—Amara, Amara… Amara…
La enfermera alzó el rostro, la luz del pasillo la encandiló después de haber estado en el pequeño elevador en casi total oscuridad. Los doctores estaban sacando la camilla con el cuerpo de la madre de la bebé que aún sostenía contra su cuerpo.
—Amara, es necesario que me des a la bebé —insistió el doctor Aguirre, quien la miraba preocupado.
Amara observó a la pequeña que dormía contra su pecho placidamente, no parecía una recién nacida. La enfermera se percató de que no deseaba soltarla, sabía que sus pensamientos le decían que la alejara contra su cuerpo, pero era como si sus brazos no siguieran la orden.
—Los familiares de la pequeña están aquí, doctor —interrumpió la trabajadora social.
—Amara —dijo el doctor con voz firme. La enfermera no tuvo otra opción, abrió ligeramente sus brazos y Aguirre la tomó.
La enfermera mantuvo la vista en la pequeña que fue pasando entre las manos del doctor y la trabajadora social, quien avanzó con la bebé por el pasillo. Amara se quedó callada, sentada en una de las sillas del corredor, su cuerpo le temblaba desde la punta de los dedos hasta la última hebra de su cabello, era una corriente eléctrica extraña, miró sus manos vacías y observó la sangre que corría de la herida que no había tratado aún.
Una extraña nostalgia la golpeó. Se puso de pie inmediatamente y caminó por el pasillo, la trabajadora social ya había avanzado lo suficiente para bajar por las escaleras, evitando los ascensores para no pasar por alguna situación igual, aunque la luz ya había sido restablecida.
Amara caminó rápido, la bebé no iba a ser valorada por los doctores y eso la alertó.
—Esther, el pediatra, debe revisar a la bebé —dijo en voz alta. Esther detuvo sus pasos cuando la notó apresurada detrás de ella.
—Su padre no lo ha permitido y ha solicitado su dada de alta inmediata.
—Esther, es una locura, debe ser revisada. Su madre murió y la bebé no respiró durante los primeros minutos… la he tenido que reanimar —señaló Amara preocupada.
—Parece que el padre es un hombre muy importante, los directivos del hospital lo han aceptado así nada más.
—Yo hablaré con el padre… ese hombre me escuchará.
—No harás nada, Amara —dijo el doctor Aguirre, detrás de ambas —. Por favor Esther, entrega a la pequeña, tenemos mucho que atender después.
—¡Doctor! —exclamó Amara molesta —. La paciente debe ser examinada.
—Ve a atenderte esa herida, no discutas… agradece que la familia de la paciente no hará averiguaciones.
—¿Me está acusando de algo doctor? — cuestionó sorprendida Amara.
—No, Amara, sé que hiciste lo mejor que pudiste… y si esa bebé está viva es gracias a ti. Sin embargo, necesito que recompongas tu profesionalismo y actúes como la enfermera que eres, deja de lado el sentimentalismo.
Amara se quedó callada, Esther ya había continuado con su camino. El doctor tenía razón en su actitud, pero era su profesionalismo el que le decía que debían atender a esa bebé antes de entregarla a su padre, pero parecía que ella era la loca en ese momento.
La enfermera observó desde lejos la trayectoria de la bebé, fue entregada a una mujer rubia quien la tomó y envolvió en una cobija, salió del hospital como si nada, como si llevara entre sus manos cualquier cosa. Era la hija de alguien… la bebé de la mujer que había muerto en el elevador y ella no pudo salvar.
Amara se dejó caer sentándose en uno de los escalones, las lágrimas rodaron sobre sus mejillas con tanta facilidad. Había una extraña sensación que la ahogaba y un sentimiento de soledad que golpeaba dentro de ella. Cerró los ojos esperando que aquello pasara, porque la desesperación la recorría. Amara no podía entender qué le estaba sucediendo.
Pero en su mente aquello gritaba como si estuviera siendo obligada a dejar ir una parte de ella.
—¿Amara? —escuchó la voz de Izan detrás de ella. La castaña giró su rostro enrojecido y pudo ver la preocupación en la mirada de su prometido —. Cariño, ¿qué ha pasado? —cuestionó rápidamente sentándose junto a ella. Limpio sus lágrimas con su mano esperando una explicación.
—No es nada, fueron demasiadas emociones —dijo abrazándose a él.
—Me he enterado; por eso en cuanto terminé la cirugía vine lo más rápido que pude.
—La madre murió, la bebé ha sido dada de alta sin siquiera ser atendida por un pediatra. El doctor Aguirre me pidió ser profesional, ¡lo fui!, ¡lo soy!
—Amara, estás muy alterada, es mejor que tomes un descanso, ¿a qué hora termina tu turno?
—Estoy por terminar, en realidad… me quedé por la emergencia. Si estoy muy abrumada, pero se me pasará.
—Debes dormir, además me comentaste que tienes consulta mañana con la doctora Mendoza.
—Sí, me dará resultados de mis estudios, ella quiere descartar cualquier cosa, pero le dije que mis periodos siempre, toda la vida, han sido irregulares —dijo restándole importancia a lo que había sucedido hace un momento.
—Entonces, mañana iremos a cenar… tengo la tarde libre y quiero aprovecharla para estar con la mujer que amo. Además, tenemos una lista de invitados que revisar.
—¡No, por favor! Esa lista la revisamos doce veces… ya hemos recortado y acomodado a toda la familia.
—Solo una vez más, Amara. Tenemos que enviar las invitaciones de la boda.
—Está bien, pero de una vez te digo que no pienso mover a mi familia, así como están evitaremos una tercera guerra mundial —dijo poniéndose de pie.
—No puedo esperar mi vida contigo, Amara, te amo —pronunció atrayéndola para besarla en los labios.
—Una vida contigo es lo que siempre he soñado, no puedo esperar a compartirme contigo. Ojalá nuestros hijos tengan tus hermosos ojos, Dr. Montiel —declaró entre besos.
—Y tu bella sonrisa…
Amara había salido del hospital dos horas después, platicar con Iza, la ayudó a olvidar el estrés del elevador, aunque la opresión en su pecho no la dejó en ningún momento; tal vez se debía a la falta de sueño y alimento. No vivía tan lejos del hospital, pagaba renta en un edificio cómodo, céntrico y sobre todo acogedor, donde su departamento estaba completamente decorado en tonos cálidos, con plantas y flores que se desbordaban por el balcón; adoraba su vida, todo era perfecto.