A I L E E N
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—Quedas condenada a pasar la eternidad en el tártaro —escuchó la sentencia de mi padre, que castigó con dureza a Merope. Sus otras cinco hermanas la veían con dolor, pero no podían hacer nada porque sabían que su hermana hizo algo malo y debía recibir un castigo por ello. Por más que quisiera mirar a otro lado no podía evitar pensar en el dolor de sus hermanas al perder a una más, algo tenía que hacer por Merope.
—Papá —interrumpo a mi progenitor dejando de ver a las hermanas que estaban llorando en silencio, viéndolo a los ojos grises, trague saliva juntando valor para pedir un favor. —Creo que debes reducir su castigo, estoy bien y ya han perdido a una de sus hermanas, no me parece justo que pierdan a otra —hable sonriente de la manera en que mi padre no se puede negar a ninguna de mis peticiones. Lo medito por unos minutos en donde todos estábamos conteniendo la respiración esperando a su nuevo veredicto y habló de nuevo con su estruendosa voz.
—Te sentencio a cien años acompañando a tu padre Atlas, cuando cumplas tu sentencia podrás volver con tus hermanas —contestó mi padre viendo como las pléyades saltaron de felicidad al oír que no perderían para siempre a su hermana. Merope dejó caer una lágrima de sus ojos y con la mirada me agradeció, no porque nos hagan daño, debemos devolverlo a la otra persona.
—Esperen sus hermanas podrán visitarla una vez por mes, solo podrán estar un día con ella —añado viendo a mi padre que asintió levantando su mano derecha y asintió dejando caer un rayo al suelo para dictar su sentencia. Las pléyades corrieron a abrazar a su hermana que lloraba inconsolable, me dio mucha tristeza, pero no podía hacer nada más por ella, hice lo que pude para que no perdiera contacto con sus hermanas, ya perdió a una, no quiero que pierda otras cinco.
Me fui de la sala de tronos con mis padres para despedirme de ellos, aún le quedaban muchas cosas por solucionar antes de volver a casa, los extraño, pero debían cumplir con su deber, así como yo con el mío. Abrace a mi padre con fuerza, así no lo extrañaría tanto, su aroma me embriaga y la sensación de protección creció dentro de mí. El dejo un beso en mi frente dándome un último abrazo con fuerza y me soltó. Gire para ver a mi mamá, mis ojos estaban lagrimeando un poco y pase mi mano para despejar esas lágrimas. Una princesa jamás demuestra sus emociones en público, mi mamá se acercó apartando mis manos de mi rostro.
—No —dijo en un tono suave. Acarició mi mejilla con sus manos, tan solo la miré con sorpresa por sus acciones —Debes ser tu misma hija, no puedo pretender que seas perfecta Aileen, ni siquiera yo soy perfecta —cometo quitándose su corona y desató su moño pulcro que siempre mantenía su cabello peinado y perfecto. Se colocó de nuevo la corona y su cabello le dio un aire menos serio, una sonrisa ancha apareció en su rostro. No había visto a mi mamá de ese modo salvo por los cuadros que adornan algunos sitios del olimpo. Donde se veía a mi madre cuando era más joven, siendo cortejada por mi padre, que también se veía joven en un aire más jovial y no tan autoritario. Mi madre me quitó mi corona y dejó mi cabello suelto como a mí me gusta usarlo cuando ella no está. Volvió a colocar la corona sobre mi cabeza y me abrazó. —Te amo, seas como seas hija —solté a mi madre con las lágrimas corriendo por mi rostro hasta descender por mi clavícula. Mis padres se abrazaron y se fueron envueltos por un rayo.
—Los extrañaré —susurré a donde antes estaban mis padres limpiando las lágrimas que no dejaban de caer por mis mejillas. Sonreí acomodando mi cabello y giré para irme a mi habitación, estaba muy cansada.
Mi cuerpo chocó contra un pecho duro y firme que se cruzó de improviso en mi camino. Ese aroma tan peculiar masculino me dio la idea de saber contra quién había chocado. Alce mi mirada para encontrarme con los ojos de Damián brillantes como cientos de luciérnagas en la noche.
—Princesa —se inclinó haciendo una reverencia, algo que me pareció extraño, pero lo dejé pasar. —Tenemos que hablar —comunico y en ese momento un nudo se formó en mi estómago al escuchar esas palabras de su boca y al ver la seriedad de su semblante. Estoy asustada.
—¿Volverás a dejarme? —preguntó con enfado. Sentí el cosquilleo de los rayos en mis manos y tenía la certeza de que si me enojaba terminaría lastimando Damián con mis poderes y no podré controlarlo.
—Es lo mejor para ti, que me aleje o terminaré lastimándome sin querer como a todos a mi alrededor. Mi madre hizo un trato con Hades antes de que yo naciera y desde que nací la oscuridad es parte de mi Aileen. Todo lo que amo tiende a morir tarde o temprano, es por eso que alejó a las personas de mí. Primero a Jayden, luego a mi papá y ahora a ti, no quiero perderte—. Agacho su cabeza evitando mi mirada, lo que me dijo me hizo entender muchas cosas, pero porque ahora venía a decirme esto.
—No voy a alejarme de ti, no otra vez, yo te amo Damián. Es que no lo entiendes... no voy a morir, soy inmortal —afirmó acercándome a él. Con mi mano toco su rostro, haciendo que este me mire a la cara, necesito que me diga todo lo que siente viéndome directamente a los ojos. Ambos teníamos miedo y eso estaba bien, pero lo que no está bien es rendirnos si ambos sentimos lo mismo.
—Hace un par de días estabas a punto de morir, ¿lo olvidas?
—Fue una venganza que quisieron cobrar por culpa de mi papá —le recuerdo. Lo que pasó con Merope fue algo relacionado con mi familia, no con su maldición. —Siempre juntos — acerqué su rostro al mío, atrapando sus labios con violencia, con un desenfrenado deseo por demostrarle cuánto lo quiero. Tenía una necesidad de sentirlo cerca, de sentir ese calor que emana de su cuerpo cuando está junto al mío. Lo quiero a él.