—Ahora, joven —dijo el anciano cuando se quedaron solos—, creo que usted y yo debemos hablar largo y tendido sobre ese ataque inminente del que me ha hablado.
—Sí, don Pedro, se lo contaré todo tal y como me lo contaron a mí.
—¿Cree que seguirán adelante con su plan incluso sin su capitán a quien usted mató, ese tal Williams el Rojo?
—Lo harán. Es una tentación que no dejarán pasar. Esa galeaza deberá llegar aquí en los próximos días y si nada ha cambiado en su plan, cuando llegué, vendrán ellos.
—¿Por qué nos ayuda ahora a nosotros, don Diego? Está traicionando a sus propios amigos.
—Nunca fueron mis amigos, salvo quizás Williams...
—¿Y a pesar de ser su amigo, no tuvo reparos en matarle...?
—Ya le conté lo que sucedió. Él mató a sangre fría a dos de mis criadas. Ellas no se merecían morir y menos de la forma en que lo hicieron...
—Sí, pero no me ha dicho toda la verdad —dijo don Pedro —. ¿Cuál fue el verdadero motivo?
—La razón principal fue su hija, aunque creo que usted ya lo ha adivinado. Cuando vi el cuerpo ensangrentado de Linnete, imaginé que era el de Rosana o incluso el de Carlota. Había muerto de una forma atroz, ultrajada y acuchillada un centenar de veces y supe que no podría permitir que ese que decía llamarse amigo mío, volviera a hacer algo parecido...Esa es la verdad.
—¿Se da cuenta de una cosa, don Diego? Ese pensamiento fue el mío cuando delaté a su padre. Él también se había transformado en un monstruo... Era mi obligación, como lo fue la suya, librar al mundo de un ser como él.
—Lo sé —asintió, Diego.
—¿Atacaran por tierra y por mar al mismo tiempo?
—Ese era el plan. No serán tan insensatos de enfrentarse con los cañones del fuerte, pero alejarán a los barcos y a sus tripulaciones de la ciudad, dejándola así, desprotegida.
—Cerca de doscientos soldados no es estar desprotegida del todo —reconoció, don Pedro.
—Ellos cuentan...o contaban en todo caso, con la ventaja de la sorpresa y además, son piratas sedientos de sangre y valen por dos o tres soldados de la guarnición cada uno de ellos. Sería un baño de sangre y si puedo evitarlo, lo haré.
—Lo haremos, los dos. Cuando vengan esos...esos hombres, estaremos prevenidos.
—He sido o aún lo soy, un pirata, don Pedro. Puedo asumirlo sin que eso me cause malestar. Cuando me presenté ante el gobernador le haré saber toda la verdad y le diré quien soy, de otra forma no nos creerían, confío en que salvar la ciudad sirva de atenuante por mis numerosos delitos.
—Conozco al gobernador y si bien, no es una persona excesivamente cerril, yo no confiaría en él más de lo necesario. Si le revela la verdad, acabará colgando del patíbulo. Tendrá que dejar que yo hable en su nombre, eso evitará su muerte y la muerte de mi hija. Ella moriría de dolor si algo le ocurre... Ya idearé algo con que convencerlos de la certeza de mis averiguaciones.
—Su hija pequeña, Carlota, es como usted. A bordo del barco ideó mil y una explicaciones para no contar la verdad sobre mí.
—¿Me está usted llamando mentiroso, don Diego? —dijo el anciano marino con una sonrisa.
—No se me ocurriría ahora que va a ser usted mi suegro.
• • •
Cuando Diego salió del despacho de don Pedro, era ya casi de noche. Al final de mucho discutir, habían acordado que todo se haría tal y como el anciano dijo. Él iría al día siguiente a hablar con el gobernador y trataría de convencerlo de la amenaza que pendía sobre las cabezas de todos los habitantes de la ciudad y creía que sería escuchado. Diego no estaba tan seguro como él, pero no le quedaba otra opción que confiar en que así fuera.
Al salir del despacho, Rosana le tomó de la mano y lo llevó afuera, al jardín.
—¿Qué tal te ha ido con mi padre? —Le preguntó.
—Es una persona a quien le confiaría mi vida. Está dispuesto a ayudar, aunque mucho me temo que no le hagan caso.
—Tendrán que hacerlo. La vida de todos depende de ello.
—El gobernador, al igual que toda su cohorte de funcionarios solo piensan en el bien propio y en aquello que pueda generarles beneficios. Si la noticia se hace pública se verán enfrentados a tumultos de toda clase y eso no les interesará. Tratarán de minimizar los hechos y la histeria que podría producirse y eso al final puede correr en nuestra contra. Cuando lleguen los piratas el caos cundirá y si no estamos lo suficientemente preparados, moriremos todos.
—Conoces muy bien al género humano. Tú deberías ser el gobernador.
—Nunca se lo he contado a nadie, Rosana, pero desde el día que te conocí, algo cambió dentro de mí. Desde entonces no he vuelto a matar a nadie que no se lo mereciese, como fue el caso de Williams. No, no es que me haya convertido en un santo, pero dejé de ser el demonio que era. Quizás sea un intento por mi parte de olvidar lo que fui, en lo que me obligaron a convertirme... O quizás solo fuiste tú.
Rosana le besó y le abrazó con fuerza.
—Para mí no eres un demonio, sino una persona extraviada que sin embargo anhela regresar al hogar que un día perdió...
—Ya lo he hecho. Ya he regresado. Mi hogar eres tú.