No estaba segura del tiempo que había estado caminando por el bosque, cuando vio aparecer las primeras casas. Lo único cierto era que el sol, hacia largo tiempo que estaba alto en el cielo.
Evito acercarse a los caminos, aunque le resultaba extraño que todavía no hubieran dado con ella o, no encontrarse con ninguna patrulla. Estuvo desorienta en algunos momentos, pero por suerte se encontró con el lago Biwa, que estaba cerca de la capital y lo bordeo hasta llegar a su destino.
Nene observo escondida tras la maleza como los habitantes realizaban sus quehaceres, sin importar lo que ocurría en la ciudad. A las orillas del lago, estaban amontonados algunos botes mientras otros, faenaban en él. Algunos niños jugaban en la orilla y también podía ver el humo de los hogares en las casas. No estaba segura de haber llegado a la capital, pero la enorme columna de humo que se veía en la zona norte, se lo confirmo. Debía de encontrarse en alguno de los barrios marginales.
Conocía la existencia de los paria, aquellos ciudadanos que se consideraban impuros por los trabajos que realizaban y también sabía que vivían en la periferia. Sin embargo, nunca los había visto y tampoco entendía que no le dieran importancia al humo que se veía. ¡Estaban atacando la capital! Prefirió no pensar en ello. Tenía que llegar hasta su padre y hermano, además de conseguir algo de ropa. Todavía se encontraba con el kimono blanco, que ya estaba manchado y echo jirones, y la capa que le dio Nobutada. Su atuendo delataba que había huido de algún lugar y eso la hacía sospechosa.
Escucho risas y se giró preguntándose de dónde venían. Subió por una pequeña duna y vio a un grupo de mujeres cerca del lago. Estaban lavando la ropa, o al menos eso creía porque realmente parecían sacos. Alguna de las prendas estaba tendida sobre las ramas, así que solo tendría que conseguir uno.
Intentando hacer el menor ruido posible, estiro el brazo pero no llegaba. Podía rozar la tela con la punta de los dedos, aunque para llegar a ella se tendría que exponer a ser descubierta. Observo que casi todas estaban agachadas restregando la ropa contra las rocas, mientras reían entre ellas. Solo dos estaban más cerca de ella, pero no la habían visto. Estaban susurrando entre ellas y miraban de vez en cuando el humo.
Lleva toda la mañana ardiendo. Me pregunto cuando conseguirán apagar ese fuego.
Dicen que han atacado a alguien importante.
Son cosas que a nosotras no nos importan – grito una desde el lago – como si quieren prenderle fuego a toda la maldita ciudad. Ahora, regresad a trabajar. La ropa no se lava sola.
Nene espero a que se agacharan con las demás y volvió a estirarse todo lo que pudo, esta vez, saliendo de la protección de su escondite. Además de la ropa, se hizo con una cuerda para atarlo. Volvió a refugiarse en la maleza y allí se cambió. Nunca había usado algo tan áspero e incómodo. Tal como imaginaba, no era un kimono pero tampoco un saco. Se trataba de una tela de arpillera que tenía tres agujeros: uno para la cabeza y dos para los brazos. Se ató la cuerda a la cintura, para darle algo de forma. Se soltó el pelo e intento colocarlo delante de la cara. Entraría en la ciudad haciéndose pasar por un paria. Nadie la miraría y tampoco se acercarían. Sabía que solo podrían entrar con un permiso especial o una petición de las clases altas pero, ¿Quién se atrevería a acercarse para preguntarle?
Avanzo por las estrechas calles procurando no perder los peces que había robado. Su excusa, si alguien le preguntara, sería que iba a distribuir los víveres a una casa importante de la ciudad. Maldecía ir siempre en palanquines cubiertos, que no le permitían ver a través de ellos. Si su padre no hubiera sido tan insistente en que fuera siempre protegida cuando salía, quizás ahora, sería capaz de saber en qué punto exacto se encontraba.
Pronto apareció en una de las calles principales. Esta era más ancha que las demás y las casas tenían las puertas abiertas, ofreciendo sus productos a los compradores. Se encontraba en el distrito de los comerciantes, donde la calle estaba repleta de personas. ¿Había sido su imaginación todo lo que había ocurrido? No era posible. La cortina de humo, que se elevaba en el cielo, así lo demostraba. Sin embargo, a nadie parecía importarle. ¿Podría ser que como el templo estuviera alejado, no afectaba la ciudad? Lo cual significaba, que estaban atacando a su padre, no a la capital.
Avanzo hacia la parte norte, de dónde provenía el humo y, a medida que avanzaba iba desapareciendo la gente y las casas. La desolación se apodero de ella, al llegar a las puertas del templo. Todo estaba completamente quemado e incluso, algunas partes aún seguían ardiendo. Soldados imperiales transportaban cadáveres de un lado a otro y, un grupo de curiosos estaba en la puerta murmurando. Una patrulla impedía el paso.