesa y como hija de Zeus y Hera, pero no tenía la fuerza de voluntad de salir y enfrentar las miradas de todos. Para empeorar mi situación en mi cabeza, las palabras de mi madre me siguen en cada decisión que tomó, recalcando las malas decisiones que estaba tomando al dejar todo de lado. Era consciente de que no me cruzaría con Damián en el olimpo, el pidió que cambiaran su puesto con Penélope y regresó al campamento. De este cambio se encargó Ylenia, no es su deber sino que el mío, pero no podía ver al descendiente de Afrodita y solo me encargue de firmar el cambio.
Me giré en la cama viendo las cortinas que no permitían que los rayos del sol entraran en mi habitación, las nubes estaban en calma en mi techo y el clima afuera era agradable. Un precioso día, era una lástima que no tuviera las suficientes ganas para salir de la cama y disfrutar de este maravilloso clima. Ni siquiera me inmute cuando la puerta de mi habitación se abrió a mis espaldas, solo continúe observando la ventana.
—Aileen tienes que levantarte hace mucho que no desayunamos juntas —la voz de Ylenia quiebra el silencio de mi estancia y camina hacia la ventana corriendo las cortinas dejando entrar la luz. Cerré los ojos ante el cambio repentino —Prima tienes que salir, esto no te hace bien —comenta ella acercándose a mi cama, con su mano fría acaricia mi mejilla con dulzura.
Lo siguiente que hizo fue abrazarme, había comenzado a llorar de nuevo y con los brazos temblando me aferre a mi prima. Este dolor no paraba, por más que me esforzara en salir adelante, la sensación de estar lastimada seguía en mi pecho. Y lo odiaba, odiaba no poder dejar de sentir esto.
—¿Prima que tengo que hacer para dejar de sentirme así? —pregunto secando el rastro de lágrimas, Ylenia ya había pasado por un corazón roto y parece que ahora es feliz.
—Cuando supe lo de Austin estaba muy triste y solía nadar con las sirenas, pasar tiempo con Adonis, me hacía reír mucho cuando lo único que quería era llorar. Creo que eso es lo que necesitas, que te hagan reír para olvidarte que tienes el corazoncito roto, al menos por un rato, Aileen tienes que darle tiempo para irte curando y cuando menos lo esperes ya no dolerá —susurro ella acariciando mi cabello —¿Qué tal si sales con Emma y Adam? Estuvieron llamando toda la semana para saber si querías salir con ellos. Creo que será una buena idea —añade levantándose de la cama.
—No lo sé, ¿segura que me hará bien?
—Cien por ciento segura, ahora sal de la cama, alístate, ponte bonita y nos vamos —comentó abriendo la puerta —Le diré Adonis y Apolión para irnos todos juntos —añade saliendo de mi habitación. Gire sobre mi cuerpo quedando boca arriba, no tenía tantas ganas de salir, pero no estaba dispuesta a seguir lamentándome en mi propia miseria, por lo que con una fuerza de voluntad profunda me senté en la cama.
Apartando mechones de mi cabello rubio que me caían delante de los ojos, saque mis piernas de la cama. El frío del suelo en la planta de mi pie me dio escalofríos y tarde un poco en adaptarme. Quitando las sábanas el calor de mi cama me abandonó y me puse de pie abrazándome a mi misma caminé despacio hasta mi baño. El espejo me mostró una apariencia deplorable de mí, tenía el cabello enredado y sin brillo, unas muy marcadas ojeras violetas bajo mis ojos y la palidez de un cadáver. Si mi madre me pudiera ver en estos momentos me diría que tengo que levantar la frente y seguir adelante, que nada puede hacerme caer y que soy su hija, nada puede vencerme. Nada, exceptuando a quienes les di el poder de vencerme. Sacudí mi cabeza intentando disipar todos esos pensamientos negativos, llene la tina preparándola con sales, jabones y esencias para relajarme. Una vez todo estuvo listo, me metí dándome una placentera y merecida ducha. Fue casi terapéutico y me dejé hundir en la tina sin preocupaciones.
Al salir del agua me sequé el cuerpo y llamé a las ninfas para que me ayudaran a alistarme, no tenía las energías para hacerlo sola. Ellas se encargaron de secar mi cabello, peinado en ondas playeras que me gustaron, un maquillaje cargado en la zona de mis ojeras —que por mucho que se esforzaron aún se notaban un poco— se veía natural y me mostraron distintos conjuntos de ropa y termine eligiendo uno sencillo. Consiste en una blusa corta, con los hombros al descubierto en color negro con estampado de flores, un jean azul oscuro roto en las rodillas y zapatos negros bajos.
Una vez lista me fui a la sala de tronos, al ser un lugar sagrado mi ropa fue sustituida por un elegante vestido rojo, tacones dorados y mi corona sobre mi cabeza. Me senté en el trono de mi padre a esperar a mis primos que pensé que ya estarían listo tarde casi una hora en alistarme, pero ellos definitivamente me superaron.
—Eres peor que una estrella de cine, te tardaste una hora para arreglarte y estás exactamente igual. No entiendo que te hiciste, ¿peinar tu cabello en picos como un cuerpo espin? —interrogó la voz irritada de mi prima desde el pasillo, ella atravesó las enormes puertas del salón de brazos cruzados. Al igual como me pasó a mí, su ropa informal fue cambiada por una más elegante y a los dos chicos que la seguían les paso lo mismo.
—Para tu información mi peinado es fácil de mantener, me tardé porque estaba durmiendo tiendo a necesitar por lo menos veinte minutos para asimilar que estoy en el mundo de los vivos —apela mi primo a lo dicho por la menor y en defensa de el tiene razón. Es un dormilón y cuando lo despiertas se toma su tiempo.