Amara miró aquella bestia corriendo hacia ella. Por un momento, creyó estar viéndolo en cámara lenta, pero era el miedo lo que la había paralizado. De repente, un disparo resonó en el pasillo, seguido por el grito urgente de la doctora.
—¡Corre, Amara! ¡Corre!
El grito la hizo reaccionar. Sin pensarlo, corrió por el oscuro pasillo, sus pies descalzos pisando el suelo frío, húmedo y resbaladizo. Con el corazón en un puño, llegó al final y abrió la puerta de emergencia que daba al exterior. El aire helado la golpeó de lleno, pero siguió avanzando.
Con la respiración entrecortada, se adentró en el bosque, sus pies descalzos pisando la tierra mojada y las hojas caídas. Los aullidos, gruñidos y gritos de los pobladores acaparaban todo el ambiente. Amara corría, huyendo de lo que fuera que la estaba persiguiendo.
El bosque se alzaba imponente en la oscuridad, las sombras danzando entre los árboles como espectros. El frío se colaba en el cuerpo de Amara, entumeciendo sus músculos y haciéndola temblar incontrolablemente. El sendero que seguía, si es que se podía llamar así, se volvía cada vez más angosto, desapareciendo entre la maleza y obligándola a esquivar los árboles uno a uno, sus pies descalzos luchando por no resbalar sobre la tierra húmeda y las hojas resbaladizas.
Tropezó con una gran raíz oculta bajo la hojarasca, cayendo de rodillas con un golpe seco que le caló hasta los huesos. Un dolor agudo se extendió desde sus rótulas, pero el ardor físico era casi insignificante comparado con el desconcierto que la embargaba. Mientras respiraba con dificultad contra la tierra fría para mitigar el dolor, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, impulsadas quizás por el golpe, pero alimentadas principalmente por el miedo que la atenazaba.
Abrió los ojos cuando un llanto de criatura se hizo presente. Era leve, casi imperceptible, un sollozo ahogado que se filtraba entre el susurro del viento en los árboles. Amara aguzó el oído, mirando de un lado a otro en la oscuridad hasta que ese llanto se articuló en una voz, la voz quebrada de un niño. Se puso de pie con cuidado, ignorando el dolor en sus rodillas, y caminó lentamente entre los árboles, guiada por el sonido.
Cual fue su sorpresa al encontrar a una niña pequeña vestida de rosa, con una abundante cabellera rubia, acurrucada al pie de un árbol, abrazándose a sí misma. Sus pequeños sollozos rompían el silencio del bosque.
—Äiti... missä sinä olet? Minulla on kylmä... Äiti, tule luokseni... —lloraba la niña, su voz infantil llena de angustia. (—Mamá... ¿dónde estás? Tengo frío... Mamá, ven a buscarme…)
Al notar que la pequeña estaba petrificada de miedo, Amara se acercó con sumo cuidado, hablando en voz baja y suave para no asustarla.
—Hola, pequeña. ¿Estás bien? ¿Dónde está tu familia?
La niña alzó el rostro, y la oscuridad del bosque se disipó por un momento. Sus ojos eran de un color amatista, brillantes y profundos. Los mismos ojos que Amara había visto hace cinco años, en el hospital, la bebé que había salvado de la muerte y que no pudo hacer lo mismo con su madre, pero debía ser solo una coincidencia, sin embargo, la niña la miraba con tanta urgencia y anhelo.
La niña habló en un idioma que Amara no pudo entender, su voz temblorosa por el llanto.
—Äiti... missä sinä olet? Minulla on kylmä... Äiti, tule luokseni… (—Mamá... ¿dónde estás? Tengo frío... Mamá, ven a buscarme…)
Amara intentó responderle, con su voz suave y dulce, pero las lágrimas en sus ojos y el miedo en su cuerpo la hicieron sentir paralizada.
—Sinä tulit... olet täällä. Äiti. (—Tú viniste... estás aquí. Mamá.)
Amara se sintió abrumada por la forma como la niña se puso de pie y se avalanzó a abrazarla. No entendía que estaba pasando, Amara ni siquiera le respondió. Estaba demasiado confundida para reaccionar. Pero antes de poder recomponerse, un gruñido resonó. Una bestia de ojos rojos emergió de detrás de un árbol, su mirada fija en la niña.
El terror la hizo reaccionar. Jaló a la niña para correr, pero la bestia fue más ágil. De un salto, las separó, rasguñando el brazo de Amara. La niña se golpeó contra un árbol, y Amara cayó del otro lado, llevándose un golpe en un costado. La bestia ignoró por completo a Amara y se acercó lentamente a la niña.
Amara, adolorida, tomó la primera cosa que encontró para defenderse: una piedra grande que lanzó sin pensarlo dos veces. Apenas y rozó la cabeza de la bestia, que giró su atención hacia ella. Después, simplemente la ignoró para seguir con su plan de tomar a la niña.
Amara quiso moverse, pero un dolor punzante la hizo tomar aire. Buscó a tientas en su costado y se dio cuenta de que se había encajado un pedazo de madera. Estaba perdiendo sangre. Confundida, se recostó contra el suelo helado, mirando a los grandes árboles. ¿Moriría allí?
Fue entonces que un aullido doloroso dio paso a un silencio total. Amara respiraba con dificultad, su vista comenzaba a nublarse. Lo último que logró ver antes de cerrar los párpados fue una silueta grande y un par de ojos grises, brillantes como la plata.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, su voz fue apenas un susurro:
—... ¿Quién eres?