La hija del corsario

8- Un caballero oscuro

Carlota temblaba de miedo pensando en lo que podría haber sucedido si Don Diego no lo hubiera impedido.
—Tranquila, ya pasó...No has de temer nada —Le dijo su hermana mientras la acunaba en sus brazos y le acariciaba el cabello.
—Es un monstruo, Rosana... Un monstruo muy feo.
—Sí, es feo y gordo y además huele como una piara de cerdos, pero Don Diego te ha defendido...
—Él es un caballero, Rosana.
—Sí, algo oscuro, pero no deja de ser un caballero. Nunca había conocido a nadie como él...
Carlota vio como su hermana se perdía en sus pensamientos, unos pensamientos que le hacían fruncir el ceño.
—Te gusta, ¿verdad?
—Aún no lo sé. Unas veces me asusta y otras me parece la persona más encantadora del mundo.
—Yo creo que no es una mala persona —opinó, Carlota —, solo que está rodeado de gente mala y él quiere parecerse a ellos.
—Creo que mañana deberíamos darle las gracias como se merece por habernos salvado —dijo, Rosana con una extraña expresión en su mirada.
—Sí, creo que tienes razón —contestó su hermana bostezando y más dormida que despierta.

                                                                                      • • •

Diego paseaba a solas por su habitación.
Williams podía llegar a ser una bestia en todos los aspectos. Le había visto matar a sangre fría sin que le temblase el pulso lo más mínimo y también le había visto cometer todo tipo de perversiones con las jóvenes que tenían la desgracia de caer en sus garras, pero, Diego también sabía una cosa. Podía confiar en él. Sabía que no dudaría en entregar su vida por él si tuviera que hacerlo. Era lo más parecido al hermano que nunca tuvo en su niñez. Pero si tocaba un pelo a cualquiera de las dos jóvenes que estaban a su cargo, lo mataría como a un perro sarnoso sin dudarlo. De eso también estaba seguro.
Repasó con calma el plan que Williams le había propuesto y llegó a la conclusión de que ciertamente era posible realizarlo con éxito. Entre las dos tripulaciones contaban con alrededor de trescientos hombres. No, se dijo, no eran hombres corrientes. Eran sanguinarios piratas que no tenían miedo a la muerte y que por tal cantidad de oro les seguirían al mismísimo infierno.
Les imaginó aullando y cubiertos de sangre entrando en la ciudad y no pudo evitar estremecerse. Tan solo el miedo que inspiraban les daría la ventaja necesaria para lograr la victoria.
Pasó toda la noche estudiando el plan con un mapa de la ciudad de Cartagena de Indias desplegado ante él y el amanecer le sorprendió a traición. Decidido a acostarse en ese momento, alguien llamó a la puerta de su cuarto.
Al abrir se encontró a Rosanna, vestida con un fino camisón de verano y cubierta por una bata transparente. Iba descalza y llevaba el cabello suelto, resbalando por sus hombros desnudos.
—Quería darle las gracias, Don Diego, por lo de anoche —dijo la joven —. De no ser por usted, no sé qué habría pasado.
—No tiene que agradecerme nada. Mientras permanezcan a mi cargo yo garantizaré su seguridad.
—Tuvo un gesto muy valiente, enfrentándose a ese...ese hombre por nosotras, sé que es su amigo y podría haberles indispuesto el uno en contra del otro.
—Williams es peligroso, soez y algo bruto, pero soy su hermano de sangre y eso no se puede romper tan fácilmente, doña Rosana.
—Puede llamarme Rosana. Creo que le califiqué mal desde el principio y me gustaría que me perdonase usted.
—No se equivoque conmigo, doña Rosana. Yo soy igual de peligroso que mi amigo Williams...
—Usted es diferente. Lo noto, lo sé.
La joven dejó caer la bata al suelo con un sutil gesto.
—No es necesario que me lo agradezca de esta forma, Rosana.
Ella sonrió y dejó deslizarse su camisón a lo largo de su cuerpo. Diego la miró con detenimiento sin atreverse a parpadear. Debajo del camisón no llevaba nada más.
Diego dio un paso atrás, las palabras que dijo a continuación no fueron las que ella esperaba.
—Por favor, doña Rosana, recoja su ropa y vístase...
Ella, perpleja, obedeció, sintiéndose desnuda y avergonzada. El rubor tiñó su rostro. Nunca antes se había visto humillada de esa forma.
—Voy a estar ausente unos días y quedarán a cargo de Gonzalo, mi criado —le dijo él.
—¿Se va? ¿Y si su amigo intenta sobrepasarse con nosotras otra vez? —Le preguntó con la angustia impresa en sus palabras.
—Me imagino que sabrá defenderse, ¿no es así? Le aconsejo que guarde ese cuchillo debajo de su almohada, solo por precaución.
Diego cerró la puerta en sus narices y se apoyó contra la pared, respirando hondo. Aquella joven era capaz de trastornarle de una forma que nunca hubiera imaginado. Además era preciosa y su cuerpo una auténtica maravilla, pero él debía enseñarle una lección primero antes de claudicar ante ella, cosa que deseaba hacer con toda su alma.
Rosana, más enfadada que nunca en su vida ahora que la perplejidad y la vergüenza habían cedido su sitió a la ira y la cólera, volvió a su cuarto. Se había entregado a él solo para ser despreciada y eso nunca lo olvidaría. Se lo haría pagar muy caro.
La única ajena a todo era Carlota que seguía durmiendo a pierna suelta, abrazada a su almohada sin sospechar las intrigas que pendían sobre todos ellos. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.