La Hija del Diablo

14. Bosque de los cedros silbantes

 

Ignis

 

Estábamos llegando a una de los lugares que más me gustaban de aquel viaje, y tenía la sensación de que Luna lo sabía. En cuanto nos fuimos acercando ella comenzó a adelantar a los demás caballos para ir la primera. Le acaricié la crin y sonreí cuando la escuché relinchar.

—¿Lista para correr como nunca?

Nos hizo falta avanzar un poco más para deshacernos de los árboles. Ante mis ojos, se extendía un enorme prado. La hierba brillaba bajo los rayos del sol. Como cada vez que pasábamos por ahí, me agarré con fuerza y dejé que Luna fuese feliz.

Comenzó a correr hacia el prado, concretamente hacia un grupo de caballos salvajes que vio a lo lejos. Para facilitarle la tarea me agaché, colocando mi cabeza hacia delante. La sensación de compartir ese momento con Luna era de las más especiales que había vivido. Ir a esa velocidad, con el viento golpeándome y la sonrisa creciendo más y más era pura dosis de libertad.

Solté una carcajada cuando el grupo de caballos se fueron corriendo, espantados ante la presencia de Luna. Pero ella no se detuvo, corrió por todo el prado hasta que no dio más de sí. Entonces comenzó a trotar hacia Daveth y los demás. Estiré mis brazos hacia los lados y cerré los ojos, mi cabello se removía por el viento hacia atrás. Pocas cosas se sentían tan bien como eso.

Luna finalizó levantándose sobre sus patas traseras y relinchando.

—¡Eso ha sido una pasada! —escuché gritar a Arlet.

En cuanto vi el brillo en los ojos de Arlet y su gran sonrisa, supe que había roto parte del plan que había elaborado antes de llegar a Ciudad Madre. Porque eso, lo que acababa de pasar, era una de las tantas cosas que no podía mostrar de mí. Podía llegar a imaginar lo que me habría dicho Luna si hubiese estado conmigo en esa situación. Sin hablar de Saya, la más mayor de las brujas que conocí.

En mi plan no estaba eso, mostrarme como alguien cercano. Cuando pisé Ciudad Madre lo tenía claro, debía aprovechar el terror que causaba y no pasar esa fina línea. Debía seguir siendo durante todo el viaje el monstruo que ellos mismos habían creado. Pero todo se había ido a la mierda.

Aunque seguramente haber seguido tan estrictamente el plan habría sido lo mejor, no podía seguir mintiéndome a mí misma. No podía seguir siendo la bruja de Judyk, la hija del Diablo, el monstruo de fuego. No podía continuar con algo de lo que yo misma escapaba. Porque yo no quería ser eso. Yo sólo quería ser Ignis.

Y a pesar de que lo tenía claro, no pude evitar pensar si estaba haciendo las cosas bien.

Me coloqué de nuevo la capucha ante las tantas miradas que se clavaron en mí. Era algo que solía hacer cuando no sabía cómo escapar de equis situación. Era la única forma de esconderme. Hubo un par de ojos oscuros que analizaron aquel gesto de una forma diferente que los demás. Daveth y yo nos miramos durante unos segundos que se tornaron eternos. Entonces él apartó la mirada y se dispuso a seguir avanzando.

Encabezaba al grupo cuando llegamos al límite de aquel gigantesco prado. El cantar de los pájaros nos persiguió hasta que volvimos a estar rodeados de árboles. Sólo se escuchaba el sonido de las ramas crujiendo bajo las pezuñas de nuestros caballos.

—¿Puedes volver a recordarnos las especialidades de este bosque?

Volví mi rostro hacia Yannick, que ahora se encontraba a mi lado derecho. A su derecha Yelisa lo acompañaba, y a mi lazo izquierdo se encontraban Taric y Dawen.

—El Bosque de los cedros silbantes es sin duda, el lugar más hermoso y mágico que vais a ver en vuestra vida.

—Nos hablaste de unos seres, ¿no? —cuestionó Yelisa.

—Sí, os mencioné a las nitxes. En este bosque hay una gran cantidad de animales mágicos que no encontraréis en ninguna otra parte, ni siquiera en la Tierra. Las nitxes son uno de esos seres, inteligentes y pacíficas si no se les hace nada.

—¿Y qué pasaría si alguien les supusiera una amenaza? —preguntó Dawen.

—Que lo destrozarían vivo —respondí con calma.

—¡¿Qué?! —exclamó Taric con los ojos abiertos por la impresión—. ¿Y decías que era pacíficas?

Asentí.

—Y lo son. Su único enemigo es aquel que intente hacerles daño a ellas o a su bosque. Su ecosistema en su hogar y forma parte de ellas. Así que no hagáis nada estúpido antes de preguntar. No me gustaría ver a nadie siendo devorado por pirañas voladoras.

—¿Pirañas voladoras? —Yannick me observó con confusión.

Le sonreí.

—Tienes unos dientes aterradoramente afilados.

Yannick asintió, procesando la información.

—No recuerdo que nos hablaras de estas criaturas cuando hicimos el documental sobre los animales oscuros.

—Eso es porque no son animales oscuros. No suponen una amenaza directa como esos monstruos. Aunque os parezca una locura, no debéis temer a las nitxes si seguís todos mis consejos. Son seres bellos e inteligentes.

Por sus expresiones, no debí de tranquilizarlos mucho. Llegamos hasta el puente que conectaba un bosque con el otro y les ordené que se detuvieran antes de cruzarlo con el sonido del río de fondo. No quería tentar a la suerte, no sabía si a las nitxes les haría gracia ver a tanta gente en su bosque.

Tomé aire y silbé entonando la melodía adecuada. Tenían un buen oído, así que las nitxes más cercanas no tardarían en venir.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Yannick al otro lado del puente.

—Las estoy llamando. Ahora sólo nos queda esperar.

—¿A qué estamos esperando? —escuché preguntar a Daveth.

Pero cualquier respuesta se esfumó en cuanto un par de nitxes aparecieron en mi campo de visión. Escuché jadeos de sorpresa y dudas escupidas en susurros. Eran todo lo contrario a lo que aquellos humanos estaban acostumbrados a ver.

Las nitxes tenían un cuerpo antropomorfo, con cuatro dedos en cada pie y mano. Sus ojos eran grandes, redondos y completamente negros. En la cabeza tenían dos antenas que les facilitaban escuchar sonidos lejanos o vibraciones. Sus alas de mariposa, llenas de colores contrastaban con su piel gris.



#1139 en Fantasía

En el texto hay: amorymiedo, brujasmagia

Editado: 30.01.2023

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