La joven del cabello rojo, idéntico a las demás mujeres que tenía al rededor, caminó lentamente, con cierta desconfianza hacia la única chica que había tenido el detalle de invitarla a sentarse junto a ella. Su mente era una continua marea de pensamientos confusos sin ideas claras.
—Adelante, no muerdo —bromeó la chica, dándole suaves golpecitos a la madera del tronco en la que se encontraba sentada.
La joven, aturdida, se sentó junto a ella, dejando un espacio entre ambas. No sentía la suficiente confianza como para sentarse tan cerca.
—Seguramente debes estar un tanto perdida.
—No entiendo nada —murmuró.
—Ninguna de nosotras entendió nada cuando nos despertamos aquí en el bosque —dijo la chica, quien parecía tener unos años más que ella—. No tengas miedo, con nosotras vas a estar a salvo. Ten —le tendió unos frutos secos—, supongo que tendrás hambre.
La joven no comentó nada cuando, sin pensárselo, aceptó la comida que le ofreció ella y empezó a comérsela sin apenas respirar. Sentía que no había comido en años, aunque tampoco sabía cuándo había sido la última vez que se había llevado bocado a la boca. No tenía ningún tipo de recuerdo en su cabeza, y eso sólo hacía que acrecentar su miedo.
Cuando se terminó los frutos y alzó la cabeza, se encontró con la mirada de la chica fija en ella. En ese momento se percató de algo que no había visto cuando despertó.
—Tus...tus ojos...—tartamudeó—. Tus ojos son naranjas.
La chica esbozó una sonrisa que la descolocó por completo. ¿Por qué no parecía sorprenderle a ella aquel dato? ¡Tenía los ojos naranjas!
Verlos tan de cerca sólo logró que un extraño escalofrío le recorriera el cuerpo entero.
—Son exactamente como los tuyos.
—¿Cómo?
—No te has visto todavía, ¿verdad?
No le dio tiempo a responder cuando la chica, se levantó del tronco caído y le agarró de la muñeca para que la siguiera. Caminaron unos cuantos metros en total silencio hasta que la joven comenzó a escuchar el ruido de la corriente de un río que pasaba por ahí. Cuando llegaron, la chica que la había guiado se acercó, y la observó sobre su hombro, esperando a que se acercara.
—Acércate y mira tu reflejo. Quizá así logres entenderlo todo un poco mejor.
Se mantuvo durante unos segundos pensativa, pues no sabía si le transmitiría más miedo el no saber, o el saber demasiado sobre todo lo que estaba pasando. Optó por el conocer, no quería quedarse en el lado de la ignorancia, así que con cierto temor, la joven hizo lo que le pidió y se agachó a su lado.
Dudó durante unos largos segundos, pero finalmente se estiró, y se miró a sí misma, encontrándose con algo que no se esperaba. Sus ojos eran exactamente iguales a los de aquella chica, y no sólo ella, sino iguales a los de todas las mujeres que se encontraban en el bosque. Aunque el parecido no acababa allí, sino que, al igual que ellas, tenía un perfecto cabello rojo que caía sobre sus hombros.
Le extrañaba, aunque no sabía el porqué, ni siquiera sabía cómo era ella.
—Supongo que no te acordarás de tu nombre.
Ella negó, sin apartar la mirada del agua.
—Tranquila, puedes pensar un nombre para ti. Todas lo hemos hecho. Por ejemplo, yo me llamo Luna.
La joven arrugó su frente, se sentía extraña. Era como si no pudiese pensar en nada, como si su cabeza estuviese vacía.
—¿Por qué no recuerdo nada?
—No lo sé.
—¿Por qué estoy aquí? —cuestionó, llevando su mirada hacia el cielo.
Luna, quien ya se había presentado, la observó con total curiosidad.
—Lo siento, hay pocas preguntas a las que te pueda responder. Todas pasamos por lo mismo que tú, con la única diferencia de que nos despertamos juntas, es más, nadie sabe por qué has aparecido tú. Es extraño —esto último lo murmuró.
La joven, de aproximadamente veinte años, volvió a centrarse en Luna.
—¿Qué es este sitio tan...frío?
—Bienvenida a Judyk —sonrió.
—¿Judyk?
Luna asintió.
—Cuenta la leyenda que hace más de doscientos años, un aquelarre de brujos y brujas decidieron imponer un memorable castigo a aquellos que intentaban darles caza. Una fría noche de invierno, secuestraron a algunas de las familias más poderosas y más influyentes del pueblo y se las llevaron lejos.
La mente de la chica comenzó a unir conceptos, palabras y significados. No hubo nada que no entendiese, excepto una cosa, ¿por qué no le parecía extraña la mención de brujas?
—Cuando las familias despertaron en el bosque se encontraron con una única nota que les daba la bienvenida a su mundo celda, como les gustaba llamarlo las brujas. Anduvieron durante horas con la esperanza de que fuese una para nada graciosa broma, hasta que después de horas se dieron cuenta de que aquello no se parecía a su mundo. No había casas, ni gente, lo único con lo que se toparon fueron con flores exóticas y animales que jamás antes habían visto.
La chica paseó su mirada por los alrededores, en busca de algo que le fuese extraño. Luna soltó una pequeña carcajada.
—Tranquila, este sitio es lo más parecido a un bosque de la Tierra.
La Tierra.
—¿No estamos en la Tierra?
—No, Judyk es como su mundo paralelo, aunque completamente diferente. Nos hemos encontrado escritos de los humanos en los que describen algunas criaturas para nada parecidas a las de la Tierra.
—¿Por qué dices humanos como si tú fueras diferente?
Luna ladeó la cabeza, como si se percatara de lo mucho que le tendría que enseñar a aquella chica. Una pequeña sonrisa curvó sus labios.
—Porque soy diferente. Somos diferentes —rectificó, y ante la duda, dijo—: Somos brujas, cariño.
—¿Brujas?
Su corazón se paró por milésimas de segundo. ¿Ella? ¿Una bruja?
—¿Yo soy...? —Luna asintió—. Pero no puede ser...yo...
—Es lo más real que escucharás en mucho tiempo. Somos brujas. Somos poderosas.