La Hija del Diablo

30. Volvamos a casa

Mientras descendía por la ladera de la colina, Ámbar revisó las pocas armas que llevaba encima. Apretó con fuerza la empuñadura de su espada y se agachó para confirmar que seguía teniendo una daga y una flecha en una de sus botas. Había aprendido que cualquier mínima arma puede salvarle la vida a uno, así que nunca iba totalmente desprotegida.

Asintió con la cabeza y se obligó a seguir caminando, porque sabía que si miraba hacia atrás y veía algún rostro conocido siguiéndola con la mirada le costaría seguir avanzando. Quizá su objetivo seguía siendo muy claro, pero eso no quitaba que le doliera despedirse de algunas de las personas más maravillosas que había conocido.

Ámbar se obligó a acelerar el paso, porque cuanto antes llegara a Elyas, antes salvaría a Judyk de la oscuridad.

Mientras tanto, en el mismo sitio donde se había despedido, Daveth observó la figura de Ámbar perderse en el espesor del bosque. Sabía la dirección que estaba siguiendo, algo le decía que su destino era la gigantesca montaña que más cercana al mar estaba.

Se pasó la mano por la cabeza, peinando los mechones sueltos hacia atrás. Se le había acelerado el corazón con tan solo perderla de vista. No era idiota, conocía esa sensación de angustia, esa incipiente preocupación. Era el miedo. El terror de volver a sentir el dolor que lo paralizó tres años atrás.

Sintió unas manos fuertes cerrarse sobre sus hombros y apretarlos con fuerza. No necesitaba girarse para saber quién era.

—Escarabajo, ¿va todo bien?

—Por supuesto —dijo con voz monótona.

De un tirón Jasir le dio la vuelta. Daveth evitó mirarlo a toda costa, así que desvió la mirada hacia su hermana, que sentada sobre una roca admiraba el arco que había sido de Ámbar.

—Vamos a estar bien, ¿de acuerdo? —Jasir lo sacudió levemente—. ¿Me estás escuchando? ¡Daveth!

Clavó su mirada en los ojos verdes de Jasir. Su amigo lo observaba con preocupación, no le era nada difícil dar con lo que se escondía tras su mirada.

—Se sabe defender solita.

—Lo sé.

—Ella va a estar bien.

—Pero ¿y si no? —cuestionó con inquietud—. ¿Conoces quién es ese loco? ¿Sabes de lo que es capaz de hacer ese demonio para tenerla?

—Yo…

—Va a matarla —jadeó con la voz entrecortada—. La va a…

Jasir no pudo soportar más el dolor de su amigo. No podía aguantar más la imagen que tenía de Daveth. Contuvo la furia que le creaba no poder hacer nada por él y le agarró de la cara, quizá un poco más fuerte de lo normal.

—Escúchame atentamente —dijo lentamente—. Ella no es Deline.

Ese nombre le sentó como una patada en el estómago. Daveth quiso preguntarle por qué le hacía eso, por qué narices tenía que nombrarla a ella en ese momento. Sin embargo, no tardó en entenderlo. El cariño que le había ido cogiendo a Ámbar había ido, en todo momento, de la mano del miedo. Era como si su cerebro le recordara lo que le había ocurrido a Deline y le advirtiera del posible final que Ámbar también tendría.

Todo aquel cúmulo de pensamientos cesó cuando ambos escucharon a alguien gritar.

—¡Mirad allá!

Daveth se giró al instante y su respiración se cortó en cuanto la niebla roja comenzó a irse y fue consciente de lo que sus ojos estaban viendo. A lo lejos, en el valle que minutos antes había estado vacío, se hallaban miles de personas. Parecían ser dos gigantescos grupos enfrentados. Daveth no entendía nada de la situación.

—Pero ¿qué cojones? —soltó Jasir—. ¿Por qué hay tantas personas y en qué maldito momento han aparecido?

El grupo de Daveth comenzó a amontonarse para ver lo que estaba sucediendo. Le pareció ver como entre todas esas personas, hubo una, más adelantada que el resto, que comenzó a brillar. No le hizo falta pensar mucho para saber que se trataba de magia, de una demasiado poderosa.

No le dio tiempo a pensar mucho más. De repente el silencio en el que se había sumado el valle cesó ante el estallido de ambos bandos. Se escucharon los gritos de guerra. El enfrentamiento había comenzado. Se trataba de un espectáculo sangriento, de la muerte inundando el valle. Hubo destellos de luz, llamaradas de fuego, temblores.

—¿Acaso son…? —Dawen ni siquiera pudo terminar la frase, el miedo le sacudió entero.

—Brujos —afirmó Taric—. Miles de brujos.

Mientras todos observaban la batalla desatarse con nerviosismo, Daveth no pudo evitar dirigir su mirada hacia el bosque en el que se había perdido la figura de Ámbar. Si su intuición no fallaba y se dirigía a la montaña del sur, pasaría demasiado cerca de la guerra que se estaba librando.

Lo tuvo claro.

Se decidió mucho antes de pensar siquiera en las consecuencias.

Agarró su espada, se abrió paso entre las personas a empujones y se echó a correr colina abajo. Escuchó a Jasir llamarlo a gritos, pero por nada del mundo pensaba detenerse. 

Arlet había presenciado el momento en el que algo en la mirada de su hermano cambió y se marchó corriendo. Congelada en su sitio, con sus manos apretando con fuerza el arco que le había otorgado Ámbar, vio a Jasir seguirlo. Al parecer los demás estaban demasiado ocupados viendo el desastre del valle como para darse cuenta que esos dos se habían ido corriendo. A su mente le costó procesar lo que acababa de pasar. El caos que se estaba desatando en el valle fue lo único que logró escuchar durante unos segundos.

Sabía lo que había elegido su hermano y sabía el porqué. Sabía que no podría detenerlo, porque al igual que ella, él también era un cabezota. Pero eso no quitaba que quisiera ayudarlo. Así que se acomodó el carcaj y se dispuso a seguirlos a ambos, pero una mano rodeó su brazo y le impidió ir. Al girarse descubrió a su tío Taric mirándola con desaprobación.

—Ni se te ocurra.

Arlet frunció el ceño y sacudió su brazo para intentar zafarse, pero de nada le sirvió. ¿Su tío lo había visto marcharse y no había hecho nada?



#1145 en Fantasía

En el texto hay: amorymiedo, brujasmagia

Editado: 30.01.2023

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