La hija del corsario

11- De vuelta a casa

La goleta "Vespertina" acariciaba las olas como si formase parte de ese gran e insondable océano sobre el que navegaba. A pesar de navegar a barlovento el viento hinchaba las velas en las jarcias y la isla de Nassau iba quedando atrás, en la lejanía.
Diego, después de hablar con el capitán, había regresado junto a las dos jóvenes.
—No conviene que abandonen este camarote —les dijo —, cuanto menos las vean, tanto mejor.
—¿Este barco es de su propiedad, Don Diego?
—Sí. En él estamos a salvo. El capitán es alguien en quien confío. Sabe lo sucedido y está de mi parte, pero entre la tripulación hay ciertos elementos que es mejor que no sepan nada. Entre nuestras leyes, matar a un hermano de la costa está penado con la muerte. Si se enterasen esas personas de las que le hablo, podría haber un motín a bordo. Por eso es preferible  pasar desapercibidos hasta llegar a Cartagena de Indias. Allí desembarcarán y volverán con su familia.
—¿Y usted qué hará, don Diego? —Se atrevió a preguntarle, Rosana.
—¿Yo? No tienen que preocuparse por mí...
—Pues lo estoy. Según nos acaba de contar, deberá huir para salvar su vida, ¿no es así?
—Durante un tiempo, sí, deberé hacerlo. Creo que volveré a España hasta que mi nombre se olvide.
—¡España!...Eso queda muy lejos —dijo la joven.
—Sí, suficientemente lejos de los que ahora intentan matarme.
—¿Tiene usted alguien allí? ¿Su familia, a lo mejor? ¿Su esposa?
—No, no tengo a nadie, solo algunos viejos amigos... Y no, doña Rosana, no estoy casado, pero sí que lo estuve. Mi esposa murió, aunque de eso ya hace mucho tiempo.
—Discúlpeme. No quería ser una entrometida —pidió, Rosana —. Lo siento mucho.
—Eramos muy jóvenes cuando nos casamos, apenas unos niños aún. Elena enfermó y yo vi como se apagaba, languideciendo ante mis ojos día tras día, sin poder hacer nada para ayudarla ni para mitigar los terribles dolores que su enfermedad le causaba. Fue muy duro y su agonía quedó grabada para siempre en mi memoria... Por eso, el otro día, cuando usted...
—¿Qué pasó el otro día? —Preguntó Carlota, curiosa y sin saber a que se referían.
—No sucedió nada —le contestó su hermana. Luego se volvió hacía Diego —. Ahora lo entiendo. En un primer momento pensé que yo no le era de su agrado y...
—No, no...Me agrada usted, Rosana, es más me agrada mucho.
—¿Qué ocurrió? —Volvió a preguntar la niña mordiéndose las uñas de impaciencia.
—Su hermana, señorita Carlota se lo contará a usted cuando ambas estén a solas —le contestó Diego, avivando la curiosidad de la jovencita —. Ahora, si me disculpan, las dejaré. Creo que he de dormir algo o caeré desfallecido. Mi camarote es el contiguo al suyo. Si necesitan algo no tienen más que acudir.
Diego salió del pequeño camarote y cerró la puerta tras él.
Carlota se plantó delante de su hermana mirándola inquisitivamente.
—Ya estamos solas, ¿puedes contarme que sucedió entre vosotros dos?
—No son cosas que las niñas deban saber —replicó su hermana.
—No soy tan niña, tengo casi quince años, ya estoy en edad de casarme y el aya me explicó todo lo que una mujer debe saber sobre esas cosas...¿Has tenido relaciones con él?
—¿Por quién me tomas, descarada? —Protestó su hermana, luego sonrió —. Lo intenté, pero él no quiso, aunque ahora ya sé el motivo.
—¿No decías que era un pirata, un ladrón y un tratante de esclavos? De eso no hace tanto tiempo.
—He descubierto algo puro y bueno en él, Carlota. Yo podría hacerle cambiar de vida, estoy segura de ello.
—Sí, a lo mejor. O tal vez el te haga cambiar a ti.
—¿Me ves convertida en la esposa de un pirata? —Le preguntó, Rosana, divertida.
—El temperamento ya lo tienes —se rió la muchacha —. Además del genio, el mal humor y la forma en que te haces obedecer. Sí, creo que estarías perfecta en ese papel.
—¡Pequeña desagradecida! —Bromeó, Rosana —. Cría cuervos...
—...Y ellos te sacarán los ahorros. Cuando lleguemos al hogar tendrás que mantener mi boca cerrada, si no padre y madre podrían enterarse de que su hija, la formal y obediente doña Rosana Hinojos, está enamorada de un pirata, nada menos. Vi, hace tiempo un vestido precioso que seguro que me queda muy lindo...
—¡Arpía! ¡No te atreverás!
—Ponme a prueba, hermanita.
Las dos terminaron por reírse, pero luego Carlota se puso sería.
—Te echaré mucho de menos cuando estés en España, Rosana.
—¿España? Yo no tengo intención de ir a España...
—Irás si él va. Lo sé. Puedo leerlo en tu rostro, en tus gestos y en tu forma de negarlo. Sí yo hubiera conocido al pirata de mis sueños también lo haría, tenlo por seguro y ni padre ni madre podrían impedírmelo.
—Gracias —Rosana la abrazó —. Eres la mejor hermana del mundo.
—En realidad soy la única que tienes y estaré preciosa con el vestido que me vas a comprar, ¿o acaso pensabas que bromeaba?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.