La hija del corsario

14- De vuelta al hogar

La goleta "Vespertina" llegó a Cartagena de Indias siete días después. Durante el viaje no tuvieron ningún contratiempo más, aparte de un accidente que pudo llegar a ser muy grave, pero que al final acabó tan solo en un susto.
Uno de los marineros resbaló de las jarcias cuando trabajaba en la reparación del velamen, el pobre hombre quedó colgado de unos cabos, enredado en ellos sin poder liberarse y lo que al mismo tiempo significó el que salvase la vida, al evitar que cayese desde esa altura.
Diego, con una destreza formidable trepó hasta donde el marino se hallaba colgado y con la ayuda de dos marinos más, consiguieron liberarle y dejarle sobre la cubierta sano y salvo. El incidente ocasionó varios desperfectos en el velamen de la nao que tuvieron que ser reparados antes de continuar la marcha. Fue por eso que perdieron todo un día y llegaron justo en el momento en el que el destino tenía señalado que llegasen, para bien o... Para mal.
En cuanto desembarcaron en el puerto de Cartagena de Indias, Diego supo que algo no marchaba bien.
—¿A que es debido esta agitación? —Le preguntó a un tejedor que exponía sus mercancías cerca de los muelles.
—¿No lo sabe usted? —Le dijo el hombre —. Hace dos días, nuestro capitán a bordo de su galeón: El triunfador, apresó un barco pirata que merodeaba cerca del puerto. Esta tarde colgarán a esos malditos piratas en la Plaza Mayor, será todo un espectáculo.
—¿Quién es el pirata al que atraparon?
—Le llaman Brad el despellejador, era el lugarteniente de Williams el Rojo.
Brad era la mano derecha de Williams, recordó, Diego. Él y su tripulación fueron los que les persiguieron durante su travesía. Rosana llevaba razón, en vez de retroceder hasta Nassau, les esperaban cerca de Cartagena de Indias. De no haber sido por el accidente del marinero, que les hizo perder un día, se hubieran encontrado con ellos.
El destino, a veces tejía de una forma inimaginable sus vidas.
—No os separéis de mí —les dijo a Rosanna y a Carlota —. Va a haber mucho tumulto, dentro de un rato.
—Nos estaban esperando, ¿verdad, Diego?
—No sé cómo pudieron conocer nuestra ruta, aunque no me extrañaría que alguien de nuestra tripulación les hubiera hecho señales durante nuestra estancia en el islote.
—¿Un traidor? —Dijo, Rosana, asombrada.
—Son piratas, ¿qué se puede esperar de gente así? —Contestó, Carlota.
—Ser un pirata no nos exime de ser leales —dijo el joven —. Algunos de nosotros aún creemos en un código ético inquebrantable. Algo muy parecido al honor.
—Ya, por eso nos delataron a la mínima oportunidad.
—Sigue habiendo entre nosotros personas de toda condición, lo mismo que ocurre entre las personas a las que calificarías de buenas gentes. Es la mancha que oscurece la condición humana.
—Y eso lo dice un pirata y un asesino —bufó, Carlota.
Rosana la miró extrañada. Diego siempre le había caído bien hasta ahora.
—Llevas razón, Carlota. No soy nadie que pueda dar ejemplo con sus actos —confesó, Diego —. Aunque no siempre fui así.
—¿Qué es lo que te ocurre, Carlota? —Le preguntó su hermana.
—No me ocurre nada. Simplemente disfrutaré viendo como cuelgan a un pirata. No pienso perdérmelo.
—Me consideras indigno para tu hermana, ¿no es eso? Quizás lleves razón y no sea bueno para ella...
—No, no es eso...pero no es justo que ella se marche con usted, don Diego y... y yo me quede aquí sola... —la jovencita se echó a llorar y Rosana la abrazó.
—No estarás sola, tendrás a padre y madre y...A Tomás que no aparta la mirada de ti y al que has rechazado mil veces. Dentro de un tiempo, incluso podrías venir a vivir con nosotros, cuando estemos asentados en alguna parte.

—Lo siento si le he ofendido, don Diego, soy una tonta.
—No te preocupes, pequeña... Y puedes llamarme Diego, ahora que seremos familia —dijo el joven besándola en la frente —. Sé que Rosana lo es todo para ti y que te costará hacerte a la idea de perderla, pero lo que ha dicho tu hermana es cierto. Cuando podamos establecernos en un sitio te haremos llamar para que vengas a vivir con nosotros e incluso tus padres también podrían venir si eso es lo que desean.

—Eso sería fantástico, Diego—reconoció, Carlota, un poco triste aún —. He mentido. No quiero ver como ajustician a esos hombres. ¿Podríamos ir a casa?
Abandonaron las calles centrales donde se agolpaba el gentío y pasaron frente al hospital de la obra pía, muy recientemente construido.
Un rato después llegaron frente a la casa de Pedro Hinojos de Hérrera, el marino retirado.
El anciano estaba sentado sobre una banca en el jardín que rodeaba su casa, a la sombra de un parterre cuajado de flores blancas que exhalaban un dulzón aroma.
—¡Padre! —Gritó, Carlota en cuanto le vio y echó a correr.
—¿Carlota? ¿Rosana? No puedo creer lo que ven mis ojos —el anciano se levantó con dificultad del banco y se encaminó hacía ellas —Creía...creía...¡estaís a salvo!
Carlota se abrazó a su cuello, besándole, al tiempo que Rosana llegaba hasta ellos.
—Recibí una carta en la que me pedían un rescate por vosotras y...
—Ahora no debe de preocuparse por ello, Padre —le dijo, Rosana —. Estamos aquí y eso es lo que importa.
—Un noble caballero nos salvo, padre —mintió, Carlota según lo que habían ideado entre las dos hermanas —. Él nos ha traído de vuelta a casa, poniendo su vida en peligro...
—¿Y quién es ese caballero, hijas mías?
Diego, dando un paso al frente, salió de donde permanecía oculto.
—En realidad sus hijas solo tratan de defenderme, Don Pedro. Yo fui el que le mandé esa nota de rescate, pues yo fui quien las capturó, creo que es de ley explicarle la verdad. ¿Se acuerda de mí?
Pedro Hinojos le miró sin llegar a creer lo que veía y escuchaba. ¿Cómo olvidar a aquel joven que le había hecho ver la muerte tan de cerca y que además ahora se decía el responsable del secuestro de sus hijas?
—¿Tú? —dijo.




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