La hija del Archiduque

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I

-¡No! - contestó Mariola tajantemente. Cómo podía Lord Jonah haber siquiera pensado en preguntarle aquello.

- Tampoco tiene usted que ser descortés conmigo, mylady. - Jonah estaba dispuesto a zanjar la conversación con aquello, pero no pudo evitar añadir algo más al contemplar el semblante de Mariola.- Debí haber escuchado lo que los hombres dicen de usted y no...- no fue capaz de terminar la frase. El bofetón que Mariola le propinó resonó en el salón provocando que la gente se girara y comenzará a murmurar.

-Que tenga usted un día espantoso- dijo Mariola marchándose del salón con la cabeza bien alta.

Tan rápido como ella desapareció por la puerta, Lady Nieves la siguió con gran disimulo, intentando así evitar que la gente hablara más aún.

-Querida ¿qué ha sucedido?- su cara reflejaba gran preocupación por su amiga, pero al contemplar la serenidad en el cuerpo de Mariola comprendió que aquello debía ser una de sus muchos numeritos sin motivo aparente.- ¿Debo ir a disculparme por tu comportamiento o exigir una disculpa?

- No debes hacer nada... no necesito que nadie vele por mis interesas.

-Ya has demostrado a todos que sabes defenderte... Mariola... es la tercera vez que abofeteas a un hombre en un baile. Si sigues así no se atreverán a acercarse a ti.- La cara de Mariola se iluminó ante aquellas palabras- ¡No me lo puedo creer! Eso es lo que pretendes.

- Nieves no te enfades ni me regañes- dijo tomando a su amiga del brazo- No todo puedes arreglarlo, y no deseo que estés preocupada por mi reputación.

Ambas continuaron paseando por la estancia hasta que la Duquesa se acercó a ellas.

-Hija... ¿qué ha sucedido? - su cara no reflejaba preocupación, más bien parecía que el comportamiento de su hija le divertía. - Buenas tardes Nieves, es un placer verte. - Dijo reparando en la presencia de la joven.

- Buenas tardes Duquesa -Nieves hizo una leve reverencia, nunca sabía cómo comportarse en presencia de los padres de Mariola. Era cierto que nunca había parecido importarles que la fortuna de su familia no estuviera acompañada por un título, ya que era fruto de los negocios que su padre realizaba. Sin embargo, los Cigar eran una familia muy importante, y ella sabía lo afortunada que era de poder contar con su amistad.- Les dejaré para que hablen.

- Madre... - dijo Mariola frunciendo el ceño.

- No me pongas esa cara señorita... estoy harta de ser la última siempre en enterarme de los escándalos que genera mi hija.

-Yo no generó ningún escándalo... no es mi culpa que aquellos que se consideran caballeros no lo sean tanto- dijo muy orgullosa.

- Cariño... - dijo al tiempo que soltaba un suspiro- Solo espero que tu orgullo no te ciegue. Sabes que tú padre y yo no te obligaremos a casarte, pero... de verdad no vas a dejar que ningún hombre se acerque ni un poco. Ya no te hablo de romance... sino de amistad.

-Ya tengo suficientes amistades madre, no necesito más. Creo que estoy cansada ¿puedo retirarme? - Dijo al tiempo que dibujaba en su rostro una dulce sonrisa.

- Si es que eres todo un encanto cuando quieres- Contestó Sira acariciando la mejilla de su hija.- Está bien, diré que estás cansada, pero.... Debes prometerme que serás encantadora toda la semana- Mariola levantó una ceja en señal de incomprensión- Mañana vienen Los Dez y permanecerán con nosotros una temporada ¿Lo habías olvidado?

- No por supuesto- mintió, Mariola había olvidado por completo aquello.

- Creo que les acompañará David Dez -los ojos de Mariola se abrieron como platos- Hija por favor, es el sobrino de Marta, y no puedo negarme a acogerlo cuando es ella quien me lo pide.

-Lo se madre, no te preocupes. Seré un angelito, lo prometo- Mariola sabía perfectamente que aquella promesa sería muy difícil de cumplir. David no sólo le había mentido años atrás, sino que había jugado con ella y había herido mucho más que su orgullo y sus sentimientos.

 

II

Mariola despertó con los primeros rayos de sol y sin esperar siquiera a que una doncella acudiera a ayudarla a vestirse tomó su ropa de aventuras, como llamaba ella a la ropa de hombre que empleaba para cabalgar libre o perderse por el bosque, salió de su habitación y se dirigió a los establos. Sabía perfectamente que ese día iba a ser muy duro para ella, por eso, decidió que necesitaba tomar fuerzas.

Sentir el aire golpeándole la cara y revolviéndole el cabello era una sensación de lo más satisfactoria. Orgullo, su purasangre, era el único varón al que le abría su corazón y del que jamás se cansaba. Continuó al galope hasta que Orgullo necesito un respiro. Se acercaron a un pequeño riachuelo y Mariola desmontó y comenzó a acariciar a su caballo, mientras sus pensamientos volvían a aquel nefasto momento en el que David le había roto el corazón.




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