La Hija del Diablo

1. Pacto con el infierno

 

La tierra húmeda y pegajosa debido a la tormenta de aquella noche, manchaba las botas negras del joven al caminar hacia el edificio central de Ciudad Madre. El viento era dominante y gélido aquella mañana, removiendo las hojas de las calles y levantando la tierra de estas.

El joven de cabello castaño amarrado en una pequeña coleta baja, miró de reojo al hombre de mediana edad que caminaba a paso acelerado a su lado. Llevaba todo el camino callado, y si a eso le sumabas su ceño fruncido, no hacía más que alimentar las sospechas del joven. La cosa era mucho peor de lo que parecía.

—Padre, ¿y si no quieren ayudarnos?

El hombre le miró de reojo, sin disminuir su paso.

—Lo harán, ellos también están metidos en esto —su voz sonó segura de sí misma.

En la última semana, se habían documentado cuatro desapariciones de niños varones en la ciudad de Daveth, y tras comunicarse con los otros sectores y confirmar que no habían sido los únicos en vivir aquellas desapariciones, decidieron levantar el estado de alarma en el reino de Judyk.

La gente les miraba con curiosidad, seguramente preguntándose cuál era la cusa de la presencia del líder del sector tres y su hijo, pero por otra parte con miedo, ya que estaba llegando a oídos de todos los habitantes de Judyk las siniestras desapariciones de niños. Ese era el motivo por el que ellos estaban allí.

La mayoría de las personas de ciudad Madre eran ancianos y gente con problemas físicos o mentales que necesitaban de ayuda. En un principio, cuando las cuatro familias fueron encerradas en Judyk por culpa de unas brujas, decidieron levantar una ciudad. Años después, la tensión entre familias aumentó, todas se echaban la culpa entre sí de su castigo y de los problemas que los atormentaban, así que en un intento de evitar posibles enfrentamientos, decidieron fundar una ciudad cada una, dejando la primera, la más segura y mejor hecha para la gente mayor que necesitaba de una vida más cómoda.

Ya ante las puertas del edificio central de Ciudad Madre, dos guardias les permitieron el paso al interior de este tras brindarles un saludo de respeto y educación. El joven siguió los pasos de su padre escaleras arriba, en busca de alguno de los líderes de Ciudad Madre. Cuando llegaron a una puerta grande, pudieron escuchar con claridad las voces de algunos de ellos al otro lado.

—Daveth, quédate aquí.

Daveth ni siquiera se molestó en quejarse ante aquello, pues a pesar de que su padre quería prepararlo para cuando tuviera que tomar el mando de su ciudad, había ocasiones como aquella en la que su ayuda no podía servir para nada. Rodando los ojos y soltando un bufido, se dejó caer en una de las sillas de maderas que había en el pasillo.

Pasados los minutos comenzó a aburrirse, así que se acercó a una de las ventanas para apartar la madera de estás y mirar hacia las calles embarradas. Los ciudadanos cuchicheaban entre sí mirando hacia un lugar en particular. Daveth tuvo que estrechar sus ojos hasta que estos dieron con el carruaje de...

—Mierda —maldijo al percatarse del carruaje del líder del sector uno que se acercaba hacia el edificio.

Su cuerpo se tensó de tan sólo pensar en su presencia, y con el enfado creciendo en su pecho giró sobre su propio eje y entró en la sala donde su padre hablaba sin siquiera llamar. Los presentes lo miraron, algunos con sorpresa y otros con reproche. Su padre lo fulminó con la mirada.

—Daveth...

—Me dijiste que el sector uno no estaría metido en esto.

—Todos estamos metidos en esto, joven —habló uno de los ancestrales, tal y como se les llamaba. Eran cinco en total.

Apretó sus labios en una fina línea, reacio a tener que compartir el aire con el líder del sector uno. Su padre, que casi supo lo que sentía y lo que pensaba su hijo, se disculpó y lo agarró del brazo para sacarlo de la sala. Tras cerrar las puertas lo miró con seriedad, y aunque tendría que estar enfadado por interrumpir de aquella manera, Daveth supo que no podría pasar por alto el estar preocupado por él.

—Debes dejar atrás el pasado, hijo —dijo apoyando una mano en el hombro del castaño, en forma de apoyo—. No puedes dejar que controle tu presente.

—Díselo a él, padre —el joven escupió—. Él es el único que no hace más que recordármelo cada vez que me ve.

Su padre apretó su mandíbula, mostrando su desagradado ante aquello. Sin embargo, por mucho que ambos odiasen lo que aquel hombre hacía, Daveth era consciente de que no podía perder los papeles con el hombre, debía haber respeto entre los cuatro sectores.

No les dio tiempo a decir nada más cuando unos par de pisadas se acercaron por las escaleras, hasta ellos. En cuanto Daveth se giró, su cuerpo se tensó involuntariamente. El sabor amargo volvió a su paladar, viéndose obligado a tragar saliva. Sus ojos oscuros conectaron con los grises y fríos del hombre que se había quedado frente a ellos.

Dawen Der, era un hombre de mediana edad, aunque su aspecto físico, sobre todo su rostro, lo hacía parecer unos años más mayor de lo que realmente era. Tenía una mandíbula cuadrada, decorada por una barba pobre y escasa en algunas partes, producto de su estrés. Sus labios finos, fruncidos en el mismo momento en el que vio al joven se vieron obligados a moverse para poder decir algo. Miró al padre de Daveth.

—Yannick —saludó con respeto.

—Dawen —el padre del joven le devolvió el saludo, pensando en lo último que le había dicho su hijo. No pudo sonreírle, no después de todo.

Daveth supo que Dawen deseaba con tantas ganas como las de él irse de ahí sin decirle nada más, sin embargo, el hombre quiso seguir con su educación, volviendo a mirar al joven. El odio se vio reflejado en sus ojos grises.

—Daveth.

El susodicho no dijo nada, simplemente lo observó, intentando que no se notara lo brusca que estaba empezando a ser su respiración. No podía evitar mirar esos ojos grises que tanto odiaba y ver en ellos otro más bonitos, más brillantes.



#1150 en Fantasía

En el texto hay: amorymiedo, brujasmagia

Editado: 30.01.2023

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