El paisaje era precioso. Estaban atravesando el lago, del que emergían pequeños islotes. Una fina niebla se alzaba en aquel momento, envolviendo las formas y dándoles protección. Tsuneoki seguía la corriente con el mantenimiento de los remos y de vez en cuando miraba a la joven, quien se encontraba sentada en una esquina, en completo silencio. No había pronunciado palabra desde que abandonaron Azuchi y el joven, no era capaz de adivinar que pasaba por la mente de la chica.
Navegaron durante tres días, parando solo para coger algunas bayas y descansar. Atravesaron el lago y un rio. De vez en cuando se cruzaron con algunas barcazas, aunque la mayor parte del tiempo, el rio estaba desierto. La tarde del cuarto día se detuvieron en una playa. Un poco más adelante se encontraba el mar. Habían llegado a la provincia de Echizen, en la zona norte de la península. Tsuneoki escondió la embarcación y se acercó a unos pescadores. Estuvo hablando con ellos unos minutos y luego regreso con la joven, quien esperaba en la entrada de una pequeña casa.
Ranmaru se levantó dolorido. Días después del ataque, se había despertado en una habitación con Saki a su lado. Se distrajo mientras los ayudaba a escapar y no vio como lo atacaban por la espalda.
Con trabajo, se acercó a la ventana y la abrió. El cielo estaba claro y varios niños jugaban en el interior de un patio. No sabía si se sentía peor por haber perdido a Nene, o por ser vencido. Escucho como se abría la puerta y se giró para enfrentarse a su captor. Su sorpresa fue mayúscula al ver a su hermano mayor frente a él. Hacía años que no se veían, desde la muerte de su padre en la guerra contra el clan Asakura. Nobunaga juro que se haría cargo de los cinco hermanos, pero Tadamasa se negó a servirle y se convirtió en ronin, un samurái errante. No habían recibido noticias de el en años, así que imaginaron que había muerto en alguna pelea de taberna o escaramuza.
Ranmaru no dijo nada. En silencio observaba a su hermano. Ya no quedaba nada de aquel débil muchacho que había visto alejarse en un caballo. Tadamasa estaba cubierto de pequeñas cicatrices que eran visibles debajo de las mangas del kimono. En aquellos años, se había convertido en un hombre alimentando el odio y el rencor. Lo podía ver reflejado en su mirada.
Tadamasa cerró la puerta y Ranmaru lanzo un largo suspiro. ¿Qué iba a hacer ahora? Lidiar con un hermano al borde la locura no entraba en sus planes. Sino tenia cuidado, su vida acabaría antes de lo esperado.