Daveth
Se me estaba haciendo difícil contener la sonrisa, estar rodeado de borrachos no era algo que viviera todos los días. En el sofá que tenía delante, Yelisa abrazó con fuerza a Ámbar y comenzó a cantar una canción que había estado escuchando últimamente a través de esos dichosos aparatos a los que llamaban móviles. Ámbar no estaba, ni de lejos, tan borracha como Yelisa, pero el alcohol había hecho que sus mejillas tomaran más color. Estaba preciosa.
—Cantas fatal —le soltó Jasir con cara de querer esconder la cabeza bajo la tierra.
Él y yo compartíamos el otro sillón. Mientras yo estaba sentado en una punta, él ocupaba el resto tumbado, con su cabeza en mis piernas. Tuve que arrebatarle de las manos la botella que meneó y dejarla en la mesa pequeña, lejos de su alcance. Si manchaba el sillón a mi madre le daría algo.
—Pues arráncate las orejas —le escupió Yelisa de morros, cual niña pequeña.
—¿Crees que no lo habría hecho ya si pudiera?
—¡Yo te ayudo!
No sé en qué momento apareció, pero de repente Arlet saltó encima de Jasir. Este se encogió y gimió de dolor mientras mi hermana se reía a carcajadas sobre él. Poco duraron las otras dos en unirse a su risa. Jasir gruñó sin dejar de abrazarse el abdomen.
—¿A quién se le ha ocurrido darle alcohol a esta niña?
—A ti, Jasir —le recordé con aire divertido—. Has sido tú quién le ha dado de beber a escondidas. Últimamente te alías mucho con mi hermana.
Ámbar se levantó de su sofá y se acercó para agarrar a Arlet y ponerla sobre su hombro como un saco de patatas. Colocó la mano libre sobre su cadera.
—Será mejor que cada uno vuelva a su casa. Los padres de Daveth nos advirtieron de que no llegarían muy tarde. El pobre Yael se estará muriendo de sueño.
—Eres una aguafiestas —lloriqueó Jasir.
—¡Eso, eso! —No sé cómo Yelisa se movió tan rápido, pero ahora se encontraba en el suelo, aferrada como un mono a una de las piernas de Ámbar—. ¡Tú lo que quieres es abandonarnos!
Los ojos verdes de Ámbar me buscaron, me pedían ayuda. Éramos los únicos que no se habían emborrachado tanto como el resto. Reprimí una sonrisa y me puse en pie para ayudarle a despegar a Yelisa de su pierna. La muy cabrona no tenía la intención de dejarla ir.
—Suéltala —gruñí—. Mañana tiene que coger un vuelo a Nueva York. Ya bastante ha hecho cediendo a beber con nosotros.
Yelisa se removió y se aferró con más fuerza a su pierna.
—Nos va a dejar tirados.
—Os he dicho que solo voy a ver a un viejo conocido.
—¡Pero no nos dices quién es! ¿Por qué no nos lo has presentado? ¡A Nolan nos lo presentaste!
—Porque Nolan es de aquí, de Mynster.
—¿Ese amigo tuyo es familiar de Alex? —Así se llamaba un buen amigo que había hecho mi hermana en el instituto. Era uno de los tantos chicos que Ámbar nos había presentado.
—Sí. Algo así.
Tardé más de lo esperado en alejar a Yelisa de Ámbar. Cuando todos se calmaron, ella se encargó de acompañarlos a sus respectivas casas —agradecía que fuéramos vecinos—, y yo me encargué de llevar a mi hermana a su habitación.
No sabría explicar cómo habíamos llegado a parar a aquel mundo. Solo sé que estaba abrazando a Ámbar en aquella cueva y que, dos segundos después, estábamos en la Tierra. Según lo que nos había contado, Judyk había dejado de existir. No quedó rastro de lo que fue mi hogar. Al parecer el hechizo con el que había sido creado ese mundo se había roto.
No fue nada fácil acostumbrarnos a este nuevo mundo. Había pasado un año y todavía no me hacía a la idea. Por suerte, Ámbar nos ha estado ayudando durante todo el proceso. Nunca nos llegó a contar cómo consiguió hacernos hueco a tanta gente en este pueblo. Siempre que le preguntaba sonreía con añoranza, y en ocasiones la pillaba mirando al cielo.
Estaba recogiendo los vasos y las botellas del salón cuando alguien llamó a la puerta. Dejé entrar a Ámbar, que poco tardó en ofrecerme su ayuda para limpiar todo.
—¿Y Arlet?
—Se quedó roque en cuanto tocó el colchón. —Sonreí—. Jasir ha creado a un monstruo.
Ámbar se echó a reír, lo que provocó que un brillo cálido se instalara en sus ojos. Fue como si todo dejara de girar a nuestro alrededor. Hice todo lo posible por grabar la imagen que tenía delante. No me di cuenta de lo absorto que me había quedado mirándola hasta que me dió un golpe en el hombro de forma juguetona.
—¿Qué miras tanto?
—Todavía me cuesta acostumbrarme a tu color de ojos. —Era curioso, a veces me desvivía por el recuerdo de su mirada chispeante, de esa que tanto temí en un principio, y al mismo tiempo anhelaba la atención de esos ojos verdes que jamás volverían a mirarme igual.
—Eso tiene su arreglo.
De repente el color naranja al que tanto había estado acostumbrado engulló el verde y sus ojos brillaron con fuerza. El fuego rugió en su mirada. Sacudí la cabeza, divertido, y seguí recogiendo.
—No he dicho que no me gusten.
Por otra parte, no sabría explicar cómo había cambiado nuestra relación desde aquel entonces. El fuego que nos había mantenido ardiendo se apagó tal y como dedujo Ámbar, solo que yo tardé un poco más de tiempo en aceptarlo. Ninguno de los dos se enamoró del otro, nos lo habíamos dejado claro. Nos habíamos querido mucho en Judyk, habíamos tenido que acostumbrarnos a nuestra presencia, pero hablar de un amor tan fuerte como el de mis padres era incorrecto.
—Te enamoraste de la libertad, Daveth. Te enamoraste de la persona que puedes ser cuando estás conmigo. Pero nunca te has enamorado de mí —me había dicho meses atrás. Pocas veces me había dolido tanto escuchar algo.
Lo peor es que supe que tenía razón, y quizá fue eso lo que me dolió. La quería porque con ella podía ser yo. La quería porque gracias a ella pude volver a encontrarme. Porque el miedo desapareció. Porque me sentí en paz. Y quizá era verdad, quizá en Judyk nunca llegué a enamorarme de ella, pero si algo tuve después de eso, fue tiempo para seguir conociéndola.